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Baretos tan míticos como sus dueños
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Baretos tan míticos como sus dueños

Hay una generación de abuelos que aún regentan bares míticos adoptados por una modernidad que los pone en el mapa de la ciudad urgente.

Foto: FOTOS: ENRIQUE VILLARINO
FOTOS: ENRIQUE VILLARINO

Hay una generación de abuelos que todavía regentan bares míticos adoptados por una modernidad que los pone en el mapa de la ciudad urgente. Aunque el verdadero protagonista no es el bar, ni su clientela hipster, sino su dueño.

Algunos heredaron el bar de sus padres, otros llegaron a él por casualidad, otrosnunca persiguieron la fama hostelera sino que las cuentas cuadrasen a fin de mes. Sin embargo, para muchos experimentados dueños de bareses en su vejez cuando la cosa va bien, cuando la clientela les sonríe, cuando un puñado de jóvenes se fideliza extrañamente a sus tragos y convierte al gastado camarero en héroe. En la vida, algunos florecen al final y se convierten en algo que no saben bien si alguna vez lo desearon.Madrid, que necesita héroes, y los jóvenes, que necesitan bares (o litronas en parque, pero esto cada vez está más difícil), acaban por converger en bares secundarios, bares de viejo, elevando a su dueño a héroe local y mitificando el gotelé de las paredes y la vieja barra de zinc cuando es de zinc (o de madera de fábrica de muebles sesentera).

Un mutualismo feliz,como la mandrágora en el árbol o los peces rémora con el tiburón, alumbrada por las copas baratas y la sed de pátina en un mundo de plástico. La juventud manda y es imparable, aunque en muchos de ellos habite el deseo sádico de matar al mismo abuelo para quedarse con el bar y despachar tarta de zanahoria, pero en muchos bares se descubre que aquel que verdaderamente es joven y poderoso es el sexagenario que saca los quintos de la nevera.

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CASA CANDI

En los bares de la Palma (y me atrevería a decir que en todo Madrid) no hay ningún otro bar tan inusual como el de Candi. Este asturiano llegó a Madrid hace años para fundar un locódromo poderosísimo donde la fiesta se vive a diario y es él el que mejor se lo pasa. Por las tardes, Candi se va cargando el espíritu y animando el corazón para recibir a cualquiera desde la hora de la cena en una explosión de energía que hace de la barra espectáculo y de los parroquianos (hipsteristas en su mayoría), un público que se entrega con fervor a lo que allí sucede. La decoración ochentera pasará desapercibida en un sitio donde todo deja de ser verdad, la cordura se apea y la realidad se convierte en otra cosa nada más cruzar la puerta. Aquí siempre se celebra algo.

FM

Todo un clásico en las inmediaciones de la Filmoteca, el bar de Paco es una de las paradas obligadas de aquel Lavapiés reclamable que va muriendo como murió el Económico o el casa Montes. Junto a su perra Luna, tan vieja como él, que mira triste al cliente, con los ojos melancólicos y movimientos de anciana, Paco corta generoso alguno de los jamones salados que cuelgan del techo de este bar-casita, que abre cuando le da la gana, recibe al foráneo bajo un tejadillo y, a pesar de la temperatura, siempre hay calor humano. Paco fue ciclista y ha rodado bien la vida. Si te portas bien, te lo cuenta.

El PALENTINO

Casto, con su cara de Cristo penitente de la imaginería barroca, es uno de los héroes domésticos de la Malasaña última. Desde los ochenta, este bar ha sido símbolo del centro, por aquí ha sucedido la movida, han pasado yonquis, se han desecho roqueritos famosos y argentinos y también muy cañís. Los actores del vecino teatro, los artistas de Malasaña, los visitantes del barrio, los pijos que quieren gentrificarlo reformando pisos de viejos con síndrome de Diógenes, adoran al Palentino, con su espejo amarillento, sus pinchos servidos al fino dedo, sus cañas mágicas, sus precios de antes. Casto está a punto de jubilarse y con él se irá un trocito más de ciudad, quedando de nuevo malherida y expuesta a los bares inteligentes y sin corazón, a las licorerías de analfabetos, a los arqueólogos de lo vintage sin alma, a los chinos, a los cupcakes.

Hay una generación de abuelos que todavía regentan bares míticos adoptados por una modernidad que los pone en el mapa de la ciudad urgente. Aunque el verdadero protagonista no es el bar, ni su clientela hipster, sino su dueño.

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