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Georgina Rodríguez. Lujos que no permitiría
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OPINIÓN

Georgina Rodríguez. Lujos que no permitiría

"Ronaldo regala a su novia baúl de ciento y muchísimos mil euros. Georgina se queda muda. Y lo expresa"

Foto: Georgina Rodríguez. (Ilustración: Jate)
Georgina Rodríguez. (Ilustración: Jate)

Me invade la pena esta semana. Reina la congoja este mi caluroso otoño. Apesadumbrado y vagabundo ni encuentro, ni busco, confort ni consuelo. Pierdo mi vista en el horizonte infinito de Instagram sojuzgado por el desinterés, abatido por la melancolía. Miro sin poder mirar en la obscuridad de esta tristeza. Se llenan de noche mis días. Me duele mi alma en su huida, en su lúgubre escondite, en su rincón encogida. Mi corazón se impulsa y se para con preocupante y descontrolada arritmia. Lágrimas convulsas reaccionan sin consentimiento a esta congoja incontrolable. Me duele el mundo por dentro. Solloza mi espíritu en su queja. Se rinde mi ánima al darse cuenta del origen del apenado colapso: Georgina está sin palabras. Y yo, sin exagerar, vivo sin vivir en mí y muero porque no muero.

placeholder Georgina Rodríguez en el pasado Festival de Venecia.(EFE)
Georgina Rodríguez en el pasado Festival de Venecia.(EFE)

Tres, escritas en su última publicación, muy concisamente lo acreditan: “sigo”, “sin” y “palabras”. Frase que yo suscribo después de ver en una foto su causa. Asumo con humildad tan burdo plagio a cuenta de mejor explicación del sentimiento. A la que añado contexto: Ronaldo regala a su novia baúl de ciento y muchísimos mil euros. Georgina se queda muda. Y lo expresa. Paradojas del famoso y consuelo del twittero. Ahí empezaron mis lamentos. Ella tiene armario nuevo y yo motivo de suicidio. Ella joyero ambulante y yo sensación de fin del mundo. Ella posa a cuatro hijos alrededor del engendro. A mí me entran las ganas de convertirme en Herodes para que sufran lo menos. Distinta causa y mismo efecto. Ambos quedamos sin palabras, me temo que por poco tiempo.

Recuperada la calma, y escudriñada la foto, me acuerdo de Cenicienta y de cómo acabaría hoy el cuento. Chica humilde y rey del reino con recursos infinitos abordan, y nos enseñan, imprescindibles objetos que acreditan que eso de comer perdices es felicidad de otros tiempos. Ahora se lleva el consumo que se acerca al despilfarro. Ahora lo que está de moda es ser carne de comercio. La espiral que nos trae locos crece con brutal inercia. Alimentada por focos, alfombras rojas y sedas. Y puesta ante nuestros ojos, con la accesibilidad inmediata del móvil en nuestras manos, coge fuerza a dos golpes de pantalla que suman un corazón sin sangre en su eficaz estrategia. Vive y se reproduce la espiral del consumismo a consta de ese me gusta compulsivo que suena a “me gustaría”. Suena a “hazlo tú, ya que puedes”. A un “estoy harto del mundo y así es cómo me comportaría”.

placeholder Georgina Rodríguez y Cristiano Ronaldo en los MTV Awards de 2019.(Reuters)
Georgina Rodríguez y Cristiano Ronaldo en los MTV Awards de 2019.(Reuters)

No es perverso que necesite un baúl quien viaja tanto. Es señal de distinción desde hace muchos siglos acompañarse de ropajes en cantidad suficiente. Justifico más su uso en términos profesionales. Del baúl de la Piquer no tengo ninguna queja. De hecho lo he buscado en internet y se me ha caído un mito. Lo esperaba algo más grande, más de marca y más bonito. Es un elemento útil cuando vives de tu imagen y no te permites arrugas ni en vestidos ni en camisas. Es una fuente de orden cuando el brillo de tus ojos requiere ser acompañado en tus orejas por otros más artificiales, o necesitas tus cuellos rodeados de materiales preciosos, o tus dedos destacados por piedras que no se rompen. En esa actitud tribal, que miles de años nos perdura, nos importa tanto tenerlas como el poder conservarlas. El maletón deviene eficaz cuando te resulta imprescindible exponer tu catálogo de joyas completo para poder acertar en la decisión final de la composición de tu outfit. Insisto, le veo virtudes. Supongo que los de ahora tendrán cajón para mallas, zapatero para runners y perchas para los chandals. Por muy Vuitton que lo inspire o a mucha fiesta a la que vayas los tiempos están cambiando a golpe de gustos publicitarios de estos “Rodriguezs”, “Malumas” y “Kardasians”.

placeholder Georgina Rodríguez con su hermana Ivana en redes sociales. (Instagram @ivana_rh)
Georgina Rodríguez con su hermana Ivana en redes sociales. (Instagram @ivana_rh)

Concluyo pues aceptando que es un gasto que yo haría. Si el dinero me sobrara y trabajara viajando, y aun habiendo sucumbido a la moda de ir en camiseta a cenas y hacer el deporte de gala, yo tendría mi baúl. Quizá no lo convertiría en soporte publicitario, todo escrito de una marca, pero me daría el capricho o se lo daría a mi novia que para eso me aguanta. Otro asunto es el contarlo aun quedándose sin palabras. Eso me tiene loco. Me debato entre el absurdo de entender las motivaciones de estos groseros personajes o aceptar el borreguismo de sucumbir sin saberlo a las maquiavélicas habilidades de un “maketing chief” o algo de eso. Porque sin entender a Georgina vuelvo a mirar la foto y pienso en todos esos jeques, rusos, gansters, o nuevos ricos –políticos o inmobiliarios-, que seguirán a esta tipa. Y pienso que el responsable de dar publicidad a esa marca igual resulta ser un genio. Voy a seguir las ventas de ese aberrante cajón, de este armario reconvertido en ataúd de principios, en nicho para el buen gusto con su forrete rosado. Voy a investigar si pican los peces gordos del mercado. Si el anzuelo es esta foto yo voy quitándome el sobrero y poniéndolo a buen recaudo en un modestito armario.

Si se confirma el repunte, la escasez de suministro o el crecimiento del precio de arcas de segunda mano y resulta lo pagado, a quien de esta forma se expone, proporcional al ridículo que en la dichosa foto muestra, no diría yo ni mu. Ni tampoco lo diría en señal de póstumo y respetuoso homenaje a los bóvidos que se dejaron la piel, literalmente, en el horripilante baúl. Felicitaría a Georgina por su capacidad de ingreso o hablaría de otra cosa.

placeholder Georgina Rodríguez con su melena bob al viento en el Festival de Cine de Venecia. (Getty)
Georgina Rodríguez con su melena bob al viento en el Festival de Cine de Venecia. (Getty)

La tristeza o el quedarme sin palabras nunca me vino por eso. Me vino porque esta gente, por dinero o inconsciencia, expone sin pudor a sus hijos a la sombra de cualquier tótem y a la vista de cualquiera. Podría gastarme dinero en ciertas estupideces, podría sucumbir al ego de que lo supiera la gente, podría comerciar con mi imagen, si me es rentable, sin reparar en sesudas valoraciones. Pero creo que no hay dinero que pagara el que avocara, a quien de mi tanto depende, a tan absorbente mundo. Al vacío de las marcas y la banalidad del estúpido consumismo que nos manda. Ese sí que sería un lujo que nunca permitiría. No importa cuanto pagaran.

Me invade la pena esta semana. Reina la congoja este mi caluroso otoño. Apesadumbrado y vagabundo ni encuentro, ni busco, confort ni consuelo. Pierdo mi vista en el horizonte infinito de Instagram sojuzgado por el desinterés, abatido por la melancolía. Miro sin poder mirar en la obscuridad de esta tristeza. Se llenan de noche mis días. Me duele mi alma en su huida, en su lúgubre escondite, en su rincón encogida. Mi corazón se impulsa y se para con preocupante y descontrolada arritmia. Lágrimas convulsas reaccionan sin consentimiento a esta congoja incontrolable. Me duele el mundo por dentro. Solloza mi espíritu en su queja. Se rinde mi ánima al darse cuenta del origen del apenado colapso: Georgina está sin palabras. Y yo, sin exagerar, vivo sin vivir en mí y muero porque no muero.

Georgina Rodríguez
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