Es noticia
Menú
Crónica 14. 18 de agosto de 2013
  1. Estilo
  2. Ocio
SEGUNDO VIAJE AL EXTREMO ESTE DE EUROPA CONTINENTAL

Crónica 14. 18 de agosto de 2013

POR LA PISTA DE PECHORA Y FERRYEs difícil de entender que entre las ciudades de Uhkta y Pechora, que tienen casi 100.000habitantes cualquiera de ellas, no

Foto:

POR LA PISTA DE PECHORA Y FERRY

Es difícil de entender que entre las ciudades de Uhkta y Pechora, que tienen casi 100.000habitantes cualquiera de ellas, no exista una carretera como es debido, pero no la hay. La mayoría de las mercancías viajan por tren o por barco a través del propio rio Pechora. Aparentemente, solo aquello que por su tamaño no cabe en un vagón de carga, viaja por las pistas en las que estábamos. Ello provoca que sean pocos los camiones que pasan por aquí, pero los que lo hacen llevan cargas enormes como grandes palas retroexcavadores, remolques con combustible, maquinaria pesada, etc. Son unas bestias monstruosas, mínimo de tres ejes motrices con ruedas colosales, que se arrastran por estas pistas, dejando en el suelo unas cicatrices profundas, que hacen muy difícil el tránsito de vehículos más ligeros y especialmente de dos motos.

Llovió toda la noche en nuestro vivac, en algunos momentos con cierta intensidad. El material aguantó bien y no tuvimos problemas durante la noche.

Clarea a las 3 de la madrugada y nos levantamos a las 4 horas, después de haber dormido unas seis horas. Mientras desayunábamos cayó súbitamente una lluvia torrencial, que nos empapó.

Nos subimos a las motos a las 5 horas. Retomamos la pista y empezado a disfrutar de una conducción divertida, a pesar de la gran carga de material que llevábamos. Encontramos a varios camioneros que incluso nos pidieron hacerse fotos con nosotros. Fuimos preguntando persistentemente acerca del kilometraje pendiente hasta Pechora y llegaron a asustarnos. La respuesta media fue que faltaban unos 300 kilómetros hasta Pechora. Si nosotros ya habíamos hecho 50 kilómetros. Eso quería decir que donde habíamos calculado 250 kilómetros de pista, había en realidad 350 kilómetros.

Hubo incluso quién nos dijo que nos quedaban unos 500 kilómetros. Eso debía ser el efecto del vodka o un intento de desanimarnos, porque todo el mundo que nos veía en la pista y sabía algo de ingles decía “crazy, crazy”.

Teníamos que tomar una decisión. No parecía que pudiéramos llegar con la gasolina que llevábamos. Además por aquella pista no se ve a ningún coche, solo hay grandes camiones, que no pueden ofrecerte gasolina ni queriendo hacerlo.

Decidimos dejar escondida toda la gasolina que no necesitáramos para la vuelta, fijando su posición en los GPS y regresar a la gasolinera que estaba a principio de la pista a por más gasolina. Valoramos volver a repostar a Uhkta, unos 70 kilómetros más, porque esa gasolinera solo tenía gasolina de 92 octanos, lo que no debía sentarles demasiado bien a los apretados motores de nuestras motos.

Dejamos las botellas de coca-cola con seis litros y medio en total, escondidas y empezamos el regreso para hacer acopio de más gasolina.

Tratando de analizar objetivamente ahora aquella decisión, creo que fue correcta en base a la información de que disponíamos en aquel momento. Días después descubriríamos que fue un error, que nos costaría otro día. En realidad había solo 280 kilómetros de pista, esta vez medidos por nosotros y además pudimos comprar gasolina por el camino, en un puesto avanzado de trabajo, de una instalación eléctrica, que encontramos más o menos a mitad de camino, donde a tres veces su precio, nos vendieron 10 litros y nos ofrecieron agua y café gratis.

Volvimos a por gasolina. Viendo entonces que aquello nos retrasaba mucho, Tarek sugirió optar por tomar el ferry que estaba cerca, en Byrta a unos 100 kilómetros. Remontaríamos el rio Pechora y llegaríamos a la ciudad del mismo nombre, en 24 horas.

Así Io hicimos. Después de deshacer los 50 kilómetros de pista infernal, hacer otros 100 kilómetros de carretera hasta Byrta y luego otros 50 kilómetros de pistas, nos encontramos en un pequeño pueblo, desde el que se suponía que salía el ferry.

Aquello era un villorrio destartalado, perdido de la mano de Dios, con cabras por las calles y gentes tristes. Preguntamos a todo el mundo. Al final, un individuo con una moto con sidecar nos acompañó a lugar del que salía el ferry, pero aquello no era posible. Era una zona arenosa aledaña al rio, sin indicación ni estructura de ninguna clase. La única señal de que allí ocurría algo que no tenía que ver con el aquel pueblo, era la gran cantidad de basura acumulada. Sobre todo latas de cerveza y cristalinas botellas de vodka que sembraban vergonzosamente todo el suelo del lugar.

Allí nos quedamos. Eran las 14 horas. Fueron llegando coches, que para nuestra tranquilidad nos decían que había venido a tomar el ferry y allí se quedaban. Sorprendía la calidad y gama de los coches aparcados. Se fueron formando grupos entre los ocupantes de los distintos coches, que ponían la música en plan botellón, habrían el maletero de su coche y sacaban toda suerte de viandas, cervezas y vodka que intercambiaban muy generosamente con cualquiera. Estaba claro que venían preparados para cualquier contingencia. Hasta nosotros se acercaron a ofrecernos de todo. El menú principal era pepino y huevo duro con mucha sal y un lingotazo de vodka. Nos fuimos presentando y se mostraban desconcertados por el viaje. No había oído hablar nunca de nadie que hiciera ese viaje en moto, que a ellos les parecía imposible en cualquier medio.

Nos aseguraron que el ferry llegaría a las nueve de la noche, navegaríamos toda la noche en cubierta, unos dentro de sus coches y otros al relente como nosotros, y llegaríamos a Pechora a las nueve de la noche del día siguiente. Bueno, yo no había venido hasta aquí para pasar una noche romántica con mi futuro yerno en la cubierta de un ferry recorriendo el rio Pechora bajo la luna, por ameno que pudiera resultar, pero si eso nos permitía recuperar algo del tiempo perdido en la frontera, que fuera bienvenido.

Fuimos a comprar algo de comida en el único almacén del pueblo. Una habitación repleta de cosas que me recordaba los colmados de mi infancia. El turismo, desde luego, no es la especialidad de esta zona. Luego volvimos a la playa y esperamos la llegada del ferry. Hicimos un fuego para secar algo de ropa y fueron pasando las horas, mientras nuestros vecinos de playa estaban cada vez más animados, especialmente porque trataban de calmar con vodka, la sed que les provocaba tanto huevo duro con sal.

A las nueve de la noche Tarek y yo estábamos listos para subirnos al ferry, pero por allí nadie hacia preparativos de ninguna clase. Preguntamos y… “..el ferry no llegará hasta mañana a las 9 horas. Hay que dormir por aquí. Toma un poco de vodka…”

No podía ser. Habíamos aceptado esta opción para ganar tiempo y ahora se torcía. Los rusos, que parecían estar muy acostumbrados a estas sorpresas, se lo tomaban todo con asombrosa tranquilidad. Se encogían de hombros cuando les preguntabas si mañana era seguro que llegaría el ferry. Para compensar nuestro evidente desconsuelo, nos ofrecieron todo tipo de brebajes alcohólicos. Tarek no bebe y yo no estaba de humor para un botellón mientras esperaba nuestro ferry. Así que frustrados, decimos buscar un rincón en el desplegar nuestro vivac y empezar a descansar cuanto antes. Encontramos una pequeña casita desocupada, con un estupendo porche de madera que daba a la playa en la que debía llegar el ferry. Era perfecto. Empezamos a prepararlo todo y cuando estamos a punto de meternos en los sacos, se presentó una mujer menuda, limpia, con ropa muy occidental de no más de 55 años, reposada en sus formas, que a nuestro "niet parruski" nos soltó un interminable discurso en ruso, que agradecimos con una sonrisa. La mujer se fue hacia el grupo de nuestros amigos rusos y allí dio comienzo a una de las situaciones más grotescas que he vivido en mi vida. Subieron hasta donde estamos, la mujer y cuatro o cinco rusos. Muy bebidos, muy sonrientes, pero casi a empujones, dejaron nuestras motos junto a sus coches, el equipaje que no necesitamos lo guardaron en un camión y a nosotros nos llevaron al pueblo, acompañándonos y llevando ellos mismos nuestro equipaje, hasta la casa de la mujer, que resultó tener por nombre el de Ana y a la que alguno de los rusos parecía conocer y tratar con mucho afecto.

La falta de capacidad de comunicación, pero sobretodo la amabilidad, te hace cometer grandes tonterías como aquella. Tarek y yo íbamos haciendo nuestras reflexiones en el sentido como la gente por amabilidad puede incomodarte. Yo ya viví algo parecido en Syktivar el año pasado. ¿Qué hacemos si mañana nuestras motos no están, nuestro equipaje ha desaparecido y la tal Ana dice que nos colamos en su casa?

Bueno por fin llegamos a la casa de Ana. Tarek y yo conjeturábamos acerca de cómo sería la casa o de si sería simplemente un burdel rural con cabras, de aquel puerto a tres mil kilómetros del mar.

Antes de cruzar la puerta de aquella casa deberíamos haber dado media vuelta y dicho adiós a todo el mundo, se cabreara quién se cabreara. No dábamos crédito. La porquería rezumaba por todas partes. Palanganas repletas de peladuras de patatas a medio pudrirse, platos por lavar, el suelo lleno de botellas de vodka. Un síndrome de Diógenes de libro. Las camas en las que debíamos dormir tenían los muelles a la vista. Tarek y yo nos mirábamos sin dar crédito. Yo nunca había visto tanta, con perdón, tantísima mierda por centímetro cuadro en una casa y he estado en todo tipo de lugares en África, en el sudeste asiático. He estado hasta en Albania que es el mayor estercolero que he conocido. Aquella casa lo superaba todo. Los cabrones de nuestros amigos rusos se despedían de nosotros como si nos hubieran dejado en el Palace.

Hicimos todo lo posible para que nada de nuestro cuerpo tocara nada de aquella casa en toda la noche y descansamos como pudimos.

A las cuatro del lunes ya estábamos en pie tratando de salir de allí. Entonces se presentó una mujer joven, muy descarada, que por sus facciones debía de ser hija de tal Ana. A gritos nos pidió “rubli”. Yo ya no podía más, a gritos le dije que los rubli eran para Ana. Nos vestimos delante de ella, porque seguía gritando sentada en la cama, dándome palmaditas en la espalada. Salimos de nuestra habitación, que estaba separada de la cocina por una cortina y nos encontramos a Ana durmiendo entre varios colchones en el suelo, medio reclinada y sin responder a mis gritos. Su borrachera era monumental y casi no pudo responder a mis llamadas. Le dejamos 300 rubli encima, porque no pudo ni cogerlos y nos fuimos esperando recuperar la normalidad en cuanto viéramos nuestras motos y resto del equipaje sano y salvo.

Todavía no hemos entendido porque aquellos tipos amables y educados nos metieron en aquella pocilga que precian conocer.

Recuperamos nuestras cosas y nos tranquilizamos.

Eran las cinco de la mañana del lunes y estábamos esperando un ferry que no llegaría…

POR LA PISTA DE PECHORA Y FERRY

Gasolina
El redactor recomienda