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Primer año sin Isabel II: éxitos, controversias y luchas internas no resueltas en los Windsor
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FAMILIA REAL BRITÁNICA

Primer año sin Isabel II: éxitos, controversias y luchas internas no resueltas en los Windsor

El 8 de septiembre de 2022, la reina Isabel fallecía en el castillo de Balmoral. La vida de su familia ha cambiado desde su fallecimiento, y se enfrenta a numerosos retos

Foto: Las damas de la familia real británica, en el funeral de Isabel II. (Reuters/Pool/Adam Gerrard)
Las damas de la familia real británica, en el funeral de Isabel II. (Reuters/Pool/Adam Gerrard)

No es ningún secreto que, en junio del 2022, cuando Isabel II cumplió 70 años en el trono y se convirtió en la monarca más longeva de la historia de Inglaterra, la soberana se hizo la pregunta que en la corte provocaba escalofríos: "Y después de ella, ¿qué?". Las imágenes que se vieron en su jubileo, con las calles atestadas de gentes y una reina sonriente (que incluso se había animado a protagonizar un simpático vídeo con el osito Paddington), estaban diseñadas para hacer creer que la monarquía gozaba de una salud de hierro.

En el balcón de palacio, junto con la reina aparecieron Carlos y Camila sonrientes, Kate y Guillermo exultantes y los niños Cambridge risueños y felices (con el pequeño Luis haciendo de las suyas). Pero en Buckingham sabían que la realidad no era tan encomiable y la propia Isabel II era perfectamente consciente de lo que había tras la fachada de oro que sus asesores se afanaban por proyectar.

Desde hacía meses, los datos de las encuestas no daban tregua. La soberana gozaba de una popularidad exultante, pero Carlos no acababa de gustar como rey, su popularidad no llegaba al 45% (y la de Camila era del 33%); solo el 32% lo prefería como monarca frente a su hijo Guillermo; y, lo que era mucho peor, la imagen de la Corona estaba en entredicho tras la entrevista de Harry y Meghan con Oprah Winfrey y, sobre todo, tras los escabrosos escándalos del príncipe Andrés, acusado de haber presuntamente abusado sexualmente en varias ocasiones de una menor, Virginia Giuffre, dentro de la trama Epstein.

placeholder La reina Isabel, en su jubileo junto a Carlos III, Kate, Charlotte y Louis. (Reuters)
La reina Isabel, en su jubileo junto a Carlos III, Kate, Charlotte y Louis. (Reuters)

Poco se podría haber imaginado entonces que, un año después de su muerte, las cosas le van sorprendentemente bien a la institución (otra cuestión es lo que se cuece entre bambalinas). Según una reciente encuesta de YouGov, el 62% de los británicos consideran que el país debería seguir siendo una monarquía y, lo que es aún mejor para Buckingham, el 59% de los encuestados creen que Carlos está haciendo un buen papel como rey. De hecho, un 60% tiene una buena imagen de él, un dato impensable tan solo un par de semanas antes de convertirse en soberano.

Foto: La princesa Ana, junto a Carlos y Camila. (Reuters/Russell Cheyne)

Las cosas parecen sonreírle a Carlos: la prensa, que durante años lo ha vilipendiado sin piedad, ahora lo ensalza y, según varias fuentes, se siente bastante feliz y cómodo en su nuevo papel como monarca, aunque él mismo reconoce que la carga de trabajo es mayor de lo que había pensado. Era un secreto a voces que Carlos era un tipo muy trabajador, pero errático y no siempre eficiente. Podía dedicarles largas horas a los temas que verdaderamente le apasionaban, como la defensa del medioambiente o la mejora de las zonas urbanas marginales, pero en Whitehall muchos se habían quejado de que no siempre leía los informes que le enviaba el Gobierno.

En varias biografías se había publicado que su oficina era bastante caótica, con cajas con papeles apiladas y cartas sin abrir durante meses. Incluso se sabía que, en los viajes oficiales, hacía cambiar la agenda de forma repentina y sin que hubiera demasiado margen para la improvisación, solo porque se empeñaba en ir a algún sitio distinto o había cambiado de planes repentinamente. Ahora, sin embargo, parece que se está obligando a ser más disciplinado y se ha filtrado que muchos días se queda hasta altas horas de la noche leyendo papeles que le envían desde Downing Street.

Una transición que se llevaba años preparando

¿Cómo se ha obrado semejante cambio en solo doce meses? Gracias a una mezcla de profesionalismo, mucha preparación y una pizca de suerte, podríamos decir. Por no decir que Isabel II se dedicó en los últimos meses a dejar la institución lo mejor preparada para lo que, en jerga interna de Buckingham, se denominaba The Transition, la transición.

Aunque pocos fuera de palacio lo supieran, The Transition no comenzó, como podríamos imaginar, el día 8 de septiembre del 2022, cuando murió Isabel II, sino el 9 de abril del 2021, cuando falleció el duque Felipe de Edimburgo a los 99 años de edad. En Buckingham se sabía que ese deceso marcaría una especie de retirada de la reina, aunque no abdicación (Isabel II siempre aseguró que jamas abdicaría).

placeholder La reina Isabel II, con su marido. (Reuters)
La reina Isabel II, con su marido. (Reuters)

A partir de ese día, Carlos pasó a hacerse cargo de más ceremonias, le tocó viajar más y representar con mayor asiduidad a su madre. Los equipos de Buckingham y de Clarence House, residencia oficial del entonces príncipe de Gales, empezaron a coordinarse mejor, cosa que no siempre había sido sencilla hasta entonces: era público y notorio que las relaciones no siempre habían sido todo lo fluidas que cabría haber esperado.

Carlos se convirtió en una especie de 'deputy king', una suerte de virrey o de rey de facto. El objetivo era comenzar a dar al paso a la siguiente generación y, además, se pensaba —o, más bien, se deseaba— que la imagen de Carlos ejerciendo más papel institucional sirviera para reflotar su popularidad. Este último objetivo, sin embargo, no se consiguió del todo: una serie de escándalos echaron por tierra todos sus esfuerzos.

En febrero del 2022, se publicó que la policía metropolitana de Londres estaba investigando un presunto caso de aceptación de fondos de Carlos a cambio de prometerle a un ciudadano saudí un titulo honorífico (Clarence House negó rotundamente los hechos). Unos meses más tarde, se dijo que podría haber aceptado un maletín repleto de dinero de un antiguo primer ministro de Qatar (de nuevo Clarence House lo negó). Lo peor, sin embargo, llegó en agosto: el 'Sunday Times' afirmó que podría haber aceptado una donación de un millón de libras esterlinas de dos hermanastros de Osama bin Laden.

El último gran sacrificio de Isabel II

Frente a semejante tormenta, los cortesanos se llevaron las manos a la cabeza y se temieron lo peor. También la reina comenzó a preocuparse seriamente. A pesar de que siempre se había pensado que Isabel llegaría a centenaria (su propia madre, la reina Elizabeth Bowes-Lyon, había muerto a los 101 años), a mediados del 2002 semejante posibilidad se veía cada vez más remota.

El mundo entero llevaba meses contemplando con preocupación cómo la soberana se iba consumiendo. Se habían limitado al máximo sus apariciones publicas y, cuando acudía a un acto, lo hacía con bastón y, muy contrariamente a lo que había sido su costumbre, aparecía muy maquillada.

Isabel II era muy consciente de que su vida —y su reinado— se apagaban y no le quedó más remedio que aceptar lo que siempre había querido evitar pensar: asumir que, aunque el país se declaraba monárquico, en realidad los británicos la querían a ella, pero no a la institución. Las cosas, temió, se pondrían muy difíciles una vez ella muriera, por lo que se dedicó a hacer lo que había tenido que hacer tantas veces: salvar la Corona o, cuando menos, dejarla lo mejor preparada posible.

Por ello, en su último año, Isabel II dio pasos que, tan solo unos años antes, hubiesen sido impensables. El mismo día en que cumplió 70 años en el trono, Isabel ordenó anunciar que, cuando llegase “el momento”, Camila sería conocida como “reina consorte”. En junio, nombró a su nuera Royal Lady de la Más Noble Orden de la Jarretera, la distinción heráldica más elevada del país. En paralelo, ordenó que se pusiera en marcha una agresiva campaña para apuntalar la imagen de Carlos y Camila. Los entonces príncipe de Gales y duquesa de Cornualles no pararon de protagonizar documentales elogiosos e incluso Camila posó para el 'Vogue' británico en julio, coincidiendo con su 75 cumpleaños.

placeholder Carlos III y Camila. (Reuters)
Carlos III y Camila. (Reuters)

En paralelo, Guillermo y Kate reforzaron su estrategia comunicativa. Isabel, una mujer mucho más ejecutiva de lo que parecía a simple vista, sabía perfectamente que lo mejor para la institución era que el público los viera como el verdadero futuro —a ellos y a sus tres hijos— y ordenó que se les diseñase una agenda potente. Los entonces duques de Cambridge se embarcaron en un plan de medios digitales que ya quisieran para sí muchas empresas: abrieron un canal en YouTube, su contenido en Instagram pasó a estar muy cuidado y el 29 de abril del 2021, cuando el matrimonio celebró su décimo aniversario de boda, dieron a conocer un vídeo simpático de ellos dos con sus hijos que había dirigido Will Warr, un experto en publicidad que había trabajado para las principales marcas del país.

Andrés, por el contrario, fue objeto de un tratamiento comunicativo de choque. Presionada por Carlos y por Guillermo, Isabel maniobró para que Andrés aceptara llegar a un acuerdo extrajudicial con Virginia Giuffre (cosa a la que, en principio, el príncipe se había negado). Según varios medios de comunicación, la soberana también podría haber aceptado asumir los costes del acuerdo (nunca se hizo oficial la cifra, pero se especuló que habría podido llegar a los 12 millones de libras esterlinas, unos 14 millones de euros). En febrero, Buckingham anunció que Isabel II había quitado a su hijo todos los títulos militares y el tratamiento de Alteza, lo que de facto lo expulsaba de la familia real. Al menos, en lo que se refería a su papel institucional.

Isabel demostró una vez más que, en lo que refería a la supervivencia de la monarquía, era implacable. Sin embargo, y para consternación de muchos dentro de Buckingham y de su propia familia, también dejó claro que Andrés, a pesar de todos sus defectos, seguía siendo su hijo favorito: en la ceremonia religiosa en Westminster para honrar la memoria de Felipe de Edimburgo, hizo que el duque de York la acompañara a su asiento. A nadie se le pasó por alto la simbología del momento: la reina perdonaba a ojos del mundo entero a su hijo o, como mínimo, dejaba claro que sería siendo un miembro destacado y querido de su familia.

Con Harry y Meghan también dejó astutamente la puerta abierta. Siempre se ha dicho que Harry era su nieto favorito y, aunque no era verdad (el honor siempre lo ostentó Peter, el hijo mayor de la princesa Ana), Harry estaba sin duda entre los preferidos. La reina siempre se había implicado mucho en la crianza de Guillermo y su hermano desde que murió Diana.

placeholder Harry y Meghan, durante su entrevista para Netflix.
Harry y Meghan, durante su entrevista para Netflix.

No hay duda de que a la soberana le había dolido sobremanera que Harry y Meghan dejaran The Firm, la empresa, el nombre con el que los royals se refieren a su trabajo. Tampoco hay dudas de que le disgustaba que Guillermo y Harry no se hablaran. A pesar de que el propio Harry reconoció en 'Spare', su libro de memorias, que Guillermo había intentado lanzar alguna rama de olivo, la verdad es que después de las escandalosas declaraciones de los Sussex a Oprah Winfrey —donde, entre otras cuestiones, se acusó a la familia real de ser racista—, los hermanos solo se comunicaban esporádicamente con algún mensaje de móvil. En el propio funeral de su abuelo, el duque de Edimburgo, la tensión entre ellos se podía cortar con un cuchillo.

Isabel II sabía que las relaciones entre ambos hermanos aún eran salvables y, en la celebración de su Jubileo de Platino, hizo que Harry y Meghan estuvieran presentes en algunos eventos. Pero el gesto, aunque bienintencionado, no logró mucho y la reina no vio cumplido uno de sus grandes deseos: ver a sus nietos reconciliados.

Un comienzo poco prometedor

Cuando, pocos segundos después de las siete y media de la tarde del 8 de septiembre del 2022, el presentador de los informativos de la BBC Hugh Edwards, ataviado protocolariamente con chaqueta y corbata negras, daba la triste noticia del fallecimiento de la reina Isabel II, el mundo entero se sumió en el luto y los cortesanos entraron en pánico.

A pesar de que la operación London Bridge, el nombre en clave para el funeral de la reina, llevaba décadas preparada y se había hasta ensayado, en palacio dio la sensación de que todo había sucedido demasiado repentinamente y de que se estaba improvisando sobre la marcha. Para empezar, ninguno de los hijos estaba con Isabel II en Balmoral y todos tuvieron que ir corriendo. Se cree que Ana y Carlos aún llegaron a tiempo, pero no los demás.

Carlos, además, parecía no dar pie con bola. Aunque llevaba décadas preparándose para ese momento —fue el príncipe de Gales que más tiempo pasó como heredero—, los nervios le jugaron una mala pasada y durante días se sucedieron una serie de metidas de pata que dieron pie a toda clase de memes jocosos. En especial, que todas las plumas que pusieron a su disposición parecieron no funcionar hizo que perdiera los nervios y pronunciara en público algún exabrupto. Si bien fue recibido con cariño —aunque no con excesivo entusiasmo— por los británicos, también alguno aprovechó para manifestarle su repulsa: en una visita a Micklegate, en el condado de York, incluso le tiraron huevos.

Durante días, Carlos pareció descolocado y los cortesanos temieron que se confirmaran sus peores presagios. No es ningún secreto entre quienes lo conocen que Carlos tiene una personalidad un tanto dual: cuando está a buenas es de una educación y afabilidad exquisitas, y resulta mucho más simpático y cercano de lo que parece a primera vista. Pero eso es solo cuando está de buenas. Cuando se tuerce, tiene un genio brusco, pierde los nervios a la mínima y chilla al primero que encuentra por delante.

Tiene una excesiva tendencia a la melancolía —algunos de sus colaboradores no han dudado en afirmar que se hunde en periodos casi depresivos— y puede resultar excéntrico hasta extremos delirantes. No solo exige, por ejemplo, que le cocinen huevos exactamente cuatro minutos, sino que demanda que, allá donde vaya, le lleven una caja de madera especial con seis tipos diferentes de miel. En cada desayuno le han de poner dos ciruelas aunque solo come una (así puede elegir) y no almuerza nada al mediodía.

Lo peor, sin embargo, es que el nuevo rey posee una historial larguísimo de meterse en berenjenales politicos: todo el mundo conoce, por ejemplo, sus ideas taxativas sobre la defensa del medioambiente, pero su encomiable activismo había sido a veces llevado al extremo. Carlos, entre otras meteduras de pata inexplicables para una persona de su rango, insultó durante décadas a arquitectos modernos que apostaban por diseños vanguardistas. Dijo, incluso, que algunos de ellos habían “destruido más Londres que la Luftwaffe”, en referencia a los bombardeos de la aviación nazi durante la Segunda Guerra Mundial.

Muchos en Buckingham temieron que, una vez en el trono, estas tendencias a decir lo primero que se le pasaba por la cabeza sin pensar en las consecuencias se agudizaran. Sin embargo, como por arte de magia, desde que es rey, su carácter se ha templado bastante y, hasta la fecha, no ha comentado nada fuera de lugar. Sorpresivamente, no ha dado ningún discurso grandilocuente sobre el medioambiente, algo que todos daban por hecho.

Muchos retos por delante

Carlos, de momento, ha seguido a pies juntillas el manual de su madre y no se ha salido de su papel estrictamente institucional. Fácil tampoco es que lo haya tenido: Liz Truss, la primera ministra que estaba en el cargo cuando él se convirtió en rey, duró poco en Downing Street; el país está sumido en una grave crisis económica y muy dividido políticamente tras el Brexit.

Los escándalos en su propia familia, además, no han parado ni un solo día de su corto reinado. Harry y Meghan tenían previsto semanas antes de que muriera la reina Isabel publicar un documental en Netflix sobre su experiencia —a su juicio, nefasta— como miembros de la familia real. Después vino el libro de memorias de Harry, un sinfín de entrevistas y un juicio tras otro con los que Harry está intentando poner a la prensa contra las cuerdas.

Todo parece indicar que los Sussex querían apuntalar su imagen —muy dañada—, pero el tiro les ha salido por la culata y, más que recuperar la popularidad perdida, ha servido para todo lo contrario: hundirlos aún más a los ojos de los británicos. En un breve espacio de tiempo, Harry ha pasado de ser el miembro más popular de la monarquía a ser uno de los peor valorados. En las últimas encuestas conocidas, tan solo está por delante de su tío Andres. Irónicamente, esto ha sido una bendición para Buckingham: cuanto más se hunden los Sussex, más se ensalza a los demás, en especial a Guillermo y Kate, pero también a Carlos y Camila.

Lo que supone un nuevo reto para la corte: la excesiva popularidad de los nuevos príncipes de Gales. En las encuestas, Guillermo ahora es el miembro más querido, y las antiguas críticas a su trabajo —algunos medios lo llegaron a acusar de ser un tanto gandul— han quedado ahora en el olvido. De Kate se habla en términos más que elogiosos a pesar de que no hace tanto ella también tuvo que hacer frente a voces que la tachaban de poco trabajadora y algo insulsa.

placeholder El príncipe Guillermo, junto a sus tres hijos. (Kensington Palace)
El príncipe Guillermo, junto a sus tres hijos. (Kensington Palace)

Gracias a su inteligente uso de los medios sociales —algunos de sus vídeos son auténticas obras de arte—, los príncipes de Gales se han consolidado como lo que Isabel quería: ser la cara moderna de la institución, la pareja que realmente podrá mantenerla viva y a flote. Pero Carlos y su camarilla podrían ver esta ventaja como una amenaza directa, y el nuevo rey —que siempre ha estado obsesionado con su popularidad— no quiere que, ahora que ha llegado su momento, nadie lo eclipse.

De momento, de cara al público todo son sonrisas, pero no hay duda de que, detrás de las bambalinas, no todo es tan bonito. Se sabe, por ejemplo, que Guillermo quiere definir mejor su papel como príncipe de Gales y se rumorea que le está exasperando que su padre no esté tomando decisiones al respecto. En las últimas semanas se han producido errores inexplicables que algunos achacan a malas artes. Que Guillermo no fuera a ver la final de la Copa Mundial de Fútbol femenino o que acompañara a su tío Andres a misa en Escocia son difíciles de encajar desde el punto de vista comunicativo.

No hay duda de que algo se cuece en la corte. Algunos medios británicos han llegado a publicar que, a finales de este verano, padre e hijo se han juntado en Balmoral para tratar de limar diferencias y trazar líneas de futuro.

Veremos qué nos tienen preparado.

No es ningún secreto que, en junio del 2022, cuando Isabel II cumplió 70 años en el trono y se convirtió en la monarca más longeva de la historia de Inglaterra, la soberana se hizo la pregunta que en la corte provocaba escalofríos: "Y después de ella, ¿qué?". Las imágenes que se vieron en su jubileo, con las calles atestadas de gentes y una reina sonriente (que incluso se había animado a protagonizar un simpático vídeo con el osito Paddington), estaban diseñadas para hacer creer que la monarquía gozaba de una salud de hierro.

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