Romanticismo y extravagancia: una ruta de cuento por Baviera y los castillos del Rey Loco
La región más divertida de Alemania esconde, además de un catálogo de lagos y montañas, la espectacularidad de Linderhof, Herrenchiemsee y el popular Neuschwanstein, construidos por el excéntrico Ludwig II
Es la región de la naturaleza grandiosa, pero también la del perfil medieval y las fiestas tradicionales que insuflan aires de desenfado a la rigidez teutona. Hablamos, claro, de Baviera, allí donde las ciudades lucen amuralladas, las vacas pastan en los prados y los tanques de cerveza desfilan en las tabernas siempre rebosantes de espuma. El paradigma de la Alemania más auténtica descansa en este estado del sur que se extiende desde la cima de los Alpes hasta las llanuras del Danubio, dejando a su paso un hermoso catálogo de lagos y montañas. Es entre estas colinas boscosas donde se esconden solemnes monasterios, iglesias barrocas y el elemento que define la esencia de lo que se ha llamado la 'ruta romántica': los castillos de cuento de hadas erigidos por el excéntrico Ludwig II, que pasó a la historia como el Rey Loco.
Son lo que él mismo llamó su “paraíso en la tierra”. Construcciones que muestran todo un derroche de imaginación y una indisimulada extravagancia. Porque si hay un rasgo que caracteriza a este monarca obsesivo y encerrado en su mismidad, es el de romper los lazos con el mundo para salirse de la norma.
Refugio de obsesiones y fantasías
En una época en que la defensa del territorio había dejado de ser una meta, en un tiempo en que las fortalezas ya no cumplían fines estratégicos, Luis II de Baviera se dedicó a la creación de castillos imposibles. Castillos que nunca fueron ideados para actos ceremoniales o como residencias reales, sino que fueron levantados sin ningún uso público solo para poner a prueba su carácter estrambótico. Ya lo dijo en alguna ocasión: “Como un eterno enigma quiero permanecer para mí y para los demás”.
Neuschwanstein, Herrenchiemsee y Linderhof son los caprichos del Rey Loco desperdigados por Baviera. Las fortalezas que conforman el refugio que creó para sus fantasías, alentado por su compleja personalidad, su rechazo frontal al trono y su incapacidad para adaptarse a la suerte que le tocó vivir. Pero ojo, que en estos universos en los que volcó todas sus obsesiones, en estos escenarios indisociables del secreto y la tragedia, encontramos algunos de los monumentos más impresionantes de Alemania. Especialmente en lo que concierne a su ubicación, donde el monarca demostró —aquí sí— una absoluta lucidez.
De Wagner a Disney
Ningún lugar hay más adecuado que Neuschwanstein para ilustrar almibaradas historias de príncipes y princesas. Por eso a quienes hayan visto 'La bella durmiente' les resultará familiar, ya que la factoría de Disney encontró en él inspiración; tanta que hasta se convirtió en el logotipo de la compañía. Y es que este castillo —o más bien palacio, puesto que no dispone de elementos defensivos— tiene tal aire de fábula que su visión roza la irrealidad.
También su historia es pura fantasía. Neuschwanstein, concebido como la guarida a la que Luis II pudiera retirarse en su propio mundo poético, fue ideado para que las torres y los muros armonizaran con las montañas y los lagos. Por eso se erige sobre el desfiladero de Pöllat, en plenos Alpes bávaros, rodeado de los lagos Alpsee y Schwan. Y por eso también está dedicado a Richard Wagner, de quien el monarca fue el más ferviente seguidor.
Empeñado en hacer de la arquitectura una escenografía para los dramas de las nebulosas sagas nórdicas, todo en el castillo remite a las óperas wagnerianas. Empezando por la Sala de los Trovadores, con frescos de escenas de Tannhäuser, y terminando con el Salón del Trono, donde el delirio estético alcanza su máxima expresión: una mezcla de Santa Sofía de Estambul y la Basílica de San Marcos de Venecia, con mosaicos bizantinos y decoración de mármol de Carrara.
Réplica de Versalles
Aunque Neuschwanstein, que recibe cerca de dos millones de personas al año, es hoy el monumento más visitado de Alemania, no menos ambiciosa fue la concepción de otro de los caprichos del Rey Loco: el palacio de Herrenchiemsee, en una isla del lago Chiemsee, que esta vez pretendía ser una réplica exacta de Versalles. Un deseo que no se cumplió, puesto que no hubo suficiente dinero para semejante construcción.
Luis II, a quien le habría gustado ser un monarca absoluto a imagen y semejanza del Rey Sol, tuvo que conformarse con bellos jardines, laberintos de setos, fuentes refrescantes y un embarcadero privado. Y el resultado fue un edificio monumental con un parecido asombroso a la residencia francesa. En la Sala de Espejos, por cierto, Luchino Visconti rodó escenas de su filme Ludwig, dedicado al monarca bávaro.
El más querido
Así llegamos al castillo de Linderhof, la más pequeña de sus tres obras, que es, en cambio, la más adorada, tal vez por ser la única que finalizó y donde pasó, en los estertores de su vida, buena parte de su tiempo. También dotado de aires versallescos, se trata del lugar donde convergen sus tres pasiones: la Francia absolutista, el exotismo de Oriente y la mitología nibelunga (entre otras leyendas) de las óperas de Wagner.
Visitar esta joya arquitectónica es un verdadero placer, especialmente por su parque de 50 hectáreas, con terrazas influenciadas por el renacimiento italiano y jardines al estilo inglés. Fue el rincón donde el Rey Loco se escabullía de sus tediosas obligaciones para refugiarse en su mundo de incomprendida locura.
Es la región de la naturaleza grandiosa, pero también la del perfil medieval y las fiestas tradicionales que insuflan aires de desenfado a la rigidez teutona. Hablamos, claro, de Baviera, allí donde las ciudades lucen amuralladas, las vacas pastan en los prados y los tanques de cerveza desfilan en las tabernas siempre rebosantes de espuma. El paradigma de la Alemania más auténtica descansa en este estado del sur que se extiende desde la cima de los Alpes hasta las llanuras del Danubio, dejando a su paso un hermoso catálogo de lagos y montañas. Es entre estas colinas boscosas donde se esconden solemnes monasterios, iglesias barrocas y el elemento que define la esencia de lo que se ha llamado la 'ruta romántica': los castillos de cuento de hadas erigidos por el excéntrico Ludwig II, que pasó a la historia como el Rey Loco.