No es el juguete de moda, ni el parque favorito, ni siquiera el amigo inseparable de la infancia. Lo que realmente deja una huella profunda en la memoria de un niño —una marca que puede durar toda la vida— son los valores que recibe en casa y las emociones que acompañan esos aprendizajes.
Según la psicología del desarrollo, lo que se graba en la memoria infantil no siempre tiene que ver con grandes acontecimientos. De hecho, muchas veces los recuerdos más poderosos no tienen una imagen clara ni un final definido. Son más bien sensaciones repetidas: sentirse escuchado, aprender qué está bien o mal, saber que alguien estará allí incluso cuando las cosas no salgan bien.
Sentirse escuchado, identificar qué está bien y qué está mal ayuda al desarrollo cognitivo de tus hijos (Pandit Wiguna/Pexels)
Los expertos explican que, aunque la memoria consciente antes de los tres o cuatro años es limitada, las experiencias emocionales comienzan a moldear al niño desde mucho antes. Los gestos cotidianos que parecen insignificantes —una rutina antes de dormir, una frase de consuelo, un “te quiero” inesperado— se transforman en los cimientos de su identidad emocional.
El entorno familiar es donde se reflejan los primeros valores (Yan Krukau/Pexels)
El entorno familiar es el primer escenario donde se reflejan los valores que un niño absorberá —muchas veces sin que nadie se los explique directamente—. Las escenas más poderosas no son las extraordinarias, sino aquellas que se repiten: ver a un adulto pedir perdón, compartir sin esperar algo a cambio, o acompañar en silencio una tristeza.
Los gestos afectivos siguen siendo importantes, incluso cuando ya no son niños. Un abrazo o unas palabras de aprecio pueden marcar la diferencia en vuestra conexión (Pexels)
Para la psicología, uno de los pilares más determinantes es la sensación de amor incondicional. Sentirse valorado más allá del rendimiento, del comportamiento o de las expectativas externas es una de las experiencias más protectoras que puede vivir un niño.
Es aquí donde entra en juego el acompañamiento en los errores. Un niño que cae y es levantado con paciencia aprende que puede confiar en los demás... y en sí mismo. La resiliencia, explican los psicólogos, no nace del aislamiento ante la frustración, sino del consuelo presente y del ejemplo que se ofrece.
Cada hijo necesita sentirse valorado por lo que es, no por lo que otros hacen (Pexels)
El niño no recuerda las palabras exactas, pero sí cómo lo hicieron sentir. Y esos sentimientos se convierten en la brújula que guiará sus relaciones futuras, su autoestima y su forma de ver el mundo.
No es el juguete de moda, ni el parque favorito, ni siquiera el amigo inseparable de la infancia. Lo que realmente deja una huella profunda en la memoria de un niño —una marca que puede durar toda la vida— son los valores que recibe en casa y las emociones que acompañan esos aprendizajes.