Lo que aún no sabes de Alfredo Landa: recordamos al actor 10 años después de su muerte
El actor madrileño fue el artífice del género que lleva su apellido. Revisamos su vida y obra para descubrir al prolífico protagonista de 140 películas, que luego desdeñó la comedia
En pleno boom de comedias familiares, con niños que han tomado el mando de las taquillas, con permiso de padres y abuelos cómplices de sus travesuras, la memoria pide paso para rendir tributo a Alfredo Landa, el actor que instauró su propio género, el landismo, cuando se cumplen diez años de su muerte.
En aquel cine de humor agridulce que sorteaba los bandazos finales de la dictadura, desde luego no había gritos infantiles. En la pantalla aparecía un personaje poco agraciado, reprimido y víctima de equívocos desternillantes, y detrás, un actor con un talento único para un género que luego él mismo desdeñó, pero que decía mucho del momento histórico.
Cuando Alfredo Landa moría el 9 de mayo de 2013 en Madrid, con 80 años y cuatro después de haber sufrido un ictus cerebral, dejaba atrás un rastro de casi 140 películas, no todas llenas de gags de garrotazos o suecas en bikini. Uno de los actores más versátiles de nuestro cine nació en Pamplona el 3 de marzo de 1933, marcado por este número, el 3, que le perseguiría a lo largo de su vida: tuvo tres hijos, ganó tres premios Goya… y su primer gran papel fue en ‘Atraco a las tres’ (1962).
Como hijo de un capitán de la Guardia Civil, superó la infancia de cuartel en cuartel para asentarse en la adolescencia en San Sebastián. Allí inició sus estudios de Derecho y fundó una compañía de teatro con la que hizo más de 40 representaciones. Ante la negativa de su madre, Emilia, a tener un hijo artista, Alfredo se cogió la maleta y 7.000 pesetas para comenzar su aventura en Madrid con 25 años. Ya había conocido a su “amada mujer”, Maite Imaz Aramendi, con la que se casó en 1934.
Continuó su prolífica carrera en los escenarios de la capital, con la mirada puesta en el cine. Fue actor de doblaje hasta que José María Forqué le ofreció un papel en ‘Atraco a las tres’, y un año después, Luis G. Berlanga en ‘El verdugo’. Landa demostró estar a la altura de sus compañeros de fatigas, como Gracita Morales y José Luis López Vázquez.
Enseguida encontró su sitio en una industria que reflejaba la España que aspiraba a comprarse un piso y un seiscientos, y a veranear en Benidorm. De la época del landismo surgen títulos como ‘Las que tienen que servir’, ‘Una vez al año ser hippy no hace daño’, ‘No desearás al vecino del quinto’… Aquel señor bajito, que calzaba una boina y admiraba a Cary Grant –“él tiene pelo y actúa bien”, bromeaba–, se convertía en una especie de antihéroe, con una media de 7 rodajes por año.
El actor navarro siempre puso en duda la calidad artística de aquellas cintas, y esa saturación le llevó a probar su capacidad dramática en películas como ‘Los santos inocentes’ o ‘El crack’, que le dieron el reconocimiento que ansiaba. Por la primera fue premiado en Cannes, y candidato en siete ocasiones al Goya, se alzó con la estatuilla gracias a ‘El bosque animado’ y a ‘La marrana’. También se abrió un hueco en la televisión en series, como ‘Lleno, por favor’ e hizo inolvidable su papel de Sancho Panza en ‘El Quijote’.
Una vida tan fecunda da para mucho, y también para ser un gran conocedor de la industria, que analizó en su autobiografía ‘Alfredo el Grande. Vida de un cómico’, y en la que no tuvo reparos en decir lo que pensaba. “No hablo mal de la gente, solo constato la realidad”, dijo tras describir al actor José Luis López Vázquez como “un robapapeles”; al realizador José Luis Dibildos como “un timador profesional”, o a la actriz Gracita Morales como “caprichosa, despótica e intratable”. Luego se disculpó de sus víctimas “con medias palabras” .
Alfredo Landa, gran jugador de mus y maestro en el arte de preparar dry martinis o gin-tonics, pasó sus últimos años en una residencia, afectado por el alzhéimer y postrado en una silla de ruedas, en la que acudió a recoger su tercer Goya, esta vez honorífico, en 2008. Poco antes había dicho que la falta de talento en el cine español era “descomunal”. Nunca tuvo pelos en la lengua. Hoy Madrid le recuerda con un jardín que lleva su nombre.
En pleno boom de comedias familiares, con niños que han tomado el mando de las taquillas, con permiso de padres y abuelos cómplices de sus travesuras, la memoria pide paso para rendir tributo a Alfredo Landa, el actor que instauró su propio género, el landismo, cuando se cumplen diez años de su muerte.
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