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Hay que salvar a Letizia
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Gema López

Malas Lenguas

Por
Gema López

Hay que salvar a Letizia

El pueblo anda despistado. Después de un verano en el que la Princesa de Asturias ha sido presentada ante la plebe como la mujer díscola y

Foto: La princesa durante el desfile (I. C)
La princesa durante el desfile (I. C)

El pueblo anda despistado. Después de un verano en el que la Princesa de Asturias ha sido presentada ante la plebe como la mujer díscola y rebelde que hace y deshace dentro de su casa y que, además, es capaz de poner cara de sapo a su mismísima suegra, o como la señora independiente capaz de dejar colgada a su familia para irse de copitas con sus amigas, ahora resulta que, en un abrir y cerrar de ojos, los medios convierten a Letizia en la protagonista de aquel anuncio ‘Jasp’ (joven aunque sobradamente preparada) que además se acerca al pueblo llano, toma vinitos en la zona más castiza de Madrid, come pipas a las puertas de una zapatería ‘low cost’, aunque lleve encima una cazadora que vale más que el sueldo de muchos españoles de a pie, y sonríe de manera cómplice a su esposo, aniquilando de un plumazo los rumores de crisis marital.

Ni la espontaneidad de aquella joven que mandó callar al príncipe sirvió, ni la independencia de una mujer que quiso cambiar los cimientos de una institución anquilosada han valido. La maquinaria se ha puesto a funcionar bajo el mandato de crear una nueva princesa, con el mismo empeño con el que se diseña una Barbie para la próxima Navidad, sin tener en cuenta que las niñas, tras usarla un par de días, la arrinconarán en el cajón del olvido.

Si en Europa funciona que Máxima de Holanda sonría, hagamos sonreír a Letizia, pues aunque el chiste no tenga gracia, todas las revistas anunciarán que ya no está triste y que su matrimonio marcha a la perfección. Un golpe de melena y dos retoques de bisturí han sido suficientes para que la princesa recupere la anhelada felicidad, de cara a una galería que necesita creer que el futuro está asegurado.

La campaña “salvemos a Letizia” comenzó en Brasil, donde se sucedieron los abrazos y besos ante las cámaras, que antes tanto evitaban, y se materializó, al grito de ‘Todos a una’, el pasado miércoles, cuando todas las revistas mostraban la sonrisa Profident de quien en su día, por miedo a enseñar los braquets de diseño o porque no tenía motivos para ello, era incapaz de relajar el gesto. El sábado, Letizia ocupaba el puesto de la reina y ante el reto de estar a la altura, mejor despejar la tormenta y que el pueblo soberano deje de preocuparse de lo que realmente importa y vuelva a hablar de lo correcto del estilismo de una señora que perdió la frescura por imposición con la misma rapidez que ahora nos la diseñan, con el riesgo de que ya nadie sepa quién es la verdadera Letizia.

El pueblo anda despistado. Después de un verano en el que la Princesa de Asturias ha sido presentada ante la plebe como la mujer díscola y rebelde que hace y deshace dentro de su casa y que, además, es capaz de poner cara de sapo a su mismísima suegra, o como la señora independiente capaz de dejar colgada a su familia para irse de copitas con sus amigas, ahora resulta que, en un abrir y cerrar de ojos, los medios convierten a Letizia en la protagonista de aquel anuncio ‘Jasp’ (joven aunque sobradamente preparada) que además se acerca al pueblo llano, toma vinitos en la zona más castiza de Madrid, come pipas a las puertas de una zapatería ‘low cost’, aunque lleve encima una cazadora que vale más que el sueldo de muchos españoles de a pie, y sonríe de manera cómplice a su esposo, aniquilando de un plumazo los rumores de crisis marital.

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