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Pertegaz, el maestro de la costura que odiaba los imperdibles
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fallecía este sábado a los 96 años

Pertegaz, el maestro de la costura que odiaba los imperdibles

Hasta hace unos años, Pertegaz seguía recibiendo a sus íntimos en su Torre de San Jaime. Se trataba de una masía situada a una hora de Barcelona

Foto: El diseñador, en su última aparición pública (Luis Romo)
El diseñador, en su última aparición pública (Luis Romo)

Hasta hace unos años, Pertegaz seguía recibiendo a sus íntimos en su Torre de San Jaime. Se trataba de una masíasituada a una hora de Barcelona que convirtió en su retiro. Ese era el único sitio donde los que traspasaban ese umbral lo hacían como amigos, ya fueran periodistas, banqueros, artistas o damas ilustres, que lloraban sus amores prohibidos al hombre de manos mágicas que las convertía en princesas con sus espectaculares vestidos de fiesta. Don Manuel, Manu o Pertegaz a secas, era el maestro pero también el cómplice que escuchaba a esas clientas que buscaban no sólo el consejo profesional sino también el afectivo. Él era un confidente al que varias editoriales le propusieron escribir sus memorias, rechazando siempre la oferta. “Lo que puedo contar ya se sabe y lo que interesa forma parte de la intimidad de estas cuatro paredes”, decía, señalando con el brazo estirado como la estatua de Colón que preside la plaza del Portal de la Paz en Barcelona. Le gustaba pasear por su ciudad y escuchar a la gente, y le alteraba profundamente la mala educación, los gritos y esos reporteros audaces que pretendían entrevistarlo a pie de calle cuando se convirtió en el elegido por la periodista Letizia Ortiz para que la vistiera el día que se convertiría en princesa de Asturias.

No era fácil conseguir una cita pero, cuando abría las puertas de su taller y te dejaba pasar a su reino, todo resultaba armonioso y fácil. Como hombre hecho a sí mismo, exigía profesionalidad y por lo tanto era imprescindible ir bien documentado so pena de liquidar el encuentro en cinco minutos. “¿Cómo me pueden preguntar que a quién he vestido?”, decía con esa voz característica que subía o bajaba de tono dependiendo de su estado de ánimo o de la cuestión que se estuviera tratando. Por ejemplo, ignoraba los temas que tenían que ver con la intimidad de sus clientas pero sí le gustaba alabar la manera de ser de una o de otra. Adoraba a la condesa de Romanones, de la que decía que era “una de las mujeres con más clase que he conocido. La que me presentó a Jacqueline Kennedy y Audrey Hepburn. Aline junto con Bibis Salisach han sido mujeres muy fáciles de vestir. Todo les sentaba bien”. Decía que el problema con ellas era que le “secuestraban” el día. “Cuando venían mi gente sabía que no se daban más citas. Después de las pruebas nos quedábamos hasta tardísimo charlando”.

De la reina saliente, a la que vistió durante años, sólo destacaba que “el color que mejor le sienta es el azul”. Era lo máximo. Nuca se supo que sucedió para que doña Sofía dejara de visitarlo. Cuenta la leyenda que la pérdida de una joya durante una de las pruebas fue el desencadenante de la ruptura. El modisto aseguraba que en su casa no se perdía nada y que en el caso de que tal cosa sucediera, se encontraba enseguida. Verdad o no, el caso es que la firma del costurero no volvió a formar parte del ropero de la reina. Décadas después, fue la propia doña Sofía la que recomendó a su futura nuera que lo eligiera como su gurú de boda.

Pertegaz, junto con Balenciaga, formaron parte de esa lista prodigiosa de modisto de alta costura que convirtieron la moda en arte. Recibió el Oscar de la moda en la universidad de Harvard y mostraba orgulloso las fotos de ese día. Rememoraba en las entrevistas cómo su padre, al que al principio no le gustaba que su único hijo varón se ganase la vida cosiendo “para mujeres”, las tenía enmarcadas. Su madre siempre fue su gran aliada. Decía que heredó el buen gusto que en ella era innato.

No soportaba las estridencias, las mujeres adornadas como árboles de Navidad y los imperdibles. En una de las ocasiones en que acudí a su taller para entrevistarlo, tuve la suerte de que se desprendiera un botón de mi blusa. Al pedir a su ayudante un imperdible, Pertegaz saltó como un resorte. “Eso nunca, las señoritas no llevan imperdibles”. Pidió aguja e hijo y cosió él mismo el botón. Después seguimos con la entrevista como si nada… Así era el maestro: impulsivo, generoso y elegante y la blusa, un icono.

Hasta hace unos años, Pertegaz seguía recibiendo a sus íntimos en su Torre de San Jaime. Se trataba de una masíasituada a una hora de Barcelona que convirtió en su retiro. Ese era el único sitio donde los que traspasaban ese umbral lo hacían como amigos, ya fueran periodistas, banqueros, artistas o damas ilustres, que lloraban sus amores prohibidos al hombre de manos mágicas que las convertía en princesas con sus espectaculares vestidos de fiesta. Don Manuel, Manu o Pertegaz a secas, era el maestro pero también el cómplice que escuchaba a esas clientas que buscaban no sólo el consejo profesional sino también el afectivo. Él era un confidente al que varias editoriales le propusieron escribir sus memorias, rechazando siempre la oferta. “Lo que puedo contar ya se sabe y lo que interesa forma parte de la intimidad de estas cuatro paredes”, decía, señalando con el brazo estirado como la estatua de Colón que preside la plaza del Portal de la Paz en Barcelona. Le gustaba pasear por su ciudad y escuchar a la gente, y le alteraba profundamente la mala educación, los gritos y esos reporteros audaces que pretendían entrevistarlo a pie de calle cuando se convirtió en el elegido por la periodista Letizia Ortiz para que la vistiera el día que se convertiría en princesa de Asturias.

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