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Ortega Cano: “Se me han ido las mujeres de mi vida”
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Ortega Cano: “Se me han ido las mujeres de mi vida”

Estas navidades serán muy tristes para José Ortega Cano. El lunes, a las siete de la mañana, moría su madre a los 80 años tras sufrir

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Ortega Cano: “Se me han ido las mujeres de mi vida”

Estas navidades serán muy tristes para José Ortega Cano. El lunes, a las siete de la mañana, moría su madre a los 80 años tras sufrir un deterioro físico que la había obligado en la última temporada a entrar y salir del hospital con demasiada frecuencia. Los últimos días, y tras una aparente mejoría, la trasladaron de la UCI a una habitación donde recibía la visita de sus hijos y siempre uno -normalmente Conchi o Mari Carmen- se quedaba con ella por la noche. La levísima recuperación hizo pensar a la familia que doña Juana podría superar como otras veces su enfermedad. Aunque según me contaba el torero “era una mujer de una gran fuerza, pero estaba ya muy mal”. Vestido de negro -camisa, corbata, traje- Ortega recibía a los amigos en la sala del tanatorio donde reposaba la matriarca del clan. Muy entero y lleno de tristeza me decía: “Me he quedado sin las dos mujeres de mi vida”.

Efectivamente, doña Juana lo fue todo para su hijo y para el resto de la familia, pero sobre todo para el torero. Contaba que cuando por fin José triunfó fue para ella un momento agridulce. Por un lado, porque sabía de la lucha y del enorme esfuerzo que suponía llegar a ser cabeza de cartel. Por otro, la angustia de muchas tardes taurinas hasta recibir la llamada que le decía “madre, estoy bien”. Y esta costumbre no varió ni cuando se casó con Rocío, que nunca reclamó ese primer toque de teléfono.

Hasta el día de la boda en Yerbabuena, doña Juana se encargaba de todo lo referente al hijo. De hecho, en el chalet de Aldea del Fresno donde vivía hasta que salió de allí para casarse con ‘La Mas Grande’, la madre continuó guardando álbumes con recortes, carteles, fotos, reseñas… y algunos vestidos de torear. También esta casa fue un punto de referencia cuando al morir Rocío no tenía muy claro donde quería montar su cuartel general con sus hijos Gloria y Fernando. Incluso mandó rehabilitar la zona superior de la vivienda para adecuarla a los nuevos tiempos. Después prefirió instalarse en la finca donde los niños se acomodaron perfectamente y donde la “abuela” pasaba largas temporadas.

A pesar de su edad era una mujer muy vital y Ortega se sentía mucho más tranquilo cuando se marchaba y quedaba su madre al cuidado de todo, aunque sólo fuera de una forma testimonial porque “ya no está para líos, que ya trabajó lo suyo para sacarnos adelante”. No le gustó la vuelta a los ruedos, tras la muerte de su mujer, pero también sabía que era la mejor terapia para curarle el alma. Ella era incapaz de pedirle al hijo que no volviera a torear. En cambio, sí se puso firme cuando tras regresar de hacer el Camino de Santiago le vio con una barba de quince días: “Quítate eso, que te hace muy mayor”. Y José se afeitó.

Doña Juana era el centro de la familia y la encargada de relatar a los extraños los “sucedidos”. Por ejemplo, como José ganó las primeras 200 pesetas siendo aún un chavalito en una plaza de quita y pon en Talamanca del Jarama. “Le tuve que quitar a mi madre la idea de ponerlas en un marco porque ella, muy orgullosa, quería que todas las vecinas cuando entraran en la habitación lo vieran. Y con la necesidades que había en casa”, contaba el maestro cuando le pregunté hace tiempo por anécdotas juveniles.

Cuando se quedó viuda se volcó en los hijos, y luego en los nietos. Y ellos, con la vida solucionada, le hicieron la vida más agradable. Conchi, la mayor de las hijas, me contaba cómo en el último año le gustaba acercarse a la peluquería que regenta en San Sebastián de los Reyes y pasar la mañana o la tarde, según se terciara. “Después nos íbamos a tomar algo. Le gustaba mucho la tónica, por las burbujas”, decía.

La familia tenía previsto organizar las fiestas navideñas en función de cómo se encontrara la matriarca. José subiría de Yerbabuena con los niños para estar todos juntos. Ahora ya no sabe qué hará. Malos momentos para el maestro. Como él mismo me decía: “Se me han ido las mujeres de mi vida”.

Estas navidades serán muy tristes para José Ortega Cano. El lunes, a las siete de la mañana, moría su madre a los 80 años tras sufrir un deterioro físico que la había obligado en la última temporada a entrar y salir del hospital con demasiada frecuencia. Los últimos días, y tras una aparente mejoría, la trasladaron de la UCI a una habitación donde recibía la visita de sus hijos y siempre uno -normalmente Conchi o Mari Carmen- se quedaba con ella por la noche. La levísima recuperación hizo pensar a la familia que doña Juana podría superar como otras veces su enfermedad. Aunque según me contaba el torero “era una mujer de una gran fuerza, pero estaba ya muy mal”. Vestido de negro -camisa, corbata, traje- Ortega recibía a los amigos en la sala del tanatorio donde reposaba la matriarca del clan. Muy entero y lleno de tristeza me decía: “Me he quedado sin las dos mujeres de mi vida”.

José Ortega Cano