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Salvador de Bahía, la capital de la alegría
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Salvador de Bahía, la capital de la alegría

El sonido metálico del berimbau y los cánticos de las rodas de capoeira se dejan oír desde el momento en que uno pone un pie en

Foto: Salvador de Bahía, la capital de la alegría
Salvador de Bahía, la capital de la alegría

El sonido metálico del berimbau y los cánticos de las rodas de capoeira se dejan oír desde el momento en que uno pone un pie en Salvador de Bahía. Quizá sea ese ritmo el único capaz de ensombrecer el estallido musical de la samba que se cuela por todos los rincones del gran Brasil. La que fuera la primera capital del país, antes de que el reinado pasara a Río de Janeiro y posteriormente a Brasilia, es hoy día la tercera ciudad más grande de Brasil y uno de sus mayores reclamos turísticos, tanto por su historia y tradición como por las idílicas playas que beben de las aguas de la costa atlántica.

Fundada por los portugueses en el año 1549 y apodada como Capital de la Alegría por su cantidad de festejos populares, Salvador de Bahía mantiene un importante legado africano en su vertiente religiosa, musical y racial procedente de los antiguos esclavos traídos, en su mayoría, del oeste de África. La ciudad entera respira esa tradición afro-portuguesa que tan buenas vibraciones transmite, principalmente a través de las notas de una fructífera comunidad de músicos. Un claro ejemplo es la capoeira. La lucha convertida en danza, producto de la fusión de la gimnasia y las artes marciales utilizada por los esclavos, es actualmente enseñada y practicada en toda la región de Bahía, y para muchos, una forma de vida. El otro ejemplo es la religión candomblé -la veneración de divinidades africanas heredada de los antepasados obligados por los portugueses a convertirse al catolicismo- es hoy una de las más conocidas e influyentes dentro del amplio abanico de religiones que profesa el conjunto de la población baiana.

La ciudad ofrece descanso, ocio y cultura. Con casi tres millones de habitantes -el 80% de raza negra-, Salvador se antoja una metrópoli grande, y por ende, de largas distancias. El casco antiguo, situado en la Cidade Alta (Ciudad Alta) es el resquicio del Brasil colonial. Una joya restaurada conocida como Pelourinho, nombre que significaba lugar de azote y que se refería a una pequeña plaza donde se comercializaban y se castigaba a los esclavos, preside la zona histórica. Sus calles adoquinadas, pequeños locales y fachadas de color pastel recuerdan a otros barrios de herencia colonial como el de la Candelaria en Bogotá, Barichara en San Gil (ambos en Colombia) o La Laguna en Tenerife.

Pelourinho, la ‘cenicienta’ de Bahía

Pasear por las calles de Pelourinho es una auténtica maravilla. Una idea que no debe ser desechada ante los consejos alarmistas acerca de los robos y el acoso a los turistas. Aún así, no es aconsejable salirse del recorrido habitual puesto que es fácil encontrarse de repente en calles poco transitadas y nada fiables en las que los ‘guiris’ son un ‘caramelo’ para los rateros. Lástima que Pelourinho cambie radicalmente del día la noche como la carroza que se convertía en calabaza. Su ambiente diurno, tranquilo y apacible contrasta con la hostilidad de la noche. Al caer la tarde el núcleo histórico se convierte en una zona prácticamente vetada para los visitantes que viajen sin guía o sin algún acompañante brasileño, ya que las calles quedan casi desiertas, tuteladas por pequeños delincuentes y algún que otro ‘aficionado al crack’.

El barrio fue concebido inicialmente como un centro residencial por los portugueses. Tras su apogeo en los siglos XVIII y XIX, fue abandonado durante la mayor parte del siglo XX hasta ser finalmente restaurado y declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1985. En sus históricas calles y plazas alberga numerosas iglesias barrocas y museos. Una de las más visitadas es el conjunto formado por la Igreja y Convento de São Francisco, famoso por su opulenta decoración interior recubierta con pan de oro.

Para bajar a la Cidade Baixa (Ciudad Baja), lo más cómodo y habitual es hacerlo en el elevador de Lacerda, que comunica la Praça Tomé de Sousa en la Cidade Alta con la Praça Cairu en la Cidade Baixa donde se encuentran el bullicioso Mercado Modelo y el Terminal Marítimo. Aproximadamente 3.000 personas utilizan este elevador que recorre en solo 30 segundos los 72 metros que separan las dos alturas.

Aunque la ciudad está conectada a través de una línea de autobús, al turista se le recomienda tomar taxis para evitar robos y sobre todo llegar al destino rápido y sin equívocos. A 10 kilómetros de Pelourinho se encuentra otra de las iglesias más famosas dentro de la religión afrobrasileña de Bahía, la de Nosso Senhor do Bonfim. El templo, dedicado al dios católico y a Oxalá -deidad de la religión candomblé- es un peculiar conjunto de tradiciones. La más visible para el turista, por el asedio de los vendedores, es la de las fitas, unas cintas de colores que, según la tradición, hay que atar con tres nudos a la muñeca, pedir un deseo por cada uno y esperar que se caiga sola. La verja de la iglesia se encuentra repleta de fitas que los fieles y los turistas han atado para pedir sus deseos. Tan comunes son estas cintas que se convirtieron en símbolo de la provincia apareciendo en casi todos los souvenirs de Bahía.

Aunque la ausencia de lluvias no está asegurada, las agradables temperaturas que registra Brasil durante todo el año invitan, inevitablemente, a conocer sus populares playas, otro de los principales reclamos que utiliza la ciudad para atraer turistas. La famosa Porto de Barra, sembrada de nativos y famosa por sus puestas de sol junto al faro no es desde luego la mejor. Aunque ha sido catalogada como tercera mejor playa del mundo en un ranking publicado por The Guardian, es ampliamente superada por otras como Jardim de Alá, Flamengo, Itapua o Praia do Corsario en cuanto a extensión y calidad.

Un paraíso llamado Morro de São Paulo

Sin embargo, es obligatorio conocer Morro de São Paulo, una pequeña isla a unas dos horas de la ciudad que recuerda a una coqueta reconstrucción de lo que debe ser el paraíso. Sin duda el ‘movido’ viaje en catamarán merece la pena desde la llegada a la bahía donde atraca. Aunque existen otras opciones como la lancha rápida o utilizar el autobús para recorrer parte de la ruta, el viaje en catamarán es el más demandado a pesar de no estar incluida una dosis de ‘biodramina’.

En Morro reina la paz. Se respira un aire diferente. No hay coches ni ningún vehículo a motor. Por no haber no hay ni calles asfaltadas y el único medio de transporte son unas rudimentarias carretillas utilizadas para tansportar los equipajes de los turistas. Pero a pesar de ser un lugar muy turístico, sobre todo para los propios brasileños que se acercan incluso para pasar el fin de semana, el pueblo ha sabido mantener su entorno natural lo más salvaje posible. Sus pousadas son pequeñas construcciones ya sean de las más acondicionadas o de las más humildes. Sí abundan las tiendas de regalos, los bares y los restaurantes de todo tipo, muchos de ellos con música en directo.

La isla consta de cuatro estupendas playas, cada una con su propia personalidad. La segunda, con mucho más movimiento, concentra el mayor número de locales y también de relaciones públicas -generalmente argentinos que han ‘colonizado’ la isla- recorriendo la playa para promocionar las fiestas de sus pubs, las cuales llegan a alargarse hasta las 8 de la mañana. Las excursiones en barco a la isla de Boipeba, las piscinas naturales y otros lugares de interés de la zona también son muy recomendables por su belleza y lo agradable del paseo. La puesta de sol desde ‘Toca’, con la bossa nova acariciando el mar, es una estampa inolvidable.

El sonido metálico del berimbau y los cánticos de las rodas de capoeira se dejan oír desde el momento en que uno pone un pie en Salvador de Bahía. Quizá sea ese ritmo el único capaz de ensombrecer el estallido musical de la samba que se cuela por todos los rincones del gran Brasil. La que fuera la primera capital del país, antes de que el reinado pasara a Río de Janeiro y posteriormente a Brasilia, es hoy día la tercera ciudad más grande de Brasil y uno de sus mayores reclamos turísticos, tanto por su historia y tradición como por las idílicas playas que beben de las aguas de la costa atlántica.