Cudillero, el pueblo marinero perfecto para darte el ¿último? baño del verano
Su anfiteatro, que no tiene nada que ver con el romano, te dejará sin aliento. Es más, te llevará hasta las Cinque Terre italianas. Y sus casonas de indianos, a las Américas. En barco, por supuesto
Es inevitable acordarse de las increíbles pero ciertas Cinque Terre, de Vernazza o Manarola, allá en el mar de Liguria, cuando uno está en Cudillero, sobre todo, ante su imponente anfiteatro, que no es el Coliseo romano pero casi en cuestiones emocionales. La villa pixueta, digámoslo así (el pixueto es su dialecto), que Asturias siempre imprime carácter, no podía ser más evocadora. Te transportará vía imaginación también hasta Bossa, en Cerdeña, e incluso hasta Curaçao, en las Antillas holandesas, frente a Venezuela, salvando las distancias. Todo ello a causa del mar, porque no podía ser más marinera, y de los colores, que la hacen más pintoresca aún de lo que es. Como una Cuenca costera, por sus casas colgando de la montaña y sus callejuelas estrechas y empinadas que te sacarán una y otra vez a imponentes miradores (no te pierdas esta ruta) donde te acordarás de los abismos y sus vértigos.
Hay que reconocerlo, Cudillero lo tiene todo para alzarse como el pueblo más bonito de España. ¿Le darás tu voto? La encuesta Vanitatis será en diciembre. Como competidores, Frigiliana, Combarro, Cadaqués, Ribadesella, Trujillo, Zafra o Puebla de Sanabria. Nos vamos a la verde Asturias en busca del azul (el rojo, el amarillo, el verde...).
Del mar a la montaña (y a la ciudad) en un paso
Es lo que tiene Cudillero (Cuideiru, en asturiano), que está a la orillita del mar, con acantilados y playas en los alrededores por doquier, pero que te sitúa en una posición privilegiada para adentrarte en los paisajes montañosos de la región: desde Somiedo, ese lugar mágico de cumbres, lagos y bosques donde habitan los osos y los urogallos, hasta los majestuosos Picos de Europa, pasando antes por el Parque Natural de Las Ubiñas-La Mesa, otra reserva natural con altitudes superiores a los 2.400 metros, o la Reserva Natural de Barayo, al ladito de Luarca, cuyo estuario (atención a su sistema dunar) habitan las nutrias. Y luego tienes las bellas ciudades de Avilés, Oviedo y Gijón a un tiro de piedra.
Un anfiteatro que no es romano
Este nada tiene que ver con esos locos romanos, sino con la manera en la que se han ido disponiendo las casas en la peculiar orografía de la villa, como desparramándose hacia el mar pero sin querer desembocar en él. Casas de pescadores que, según dicen, están pintadas del color de sus barcas, lo que engorda su leyenda, y que circundan la plaza de San Pedro. Porque Cudillero, vaya por delante, es toda ella mar. Mar y pesca. No hay más que ver su puerto pesquero, por ejemplo, o escuchar la historia del curadillo, el manjar que inventaron los marineros pixuetos al dejar secar un pequeño escualo en las puertas de sus casas (no eran tiempos de frigoríficos).
Casonas de indianos y una quinta de aúpa
La quinta es la de Selgas, un lujoso (¿o tendríamos que decir suntuoso?) palacio decimonónico, al gusto de los hermanos Ezequiel y Fortunato Selgas, que no solo cuenta con fabulosos jardines (en plural), uno es francés, el otro inglés y un tercero italiano, invernadero incluido, sino también con cuadros de Goya, El Greco o Luca Giordano, el legado de la familia Selgas-Fagalde, y que se ve cuando se entra por El Pito, antes de llegar al rosario de casas indianas. No podemos ocultar nuestra inclinación hacia estas casonas de indianos, esos españoles que se aventuraron a finales del XIX y principios del XX a hacer las Américas y volvieron cubiertos de gloria y maravedís (es un decir). En alguna de ellas -te lo indicaremos luego- podrás quedarte a dormir.
El faro, destino de película
Un escenario de película el lugar donde se ubica este faro, que data de 1883, asomado al fiero Cantábrico y en un paisaje costero que es para fascinar. Y además se puede ir andando desde el puerto pesquero. Para confirmarse otra vez en la fe astur después de haberse bautizado uno en estas aguas, donde te podrás dar el último baño del verano o el primero del otoño, según. Que Cudillero tiene faro, tiene acantilados y tiene playas para aburrir. San Pedro, Concha de Artedo, Oleiros, Silencio o Aquilar, desde la que podrás poner rumbo hasta San Esteban de Pravia, dirección este, a donde llegaba antiguamente todo el carbón. Y si quieres ponerle a tu viaje más alegría aún, no dejes de conquistar, cual Maqroll el Gaviero, el Cabo Vidío, en la parroquia de Oviñana, dirección oeste, desde donde se ven la Estaca de Bares y el Cabo Peñas. Palabras mayores; de saltarse las lágrimas.
No solo mar: las brañas vaqueiras
Ese conjunto de prados y cabañas desperdigados en la zona más montañosa del concejo de Cudillero te dejarán tan con la boca abierta como el mar y todo lo suyo. Aquí no te tendrás que meter en la piel de un marinero, sino en la de un vaqueiro de esos que habitaban las montañas del centro y occidente del Principado, un territorio conocido, de hecho, como Comarca Vaqueira. Aquí los protagonistas eran estos ganaderos trashumantes, los llamados vaqueiros de alzada. Todo un viaje en el tiempo a bordo de un entorno, sea en honor a la sidra, embriagador. Te sentirás feliz entre tanta naturaleza.
Dormir como un indiano
Puedes hacerlo en la Casona La Sierra (desde 70 euros), situada entre Cudillero y Luarca, o en la Casona de la Paca, esta última propiedad del indiano José Martínez, que hizo las Américas, amasó fortuna, regresó a su tierra y quiso dejar huella con esta construcción que desde 1998 es un hotel (con encanto), rodeado de un jardín igualmente centenario, con magnolios, arces, camelias, araucarias y un roble que ya ha cumplido los 400 (años). Desde 85 euros la habitación doble.
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Es inevitable acordarse de las increíbles pero ciertas Cinque Terre, de Vernazza o Manarola, allá en el mar de Liguria, cuando uno está en Cudillero, sobre todo, ante su imponente anfiteatro, que no es el Coliseo romano pero casi en cuestiones emocionales. La villa pixueta, digámoslo así (el pixueto es su dialecto), que Asturias siempre imprime carácter, no podía ser más evocadora. Te transportará vía imaginación también hasta Bossa, en Cerdeña, e incluso hasta Curaçao, en las Antillas holandesas, frente a Venezuela, salvando las distancias. Todo ello a causa del mar, porque no podía ser más marinera, y de los colores, que la hacen más pintoresca aún de lo que es. Como una Cuenca costera, por sus casas colgando de la montaña y sus callejuelas estrechas y empinadas que te sacarán una y otra vez a imponentes miradores (no te pierdas esta ruta) donde te acordarás de los abismos y sus vértigos.
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