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McQueen, el ‘hooligan’ sensible que salvó la moda británica
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McQueen, el ‘hooligan’ sensible que salvó la moda británica

Cuando nadie lo esperaba, a pocas semanas de presentar su nueva colección y con el negocio viento en popa. Así ha llegado la muerte de Alexander

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McQueen, el ‘hooligan’ sensible que salvó la moda británica

Cuando nadie lo esperaba, a pocas semanas de presentar su nueva colección y con el negocio viento en popa. Así ha llegado la muerte de Alexander McQueen, comandante del Imperio Británico, diseñador de moda y una de las figuras más influyentes en la cultura británica del cambio de siglo. Su obra irreverente se mantendrá para la posteridad, al igual que la historia de su vida.   

McQueen, que era hijo de un taxista, aprendió el oficio del modo más tradicional posible, conociendo al dedillo los trucos de la alta sastrería que pasan de maestros a pupilos en las tiendas de Savile Row. A los 16 años dejó los estudios para ocupar un puesto como aprendiz en la histórica calle londinense. Primero trabajó para Anderson and Shepard y luego para Gieves and Hawkes, empleos gracias a los que pudo vestir a clientes de gran prestigio como Mijail Gorbachov o el príncipe Carlos de Inglaterra. Fue sólo el primero de una lista innumerable de contactos con el mundo de las celebrities.

 

Sin embargo, el hombre que desde niño diseñaba modelos para sus hermanas mayores, volvió a estudiar. En la escuela de moda Central Saint Martins de Londres halló su sitio natural y conoció a la estilista Isabella Blow, un personaje que cambiaría su vida por completo. Blow compró toda su colección de graduación por 5.000 libras y comenzó con él una relación fraternal que iba mucho más allá de la moda y que sólo se rompió del todo con la muerte de ella, también por suicidio.

Problemas en Givenchy

Sus primeras colecciones le granjearon el título informal de hooligan de la moda inglesa, aunque el galardón que realmente reconoció su trabajo fue el de Mejor Diseñador del Año, que obtuvo en 1996. No fue la única ocasión: hasta 2003 lo recibió en otras tres ocasiones. McQueen vivió dos etapas de esplendor, ésta de finales de los noventa y una nueva a partir de 2007.

Después de Saint Martins llegaría Bertrand Arnault, que en 1996 le ofreció el puesto de diseñador jefe en Givenchy. Sustituir a John Galliano no era sencillo y de hecho sus primeras colecciones no pasaron precisamente por ser un éxito. Aun así, las siguientes se convirtieron en una sensación. El tartán (la tela de cuadros escoceses), que gracias a McQueen se convirtió en un tejido de tendencia, ya estaba presente en estos trabajos.

El romance entre McQueen y LVMH no duró demasiado. Las relaciones profesionales no eran buenas entre el diseñador y el empresario Arnault, y a finales de 2001, cuando el contrato que les unía expiró, ninguna de las dos partes se molestó en renovarlo. En palabras de McQueen, el trabajo para Givenchy había constreñido su creatividad.

Al mismo tiempo que abandonaba la multinacional de los Arnault, consiguió un gran negocio para su propia firma. Ésta fue adquirida por Gucci, compañía que a su vez acababa de entrar a formar parte del conglomerado PPR, la empresa de François Pinault que hoy acoge a firmas tan dispares como Puma, Stella McCartney, la casa de subastas Christie’s o las tiendas culturales Fnac. De esta forma consiguió un gran golpe de efecto contra la competencia.

Como marca, Alexander McQueen comenzó a ampliar sus líneas de negocio, incluyendo colecciones masculinas y gamas de complementos como gafas de sol o perfumes. La diversificación afectó a la creatividad, aunque el resurgir llegó, aunque su muerte se haya cruzado por delante. En los últimos años desarrolló diversos productos para otras compañías del grupo PPR. En 2007, por ejemplo, presentó unas zapatillas deportivas para Puma.

Su firma, de la que se mantuvo siempre como director creativo, tiene tiendas en Nueva York, Londres, Los Angeles o Milán, y él llevaba varias temporadas volviendo a ser un diseñador de referencia en la moda y la cultura popular: A Lady Gaga le costaría mucho haber construido su personaje sin los modelos de McQueen. Fallecido el hombre, queda su obra: ¡McQueen ha muerto, viva McQueen! 

Cuando nadie lo esperaba, a pocas semanas de presentar su nueva colección y con el negocio viento en popa. Así ha llegado la muerte de Alexander McQueen, comandante del Imperio Británico, diseñador de moda y una de las figuras más influyentes en la cultura británica del cambio de siglo. Su obra irreverente se mantendrá para la posteridad, al igual que la historia de su vida.   

Alexander McQueen