Érase una vez dos hadas que creaban vinos excelsos en una bodega mágica de Ribera del Duero
Esta es la historia de Yolanda y Carolina García Viadero, dos hermanas que transformaron una cooperativa decadente en una de las bodegas más admiradas de Ribera del Duero. Su historia habla de rigor, intuición y excelencia
Carolina y Yolanda García Viadero son el alma de Valduero, una de las bodegas más prestigiosas dentro y fuera de nuestro país. (Rodrigo Arnáiz)
Esta es la historia de dos mujeres excepcionales que, partiendo de cero, sin herencias —ni económicas, ni de bagaje familiar— han sabido crear un pequeño gran imperio consagrado a la excelencia en torno a la planta más noble y abnegada que habita la faz de la Tierra. Dos hermanas unidas por una pasión: el vino. Dos socias telúricas, cultas y sofisticadas que caminan enarbolando la bandera de la lealtad. Dos hadas en un paraje mágico con forma de bodega que merecen un cuento luminoso, un híbrido entre Beatrix Potter —con su naturaleza educada y escenarios bucólicos—, Astrid Lindgren —a lo Pippi Calzaslargas, quintaesencia de la libertad, el humor y la imaginación como motor del cambio— y Antoine de Saint-Exupéry —porque la luz espiritual, la inocencia y el amor son, y siempre serán, innegociables—.
Érase una vez un viñedo alto, cerca de Gumiel de Mercado, un pueblecito de la provincia de Burgos de apenas trescientos habitantes, en el que dos hermanas…
Fundada en 1984 en pleno corazón del Ribera del Duero, Bodegas Valduero nació del empeño de estas dos hermanas y de su padre. Él, Gregorio García Álvarez, ingeniero industrial, y ellas, Yolanda y Carolina García Viadero, ingeniería agrónoma —máster en enología— e historiadora del arte, respectivamente. En aquella época, en la que solo había ocho bodegas en la zona y la Denominación de Origen Ribera del Duero aún daba sus primeros pasos —se había fundado en 1982—, las hermanas apostaron por una viticultura exigente y artesanal: viñedos en vaso, sin riego y rendimientos mínimos de entre 3.000 y 4.000 kilos por hectárea. Esa filosofía de respeto por la tierra y búsqueda de la excelencia guía su camino desde entonces.
En 1989 comenzaron a plantar sus propios viñedos de tempranillo en altitudes de entre 800 y 900 metros, lo que confiere a sus vinos una personalidad marcada por el clima extremo y los suelos pobres de la zona. En 1990 elaboraron el primer vino blanco de la denominación —un albillo—, adelantándose a su tiempo y obteniendo reconocimiento internacional antes incluso de que la D.O. lo admitiera oficialmente.
La bodega creció fiel a sí misma abrazando tradición y modernidad. En 2006 comenzaron la construcción de una catedralicia galería subterránea excavada a treinta metros de profundidad para que reposasen sus vinos de larga crianza. Hoy producen unas 380.000 botellas anuales, distribuidas en más de 75 países, manteniendo su negativa a incrementar el volumen más allá de lo que permite la tierra. Porque en verdad, todo hay que decirlo, estas hadas también pueden ser un poco cabezotas.
Bodegas Valduero, desde 1984. (Rodrigo Arnáiz)
Dejamos la carretera provincial BU-1102 desviándonos a la derecha. Un gran dolmen de piedra caliza —traído de unas canteras de Aguilar de Campoo— nos deja claro que estamos entrando en un mundo diferente. Tras el impresionante monolito se sucede una carretera, serpenteante y cuesta arriba, flanqueada por más dólmenes, ya no tan grandes. Por un instante nos imaginamos dentro de una postal toscana en la que las piedras ejercen de cipreses.
Llegamos “en el mejor momento”, en la tercera semana de octubre, cuando toda la uva, “por fin”, ha sido cosechada. “El resto del año vivimos en un ay, mirando al cielo, rezando para que no caiga pedrisco. La cosecha es una locura, puro frenesí. Pero ahora, en este momento en el que el vino está empezando a nacer, es cuando somos, por así decirlo, relajadamente felices”, nos cuenta Yolanda García Viadero (Madrid, 1962), enóloga y hada copropietaria de Valduero. “La cosecha es como estar en el frente y el resto del año, un no parar en pos de esa infinidad de detalles que harán que el vino resulte excelente”.
Todo en Valduero gira en torno a una ‘plaza central’ con una parte abierta, la del aparcamiento. A la derecha, las oficinas y una preciosa nave de hierros tipo Eiffel que sirve de bienvenida para los muchos amigos del vino que cada año visitan el lugar. Enfrente, una montañita rematada por una orgullosa cabaña de piedra en la que tienen lugar comidas y catas que elevan el alma; en las entrañas de esa cima, kilómetros de galerías velan por el reposo perfecto de los vinos más especiales y, por tanto, más caros.
A la izquierda, otra montaña —levantada por las hermanas y su padre— en la que se esconden tres impresionantes túneles destinados a recepcionar los racimos, despalillar la uva a mano, trasvasar el líquido a los depósitos donde comienzan las fermentaciones y maceraciones, la crianza en barricas de hasta siete tipos de maderas, el embotellado y la maduración en botella. Por si fuera poco, la montaña mágica de Valduero, con piel de precioso jardín vertical de arbustos y plantas locales, contiene un museo en el que se muestra la colección ‘El arte de Valduero’, de la que hablaremos más adelante.
La montaña artificial de Valduero alberga una moderna bodega. El periodista Fruela Zubizarreta, atento a las explicaciones de Carolina García Viadero. (Rodrigo Arnáiz)
Yolanda es reclamada. Entra en escena Carolina García Viadero (Madrid, 1965), el otro cincuenta por ciento de Valduero, la historiadora que abrió brecha —viaje a viaje— en el mercado internacional. Carolina, además de generar conversaciones fascinantes, es una gran comunicadora y relaciones públicas. Es la hermana que logró que el crítico de ‘The New York Times’ probase uno de sus vinos —erre que erre— para bendecirlo sin medias tintas y conseguir así un “articulito” de prensa que se convirtió en la llave maestra que, ahora sí, abrió todas las puertas del gran mundo.
“Aquí arriba el estrés hídrico es total”, explica Carolina mientras paseamos entre los viñedos. El viento sopla entre cepas viejas, algunas plantadas hace más de cuarenta años. “Por encima de 920 metros no crece nada, pero lo que se da aquí nos regala una intensidad increíble”. La altitud y la escasez de agua explican la calidad, a lo que añadiremos viñedo en vaso, sin riego, sin fertilizantes y sin sulfatos. “No porque queramos una etiqueta ecológica, sino por convicción. Los hongos necesitan calor y humedad; aquí no tienen ni lo uno ni lo otro”.
El resultado son rendimientos muy bajos —entre 3.000 y 4.000 kilos por hectárea frente a los 8.000 que permite el Consejo Regulador— y una viticultura manual y paciente. “Todo es a mano, desde la poda hasta la selección de racimos. No hay maquinaria. Para algunos vinos, como el Valduero 12 años, solo dejamos tres o cuatro racimos por planta”, apunta. Esa radicalidad productiva tiene una consecuencia: cuando la cosecha no alcanza el nivel que se autoexigen, simplemente no elaboran. “En 2013 no embotellamos. Vendimos el vino a granel. No era una añada Valduero”.
De la puntera bodega a las galerías ganadas a la montaña por amor al vino. (R. Arnáiz)
En el horizonte, la montaña artificial de hormigón, que por dentro nos recuerda al metro de Bilbao, el metro de Foster —si bien la inspiración se la dieron a Yolanda los túneles de Guadarrama—. Esta elegante roca madre, protegida por casi diez metros de arcilla y suelo orgánico, nos incita a cien preguntas más. “Nos metimos bajo tierra por puro sentido común”, resume Yolanda. “Mantener 12 grados de temperatura y 85% de humedad todo el año en superficie era condenarse a pagar tremendos recibos de luz de aquí a la eternidad. La montaña actúa como un botijo natural, absorbiendo y liberando humedad sin necesidad de energía”. El proyecto lo dirigió su padre, Gregorio, el ingeniero, que convirtió la idea en una obra exacta, sobria, eficiente. “Fue una construcción faraónica, pero calculada al milímetro. Todo salió en tiempo y coste”, cuenta su hija con orgullo.
"No queremos crecer más. Producimos 380.000 botellas y con eso basta. Es lo que da esta tierra. Más sería traicionarla"
La conversación deriva, inevitablemente, hacia la vendimia en estos tiempos de inteligencias artificiales. “Hoy está muy bien pagada y completamente regulada”, subraya Carolina. En Valduero todo se hace bajo supervisión directa de las hermanas. “Cada categoría de vino se decide sobre el terreno, viñedo a viñedo, porque cada año el viñedo te ofrece algo distinto”.
El trasiego de operarios es constante. Llama poderosamente la atención la pulcritud del lugar pese a lo mucho que allí está pasando. “El vino está naciendo, y eso siempre es emocionante”, comentan con devoción.
Bajo tierra o a plena luz, la filosofía de Valduero es la misma: sentido común, respeto al entorno y una obstinada fidelidad a la calidad. “No queremos crecer más”, insiste Carolina. “Producimos 380.000 botellas y con eso basta. Es lo que da esta tierra. Más sería traicionarla”.
Yolanda García Viadero, genio y figura. (Rodrigo Arnáiz)
Vuelve a escena Yolanda, la nariz de Valduero. Hablando de la longevidad en el vino, ambas hermanas concluyen que en Ribera del Duero los vinos que envejecen de verdad dentro de la botella, los que siguen vivos décadas después de su cosecha, “solo se encuentran en dos bodegas: Vega Sicilia y Valduero”. Y no lo dicen por arrogancia, sino con la certeza de quien ha visto envejecer las añadas del 89 o del 91 y las han disfrutado con todo el vigor, sin rastro de cansancio. “Nuestras botellas siguen vivas”, repiten. Vinos bien nacidos, con estructura y equilibrio, que sobreviven al tiempo y hablan de su tierra cuando muchos otros ya han callado.
"Nuestro nombre se construye a golpe de esfuerzo y calidad"
Yolanda llegó a Gumiel de Mercado con apenas 24 años y una determinación que no admitía interferencias, “partimos de cero, sin dinero y sin experiencia”. Primero levantaron los cimientos físicos —las tierras, las primeras plantaciones, el arreglo de la vieja cooperativa alquilada— y luego los comerciales, diversificando entre mercado nacional y exportación. “Nuestro nombre se construye a golpe de esfuerzo y calidad”, resumen. Carolina, siempre elegante y pragmática, se encargó de crear “un mercado quizá no muy mediático, pero sí muy sólido”. Los primeros años fueron duros, marcados por la renuncia a la visibilidad rápida y por la decisión de crecer despacio. Hoy, con la perspectiva del tiempo, las dos coinciden: "era la única manera de llegar alto sin perder el foco".
La historia de Yolanda empieza mucho antes de Valduero, en un aula de su colegio de monjas. Tenía 13 años cuando una profesora le preguntó qué quería ser de mayor. “Ingeniero agrónomo”, respondió sin dudar. La monja la miró con condescendencia y sentenció: “¿Ingeniero tú? Tú como mucho, peluquera”. Aquel desdén se convirtió en el primer impulso de su carrera. “A esa monja le debo lo que soy”, admite. Tres años después, con 16, al probar por primera vez un buen vino, tuvo "la revelación": “Buah, qué bueno, yo quiero dedicarme a hacer esto”. Desde entonces, el camino fue recto y directo.
Yolanda recuerda que de pequeña su nariz no paraba. “Todo lo olía, todo lo probaba”, comenta entre risas. "Libros, madera, fruta, cualquier cosa que tuviera aroma o textura". Años después, esa obsesión se transformó en su herramienta de trabajo. “Donde realmente imagino los vinos es en la viña”, explica. Allí, probando las uvas una a una, concibe los ensamblajes que luego toman forma en bodega. Su proceso es tan intuitivo como riguroso: analiza, pero también siente. En las catas, rara vez necesita beber. “Voy con la nariz y si noto algo raro, paro”, cuenta. Habla del vino como si fuera un pensamiento líquido, algo que se crea con la cabeza y con el alma. Su talento innato solo puede calificarse con la más noble palabra de cuatro letras: arte.
Yolanda confiesa que los sentidos que más emplea para hacer vino no son el gusto ni la vista. “La diferencia entre unos vinos y otros está más en el tacto que en la boca”, explica mientras sostiene una copa. Habla del tacto como una forma de relación íntima con el vino: cómo toca, cómo acaricia el paladar, cómo se siente. “Los dos sentidos que más empleo para hacer vino son el olfato y el tacto”. En su forma de entender la enología hay una sensualidad sinestésica: “el vino se huele, se toca y, sobre todo, se intuye”.
Una bodega con museo, El arte de Valduero, inaugurado por el gran Antonio López. (R. Arnáiz)
La conversación deriva hacia la madera, ese elemento que en Valduero se convierte en algo vital. “La madera es mucho más que un recipiente: es parte del alma del vino”, explica la enóloga. “Cada vino pasa por distintas barricas de orígenes diversos, un proceso artesanal que puede combinar hasta siete tipos de robles —francés, americano del norte, renano, centroeuropeo, húngaro y otros— para lograr complejidad y elegancia.
En la bodega reposan 3.800 barricas, ninguna usada más de cuatro años y medio, ya que el poro se acaba sellando y la madera deja de respirar y de oxigenar al vino. Cuando eso ocurre, las barricas encuentran una segunda vida: las adquiere The Macallan, cuyos whiskies de lujo envejecen en orgullosa madera “usada Valduero”, como figura en sus catálogos. Esa alianza simbólica une dos mundos —la Ribera del Duero y las Highlands— bajo una misma premisa: el respeto al tiempo, la nobleza del oficio y la búsqueda de la perfección.
"La confianza de nuestro padre nos regaló lo más bonito de la existencia: paz y seguridad en nosotras mismas"
El compromiso ambiental y social es otro de los pilares de Valduero. Yolanda, durante muchos años miembro del Consejo Regulador de Ribera del Duero y única candidata reelegida varias veces, defiende activamente el equilibrio ecológico de la región —al igual que Carolina—. Desde su bodega, las hermanas lideran la oposición a las macrogranjas porcinas y plantas de biogás que amenazan los acuíferos y el paisaje. “No puedes llenar de purines la tierra de la que nace el vino que representa a España”, advierte Carolina.
Las hermanas García Viadero, dos leyendas del vino en España. (R. Arnáiz)
Dos mujeres, dos hermanas, dos aventureras que forman un ente con dos cabezas. “Todo lo que a mí se me ocurre dentro de la bodega, Carol lo traslada al mundo real”. Talento técnico y sensibilidad comercial hacen posible el éxito de Valduero. “¿Nuestro secreto? Nos queremos y nos respetamos de tal manera que todo fluye”, concluyen.
"Os quiero mucho como hijas, pero prefiero no saber si os querría mucho como socias"
Nos consta que para su padre, para Gregorio, que hoy tiene 91 años, sus hijas son su mayor orgullo. Cuando en 1984 empezaron su aventura en Gumiel de Mercado él les dejó clara una cosa: “Os quiero mucho como hijas, pero prefiero no saber si os querría mucho como socias”. Su apoyo desde la distancia y su convencimiento de que juntas podrían lograr lo que se propusiesen —en estos tiempos de hijos superprotegidos y débiles— hicieron que Yolanda y Carolina se enderezasen solas. “La confianza de nuestro padre nos regaló lo más bonito de la existencia: paz y seguridad en nosotras mismas”.
Valduero Club de Ilustres Fans
¿Y dónde disfrutamos de estos vinazos? Por ejemplo, en el Club La Tenada de Valduero, toda una rareza en el mundo del vino: un espacio privado donde cada socio posee su barrica personalizada de 300 botellas, elaboradas con los mejores coupages de la casa. La membresía mínima cuesta 8.700 euros —correspondiente al vino Valduero Una Cepa— e incluye la Experiencia Valduero, una jornada completa en la bodega con comida y visita para hasta veinte invitados. El club nació como una alternativa a las grandes superficies, buscando mantener el control sobre la conservación del vino y reforzar el vínculo directo con el consumidor.
La Tenada cuenta con unos 400 socios entre particulares y empresas, y con un elenco de nombres propios que funcionan como embajadores naturales: de Mario Vargas Llosa a Ken Follett pasando por Glenn Close, Plácido Domingo, Antonio López, Loquillo, Carlos Herrera, Elena Arzak, Roca Rey, Leiva, Isabel Coixet, Cristiano Ronaldo, Sonya Yoncheva, Vicente del Bosque o Mark Knopfler, entre otros.
Todos ellos recibieron su barrica, convertida en símbolo de pertenencia y de amistad con la casa. En palabras de Carolina, el club es “una comunidad de excelencia y de conversación”. Ya quisieran muchos programadores culturales adscritos a los distintos gobiernos de España —nacional, comunitario, provincial o local— desenvolverse en este nivel de excelencia.
El vínculo entre Valduero y el arte se materializa también en el museo El arte de Valduero, inaugurado por el pintor Antonio López, que alberga la colección permanente de obras inspiradas en la bodega y su paisaje. De esta iniciativa nace el Certamen Valduero con las Bellas Artes, organizado inicialmente con la Universidad Complutense y hoy con la Francisco de Vitoria, una cita bienal que alcanza ya su novena edición.
El programa premia el talento emergente: el ganador obtiene una beca financiada por Valduero, mientras que el segundo premio recibe un encargo remunerado para la colección privada de las hermanas García Viadero. “El artista siempre ha funcionado por encargos, no lo olvidéis”, repite siempre el gran Antonio López a los estudiantes.
Enciclopedia de grandes vinos
Todo lo hablado y leído se traduce en estos vinos bien nacidos, con estructura y equilibrio, que sobreviven al tiempo y hablan de su tierra cuando muchos otros ya han callado.
Ellos son Valduero Una Cepa, el vino emblema de la bodega y su reserva básico. Se elabora a partir de una única cepa por botella, lo que refleja la filosofía de baja producción y máxima calidad. Con una crianza larga en barrica y botella, es equilibrado, potente y muy elegante.
Valduero 6 Años es un vino de guarda con personalidad propia. Su nombre hace referencia al tiempo que pasa entre barrica y botella antes de salir al mercado. Combina estructura y complejidad con una redondez que lo hace más accesible que los grandes reservas. Ese tipo de vino con el nunca fallas.
Valduero 12 Años es uno de los grandes orgullos de la casa, elaborado íntegramente a mano y con una crianza excepcionalmente larga. Representa la culminación de la filosofía Valduero: respeto por la tierra, paciencia y excelencia artesanal. Ha sido reconocido entre los mejores vinos del mundo por su profundidad y equilibrio.
Valduero Dos Maderas refleja la experimentación de la bodega con la madera. Pasa por diferentes tipos de roble —francés y americano, entre otros— para aportar complejidad aromática y matices distintos.
Y Valduero Blanco Albillo, un pionero en la Ribera del Duero, elaborado con la variedad autóctona albillo mayor. Es un blanco elegante, con cuerpo y buena capacidad de guarda, que demuestra la versatilidad de la región más allá de sus tintos.
Esta es la historia de dos mujeres excepcionales que, partiendo de cero, sin herencias —ni económicas, ni de bagaje familiar— han sabido crear un pequeño gran imperio consagrado a la excelencia en torno a la planta más noble y abnegada que habita la faz de la Tierra. Dos hermanas unidas por una pasión: el vino. Dos socias telúricas, cultas y sofisticadas que caminan enarbolando la bandera de la lealtad. Dos hadas en un paraje mágico con forma de bodega que merecen un cuento luminoso, un híbrido entre Beatrix Potter —con su naturaleza educada y escenarios bucólicos—, Astrid Lindgren —a lo Pippi Calzaslargas, quintaesencia de la libertad, el humor y la imaginación como motor del cambio— y Antoine de Saint-Exupéry —porque la luz espiritual, la inocencia y el amor son, y siempre serán, innegociables—.