"Si no has estado en Chicote, no conoces Madrid": descubre si el mito es cierto
La historia del Bar Chicote es la de un niño muy pobre que quiso conquistar las estrellas... y lo consiguió. Su bar llegó a museo, una gloriosa pinacoteca repleta de vidas y bebidas fascinantes
La historia de Museo Chicote, la más deslumbrante coctelería de la Gran Vía madrileña, está íntimamente ligada a la de otro histórico capitalino, el centenario Bar Cock. Emilio Saracho, un bilbaíno adinerado a la par que empresario sagaz, abrió las puertas del Cock en 1922 tras un viaje de lo más relevador por los mejores clubes ingleses de caballeros. En su viaje a Inglaterra en pos de la inspiración, Saracho se llevó a un joven de estrato humilde ansioso por triunfar. Entra en escena un habilidoso coctelero llamado Pedro Chicote, Perico para los miles de amigos que estaban por venir, todos guapos y deslumbrantes, todos talentosos y sofisticados, todos licenciados en alta coctelería y en noches irrepetibles, esas que precisan tres días para ser superadas.
Emilio y Perico se trajeron de Londres la esencia de los clubes más elegantes y abrieron el Cock, en el número 16 de la calle de la Reina. Corre 1922 y la novísima coctelería se convierte en el epicentro bien de la capital, en el ‘place to be’ para ver y ser visto. Pero la ambición de Perico —absolutamente legítima— quería más, quería independencia y autonomía. No más jefes. No más ver los billetes pasar de largo. Chicote tenía una visión e iba a darle forma, costase lo que costase.
Para montar su propio negocio, Chicote se ofrece a los mejores hoteles y locales de moda de la capital para trabajar duro y ahorrar. Lo logra. El 18 de septiembre de 1931 abre puertas Bar Chicote, en el número 12 de Gran Vía. Las acciones de la noche madrileña se disparan en la bolsa del ocio y —sin mediar campaña de marketing alguna— todos los caminos de la ciudad enfilan hacia allí. Hoteles y restaurantes del centro adoptan un mismo mantra cuando su clientela de postín preguntaba: “¿Qué se hace por la noche en Madrid?”. Ir a Chicote.
Pedro Chicote Serrano (Madrid, 1899-1977) nació en el seno de una familia muy humilde. Huérfano de padre, empezó a trabajar con 7 años como mozo en un bar del Mercado de los Mostenses. Con 11 mantenía a su madre y a su hermano repartiendo telegramas. Con 17 pisó por primera vez las gruesas alfombras del Ritz de Madrid como ayudante de barman, de ahí salto al desaparecido Savoy —en el n.º 1 de la plaza Platería Martínez— y después al Pidoux, otro mítico de la Gran Vía en clave de bar americano. Con 20, gracias a la experiencia acumulada, consigue el puesto de barman jefe en el Casino de Gijón, en Asturias. Con 23 vuelve a Madrid para estrenarse como barman del flamante Bar Cock.
Las tres obsesiones de Perico Chicote
Chicote tenía tres obsesiones: la discreción —vital en una profesión guiada por el eslogan ‘oír, ver y callar’—, la lealtad —cuentan que realmente era muy amigo de sus amigos— y el coleccionismo de botellas. Perico atesoraba botellas de espirituosos llegados o traídos —le encantaba viajar, Nueva York era uno de sus destinos preferidos— de todos los rincones del mundo. Llegó a acumular más 20.000 botellas, muchas de licores raros, otras con grandes historias detrás, como las que pertenecieron a Nicolás II, el último zar ruso, y Napoleón Bonaparte, o la petaca que Neil Armstrong llevó consigo a bordo del Apolo 11 en la hazaña de conquistar la Luna.
Con tanto botellerío selecto —guardado en el sótano del bar, que en esa época estaba unido con el sótano del Cock, ya que ambos bares se guardaban las espaldas en el mismo edificio— no le quedó más remedio al bueno de Perico que inventarse su propio Museo Universal de Bebidas. El museo se convirtió en el reservado del Chicote, un sanctasanctórum al que solo accedían los elegidos por el dios de Gran Vía 12, una burbuja de libertad y desenfreno conocida y consentida por las élites franquistas.
Pero puede que el mayor de todos los aciertos de Perico Chicote, ese que habla de un empresario realmente avanzado a su época, fuese el uso de la cámara fotográfica. En cierto sentido, Chicote se inventó su propio Instagram, como bien demuestran las paredes del bar, atestadas de fotos en blanco y negro con grandes nombres propios llegados de las mismísimas estrellas. Quizá la estrella que más contribuyó a reafirmar la personalidad del bar fue la divina Ava Gardner, parroquiana fiel de este museo que conocía al dedillo. Paco León lo cuenta perfectamente en su miniserie ‘Arde Madrid’, con la fantástica Debi Mazar en el papel de Ava.
La Gardner vivió 18 años en Madrid y era muy muy amiga de Chicote. En cierto sentido, Perico fue cómplice absoluto de la pasión entre Ava y Luis Miguel Dominguín. Chicote tapaba como podía las indiscreciones de la protagonista de ‘La noche de la iguana’ o ‘Mogambo’, hasta que un día Frank Sinatra, marido de la americana, se plantó en Madrid para comprobar qué estaba pasando. Entró en Chicote, se enfrentó al ‘toreador’ y sacó a su mujer del local de malos modos. Un escándalo transformado en leyenda.
Chicote era un maremágnum igualador en el que se mezclaban actrices de Hollywood con ministros franquistas, cantantes de ópera con toreros, pintores abstractos con espías nazis, literatos geniales con militares de bigotillo, flamencos con aristócratas… La high society de la época girando al ritmo frenético de la noche y las cocteleras. Según nuestro ilustrísimo Luis Buñuel: “Chicote es la Capilla Sixtina del martini’, una inteligente apreciación si tenemos en cuenta el techo abovedado del local.
Ernest Hemingway, Bette Davis, Gregory Peck, John Wayne, Alexander Fleming, Charlton Heston, Grace Kelly, Audrey Hepburn, Joan Crawford, Orson Welles, Elizabeth Taylor, Richard Burton, Gina Lollobrigida, Rita —Margarita Carmen Cansino— Hayworth, Sophia Loren… Si recalabas en Madrid y tenías ‘algo más’, acababas en Chicote.
Y, por supuesto, todos los españoles divinos: Lorca y Almodóvar, Lola Flores y Severo Ochoa, Penélope Cruz y Paz Vega, Álex de la Iglesia y Cayetana Guillén Cuervo, Alejandro Amenábar y Sara Montiel… Todos, todos, todos.
“Si no has estado en Chicote, no conoces Madrid”: verdad verdadera.
La historia de Museo Chicote, la más deslumbrante coctelería de la Gran Vía madrileña, está íntimamente ligada a la de otro histórico capitalino, el centenario Bar Cock. Emilio Saracho, un bilbaíno adinerado a la par que empresario sagaz, abrió las puertas del Cock en 1922 tras un viaje de lo más relevador por los mejores clubes ingleses de caballeros. En su viaje a Inglaterra en pos de la inspiración, Saracho se llevó a un joven de estrato humilde ansioso por triunfar. Entra en escena un habilidoso coctelero llamado Pedro Chicote, Perico para los miles de amigos que estaban por venir, todos guapos y deslumbrantes, todos talentosos y sofisticados, todos licenciados en alta coctelería y en noches irrepetibles, esas que precisan tres días para ser superadas.