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Alfonso Guerra, en la intimidad: familia y menosprecios al Rey
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Alfonso Guerra, en la intimidad: familia y menosprecios al Rey

El libro 'La rosa y las espinas' saca a relucir el lado más humano y menos conocido del exvicepresidente del Gobierno

Foto: Alfonso Guerra en una entrevista en Sevilla. (EFE/Julio Muñoz)
Alfonso Guerra en una entrevista en Sevilla. (EFE/Julio Muñoz)

El cineasta cordobés Manuel Lamarca mantuvo una conversación de casi diez horas con Alfonso Guerra. Una charla en la que el que fuera el vicepresidente del Gobierno de 1982 a 1991 no rehuyó ninguna pregunta y en la que habló con sinceridad de sus vivencias en la política. Pero también de cosas más íntimas como los ratos que les robó a sus hijos durante una época de su vida, los prejuicios que tenía sobre el rey Juan Carlos o su niñez con estrecheces. Fruto de esa charla nació el documental 'Guerra Alfonso. El hombre detrás del político', que ya ha cosechado varios premios, y el libro 'La rosa y las espinas' (La Esfera), que acaba de publicarse.

En ellos, se hace un retrato del Alfonso Guerra más humano. A continuación, reseñamos los fragmentos más 'personales' del libro, empezando por un entrañable pasaje relacionado con su hijo el día del golpe de Estado de 1983.

Golpecitos en la espalda

Recuerdo el 23 de febrero de 1981 con mucha viveza, como si hubiera ocurrido ayer. En el Congreso de los Diputados se celebraba la votación de investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo como presidente del Gobierno. Faltaban pocos minutos para las seis y media de la tarde, cuando el presidente de la cámara llamó a votar al diputado Manuel Núñez Encabo; en ese momento apareció un señor que parecía de guardarropía, de una zarzuela, con un tricornio, una pistola y un bigote enorme gritando: "¡Quieto todo el mundo!". Obviamente se trataba de un golpe de Estado. Se produjo una gran confusión en la cámara, en medio de disparos de metralleta.

Posteriormente los golpistas decidieron sacar a varias personas del hemiciclo. Todos pensaban que si había saca de diputados y miembros del Gobierno era para terminar con ellos. Los elegidos fueron el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, el vicepresidente, Manuel Gutiérrez Mellado, el ministro de Defensa, Agustín Rodríguez Sahagún, Felipe González, Santiago Carrillo y yo. A Suárez lo recluyeron en la zona de portería y a los cinco restantes en el salón conocido como Sala del Reloj. Nos colocaron a cada uno en una esquina y al ministro de Defensa en el centro de la estancia, junto a una mesa circular. Y todos teníamos enfrente a un guardia civil, con una metralleta apuntándonos a la cara.

Hubo un momento muy tenso porque uno de los guardias que estaba vigilando, uno joven que sudaba muchísimo y que estaba frente a Carrillo, daba muestras de un gran nerviosismo y no paraba de manipular la metralleta. Pasó un teniente de la guardia civil y le dije: "Creo que deberían hacer ustedes relevos de menos tiempo, porque los hombres se ponen muy nerviosos". Afortunadamente, lo relevaron; creo que de no haber sido así, se podría haber producido la primera desgracia, que habría desembocado en una situación imposible.

Durante la noche —estuvimos toda la noche allí— yo tenía en la mente el pensamiento de mi hijo, que entonces era muy pequeñito. Me había acostumbrado a tenerlo en brazos, mientras él, con la manita, me daba golpecitos en la espalda. Y es curioso lo que hace la mente, que aquel 23 de febrero de 1981, en la Sala del Reloj, yo sentí durante toda la noche los golpecitos en la espalda, como si estuviera con el niño.

"Nos equivocamos con el rey"

En el PSOE recibimos con enormes reservas al rey Juan Carlos I: temíamos que iba a ser la continuidad de Franco; pero nos equivocamos, afortunadamente. Porque hizo todo lo contrario de lo que se esperaba.

Erramos, como erró toda la oposición democrática: fuimos muy críticos, aunque los comunistas destacaron aún más por su dureza con el entonces príncipe Juan Carlos. Existía el convencimiento firme de que él iba a significar la continuidad del régimen; Franco le entregó el poder al monarca para que este mantuviera su legado, pero él decidió seguir otro camino. Junto con Adolfo Suárez, el rey diseñó el cambio de régimen y la Transición, un proyecto al que nos unimos los demás y finalmente organizamos conjuntamente.

En el año 1976 el nombramiento como presidente del Gobierno de Adolfo Suárez, entonces ministro-secretario general del Movimiento, fue una decisión personal del rey: generó una gran oposición e incomprensión, pues toda la prensa española, absolutamente toda, publicó editoriales calificándolo como un inmenso error. No hubo ningún medio que no afirmara que esa decisión implicaba volver al búnker y dar carpetazo al sueño de la democracia. Todos, salvo un periódico, 'El Socialista', un periódico clandestino que publicó un editorial, escrito por mí, que decía: "Adolfo Suárez puede ser una oportunidad para la democracia". Nadie resalta el hecho llamativo de que solo un periódico, además ilegal, planteara el nombramiento de Suárez como una opción. Mientras que con el rey me equivoqué, con Suárez acerté.

placeholder Alfonso Guerra saluda al rey Juan Carlos en presencia del rey Felipe. (EFE)
Alfonso Guerra saluda al rey Juan Carlos en presencia del rey Felipe. (EFE)

Juan Carlos I apoyó decididamente la democracia en dos momentos clave: en la Transición y cuando frenó a los militares que querían volver a un sistema de dictadura con la intentona golpista del 23 de febrero de 1981. El rey también jugó un papel destacado como gran embajador de España en el mundo. El rey fue recibido en todas partes con agasajos y con admiración: había hecho una apuesta por la democracia cuando tenía todo el poder y eso había sido muy considerado internacionalmente. Y luego aquí, en España, era muy prudente en las relaciones políticas, que es lo que tiene que hacer un rey, porque su papel en la democracia es puramente representativo. El rey reina pero no gobierna, y eso también lo hizo muy bien.

Ahora el rey emérito tiene otros problemas, y somos testigos de cómo hay gente que intenta que la situación actual opaque y eclipse todos sus logros históricos. Por supuesto no estoy de acuerdo con esa actitud injusta. El rey Juan Carlos merece un reconocimiento; no ha habido un monarca en la historia que ceda todos los poderes y diga: "Yo no los quiero para mí, deseo la democracia".

Unos padres magníficos

Yo tuve mucha suerte con mis padres, una suerte inmensa, porque fueron personas auténticas. Los dos tuvieron una infancia complicada.

Mi padre llevaba los animales al campo desde que tenía cinco años. Tuvo que aprender a leer y escribir solo, sin maestros. No conoció la escuela. Mi madre tampoco fue a la escuela.

Ella ya era la cabeza de familia con once años; la única que trabajaba y llevaba un salario a su casa. Vivía con su abuela y con su tío enfermo, tuberculoso, porque sus padres habían muerto muy pronto.

placeholder Guerra atiende a los medios. (EFE)
Guerra atiende a los medios. (EFE)

Mis padres sabían lo que era la dureza de la vida. Se casaron muy jóvenes y tuvieron muchísimos hijos, hasta trece. Siempre demostraron una fe totalmente incondicional porque yo siguiera con los estudios, por que tuviera conocimientos. Fui el decimoprimer hijo y el primero que ingresó en el bachillerato y que estudió en la universidad. Ellos siempre manifestaron que yo tendría capacidad para eso. En mi casa los chicos, con diez años, se iban a trabajar a un taller, y las chicas, a coser. Conmigo fue muy diferente.

Infancia austera y feliz

Nosotros éramos una familia muy numerosa sin muchos recursos económicos. Nuestra casa, con trece hijos, era una diversión total: entre tantas personas siempre había alguien sacando los pies del tiesto, alguien que decía algo inconveniente, que hacía algo que te causaba risa. La casa era una fiesta con tantísima gente y lo pasábamos en grande. ¿Que había dificultades económicas? Pues claro, en general todo el mundo las tenía, pero en nuestro caso, con tantas personas en casa, eran más marcadas. Pero eso no se nota cuando hay paz familiar, cuando la gente se lleva bien. Y los niños tienen además una capacidad enorme para pasar por encima de la falta de recursos.

Hay dos cosas de mi infancia que fueron dramáticas.

Una menor, y es que el frío para ir al colegio era muy intenso, porque yo iba en camisa y los demás niños llevaban impermeables, llevaban abrigos. Yo los miraba, y eso me parecía algo inalcanzable. La otra que me golpeó muy seriamente fue la muerte de una hermana cuando yo contaba diez años. Consuelo murió de tuberculosis, que era la enfermedad de la época: con dieciséis años enfermó y con veinte murió. Entre los dieciséis y los veinte años mi hermana era un pozo de saber, un pozo de alegría. Era muy aficionada al cine. Tenía un cofrecito con prospectos de películas, eran miles: nos sentábamos con ella y los repasábamos.

La muerte de Consuelo fue un golpe muy duro: era algo incomprensible, inaprehensible, no lo creía. Fuera de eso, mi infancia fue extraordinariamente festiva y feliz. Mis recuerdos de la infancia son recuerdos de felicidad.

"Este niño os va a sacar de la pobreza"

Yo era un niño, no diría que introvertido, pero sí excesivamente responsable para mi edad. Con frecuencia yo oía cómo las vecinas le decían a mi madre: "Este niño os va a sacar de la pobreza". Lógicamente, yo sentía un peso enorme sobre mis hombros y pensaba: "Con nueve, diez u once años, ¿cómo voy a sacar a toda la familia de la pobreza?". Eso me marcó. Cuando yo volvía del colegio, y mis hermanos y otros vecinos se ponían a jugar, no me unía a ellos hasta no haber terminado exactamente lo que tenía que estudiar. Cuando finalizaba era tan juguetón como los demás, pero primero estaba mi obligación.

Además nosotros también colaborábamos con la economía familiar. Íbamos por los campos buscando chatarra y se la vendíamos al chatarrero: la cargábamos en carros de batea que alquilábamos. Era un niño muy serio; tenía muy buenas notas, las mejores. Era el mejor alumno del colegio, y sentía esa obligación moral de serlo. Yo soy como era entonces. A mí nada me gusta más que encerrarme con libros, tomar notas y subrayar tal y cual frase, pensar que a lo mejor la voy a usar para alguna conferencia, aunque luego quizá no vuelva a tocar ese tema. Me apasiona buscar, que una anotación me lleve a otro libro, componer el conocimiento que quiero adquirir. Para mí eso es una diversión estupenda.

placeholder Portada de 'La rosa y las espinas'. (La Esfera)
Portada de 'La rosa y las espinas'. (La Esfera)

Doy muchas conferencias al año, aunque no sobre todo lo que estudio… Y como me interesa todo, estudio cosas de lo más disparatadas. La gente que vive conmigo se extraña y me pregunta: "¿Pero también esto te interesa?". Sí, es que me interesa todo. Yo gozo preparando un conocimiento; si tengo que redactar páginas y páginas lo hago. ¿Para qué? No, para nada; sencillamente es que yo quiero estar enterado de esto. Y así también era yo de niño. Y luego, también un poco travieso.

Recuerdo que, estando en quinto o sexto de bachillerato, organicé una huelga en el colegio. Era algo absolutamente infantil: nos fuimos andando a San Juan de Aznalfarache y volvimos. Estábamos orgullosos de lo que habíamos hecho, y yo fui el cabecilla. O sea, que no fui un niño retraído; era tímido, estudioso, serio, pero también un poco gamberrete.

placeholder Manuel Lamarca, el cineasta detrás del documental sobre Alfonso Guerra. (EFE)
Manuel Lamarca, el cineasta detrás del documental sobre Alfonso Guerra. (EFE)

Ser humano, ser romántico

Yo me siento de una época del pasado, el romanticismo. La vida moderna ha eliminado grandes conceptos que antes eran normales, pero el ser humano, aunque no lo reconozca, aunque no se dé cuenta y no tenga conciencia plena, es un ser romántico. Quevedo decía del ser humano que seremos polvo, "mas polvo enamorado". El amor está en todo: hacia los padres, hacia los hijos y los nietos; y luego está el gran amor, el enamoramiento, que es lo que ilumina la conciencia, porque es el impulso hacia el otro, es fundirse con otro ser. El enamoramiento es el momento cumbre del ser humano: eso lo he vivido yo con una gran intensidad y creo que, consciente o inconscientemente, lo siente todo el mundo. Con cinco años me enamoré de una vecina que se llamaba Azucena, a la que veía de balcón a balcón. Nunca la vi de cerca. Fue mi primer amor. Ella tenía dieciséis años y yo cinco. Mucho tiempo después su marido ha venido a buscarme para que le dedique mis libros a Azucena. Pero a ella no la he visto, y no la quiero ver, porque ya sería una persona totalmente distinta.

El tiempo robado a los hijos

La política a mí me ha dado muchas satisfacciones, pero me ha robado el tiempo de contacto con mis hijos que yo hubiese querido. Los fines de semana me los guardaba absolutamente para estar con mi hijo. Yo estaba prácticamente toda la semana en Madrid y él vivía en Sevilla: llegaba el viernes por la tarde-noche a Sevilla y el sábado y el domingo eran exclusivamente para estar con él. Mis amigos me decían: "Si tú estás mucho más tiempo con tu hijo del que nosotros pasamos con los nuestros". "Sí, pero hay muchos días en los que no lo veo", les respondía.

Yo sufría muchísimo por la distancia. También preparaba todos los exámenes con mi hijo. Con él y con mi hija. Yo he hecho tres bachilleratos: el mío, el de mi hijo y el de mi hija, y disfrutaba con ello. A veces venían los amigos y me decían: "Oye, que vamos a ir a tal sitio". Y yo les respondía: "No, no, tengo un examen". Para mí no suponía ningún sacrificio, era maravilloso ayudar a mis hijos. En fin, la única cosa en que me ha incomodado la vida política es en haberme robado tanto tiempo de estar con ellos. Me he perdido muchos momentos de mis hijos: siento que no es justo, en eso la política ha sido muy dura conmigo.

El cineasta cordobés Manuel Lamarca mantuvo una conversación de casi diez horas con Alfonso Guerra. Una charla en la que el que fuera el vicepresidente del Gobierno de 1982 a 1991 no rehuyó ninguna pregunta y en la que habló con sinceridad de sus vivencias en la política. Pero también de cosas más íntimas como los ratos que les robó a sus hijos durante una época de su vida, los prejuicios que tenía sobre el rey Juan Carlos o su niñez con estrecheces. Fruto de esa charla nació el documental 'Guerra Alfonso. El hombre detrás del político', que ya ha cosechado varios premios, y el libro 'La rosa y las espinas' (La Esfera), que acaba de publicarse.

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