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Victoria Eugenia, la reina más desdichada
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Victoria Eugenia, la reina más desdichada

“Mi marido, en estos momentos, se está acostando con otra mujer. Sus manos largas y huesudas, sus dedos manchados de nicotina habrán tirado con brutalidad la

Foto: Victoria Eugenia, la reina más desdichada
Victoria Eugenia, la reina más desdichada

“Mi marido, en estos momentos, se está acostando con otra mujer. Sus manos largas y huesudas, sus dedos manchados de nicotina habrán tirado con brutalidad la colcha de raso de color verde de la cama al suelo y, mientras se va desabrochando el cinturón, estará besando a Neneta en el hombro”. Con estas líneas arranca Ena. La novela, la historia de la Reina Victoria Eugenia de Battemberg, una mujer incomprendida que luchó durante todo su matrimonio por recuperar el amor de su marido, un cariño que quizá nunca tuvo.

Comenta la periodista y escritora Pilar Eyre, autora del libro, que su obra es una “autobiografía ficticia” sobre la vida de la esposa del Rey Alfonso XIII. Pero el hecho de que se trate de una ficción no implica que todo sea incierto, ya que la autora ha documentado su obra para retratar de forma fiel hasta los más mínimos detalles, tales como el gusto de la Reina por los tocados y los vestidos a la moda inglesa o conversaciones tan sorprendentes que rayan lo dantesco.

La obra, tal y como reconoce la autora, “tiene una carga muy fuerte de sexualidad”, y afirma que “si mi padre estuviera vivo no habría publicado este libro”. Pero la carga sexual es algo de lo que no puede desprenderse un perfil de esta pareja real ya que “Alfonso XIII era un depredador sexual” cuenta la autora. Tanto es así, que, Ena, como llamaban cariñosamente a la Reina desde su infancia, llegó a consultar a un médico, que diagnosticó que el monarca padecía “satiriasis”.

Tal era la pasión de Alfonso XIII, que, durante todo su matrimonio, aquella joven princesa inglesa vio como una detrás de otra, las amantes iban pasando por el lecho real. “Estaba enamoradísima de él”, comenta Pilar Eyre, por ello se convirtió en “una mujer profundamente desgraciada”.

Las amantes y la conspiración

Quizá, de todas las amantes la que más molestaba a la Reina era Carmen Ruíz de Moragas, una mujer de noble cuna a la que el rey apodaba ‘Neneta’ y con quien el monarca mantuvo una relación durante cerca de tres lustros de la que nacieron dos hijos, Leandro y María Teresa. Tanto es así, que la Reina fue consciente de que intentaban quitarla de en medio y la firme candidata a sustituirla era ‘Neneta’.

El cabecilla de la conspiración no era otro que el duque de Léjara, que se quedó lívido cuando Victoria Eugenia le mandó llamar a sus aposentos y le dijo “sé que estás detrás de esta conspiración, yo no puedo castigarte, pero Dios te castigará”. Tal fue el impacto de las palabras de la Reina que cayó fulminado al suelo de la estancia, de la que salió cadáver. Aquel suceso sólo sirvió a la Reina para granjearse aún más la enemistad de quienes la rodeaban y que aumentasen los comentarios sobre ella.

La soledad de una Reina

“No tuvo amigos en España y chocaba constantemente con el Rey”, cuenta Eyre, que tras dos años de investigación y uno de escritura ha adquirido un conocimiento más profundo de la abuela del Rey Juan Carlos. Dice la autora que ella “era una mujer culta de ideas liberales”, todo lo contrario a él. Su gusto por la moda y las joyas hizo que las damas de la corte la apodasen despectivamente ‘la pava real’, y el Rey se burlaba de ella en público martirizándola y culpándola por las enfermedades y discapacidades de sus hijos.

“Su vida fue una tragedia de principio a final”, comenta Pilar Eyre, “empezó a liberarse en el exilio”, una huída que comenzó con una fotografía en la que aparecía fumando, algo que no gustaba a su marido. Hay quien, incluso, considera esa imagen un símbolo de desafío y de la libertad con la que actuaría a partir de ese momento, llevando la vida que no había llevado hasta entonces. Sin embargo, la apatía y la depresión la acompañaron aún durante un tiempo, ya que, ni tan siquiera podía respaldarse en su fe.

Cuenta Eyre que “se convirtió forzada al catolicismo”, aunque, al parecer, “se arrepintió toda la vida”. Casi desde el momento de su conversión, que tuvo lugar en una tétrica ceremonia de abjuración basada en los ritos creados por la Inquisición unos siglos antes. Una ceremonia, previa al matrimonio en el que “había cilicios” y una serie de rituales de afirmación católica.

Sólo le quedaban sus convicciones morales, que no traicionó ni aún a sabiendas de las continuas infidelidades de su marido y de la conspiración de los nobles en su contra. Así afirmaba la Reina, nacida en el castillo de Balmoral, que “cuando yo quiero, quiero para toda la vida”. Y de esta forma lo cumplió, al menos de forma oficial, porque nunca se ha tenido constancia de que tuviera un amante ni que existiera otra pareja que no fuera el Rey en la vida de esta princesa, que entró a formar parte de la Familia Real española como Reina consorte.

Muchos años después otra mujer llegaría al mismo trono que ella dejó para irse al exilio. También extranjera, tampoco del agrado de los nobles, pero que supo hacerse su hueco en España. La Reina Sofía, con la que, salvando las distancias, “hay un cierto paralelismo” en algunos ámbitos. Las dos eran princesas europeas nacidas fuera de España, que no dominan el español, de costumbres y educación británicas y con escaso gusto por la fiesta taurina. Además, ambas se han volcado en sus nietos, la una en su casa en tierras suizas cuando acudían a verla y la otra en los jardines de Zarzuela o surcando el Mediterráneo en el ‘Bribón’.

“Mi marido, en estos momentos, se está acostando con otra mujer. Sus manos largas y huesudas, sus dedos manchados de nicotina habrán tirado con brutalidad la colcha de raso de color verde de la cama al suelo y, mientras se va desabrochando el cinturón, estará besando a Neneta en el hombro”. Con estas líneas arranca Ena. La novela, la historia de la Reina Victoria Eugenia de Battemberg, una mujer incomprendida que luchó durante todo su matrimonio por recuperar el amor de su marido, un cariño que quizá nunca tuvo.