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Aconsejo a Jorge Drexler
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GRACIAS

Aconsejo a Jorge Drexler

Tantos consejos tan buenos recibí de Jorge Drexler a lo largo de mi vida que por ser agradecido -otro en el que siempre insiste- quisiera dar hoy las gracias

Foto: Ilustración de Jorge Drexler. (Jate)
Ilustración de Jorge Drexler. (Jate)

Pare un momento su mundo. Fue quizá el primer consejo. Busque hacer rimar su vida. Fije lugares de encuentro. Mire a su gente a los ojos, y mire siempre alrededor con los ojos de otras gentes. No deje de descubrir, y deje que le descubran. Ame la trama. Posponga el desenlace. Prepárese a recibir en función de lo que ha dado. Permítase el don de fluir. Alimente su sonrisa. Asuma las dudas. Esquine las certezas. Mire los zapatos del otro. Úselos siempre que pueda. Tenga referencias históricas. Entienda el tiempo del mundo. Sea el más amable de todos. Sea, también, amable consigo mismo. Deje salir sus talentos por poco que le parezca que encajan en su actual vida.

Sea consciente del fallo propio y condescendiente con el ajeno. Sume. Vibre. Fluya. Cante. Ría y celebre la vida. Confronte sus emociones. Disfrute y respete la soledad, sin regodearse de más en ella. Busque con quien compartir una vida por fin plena. Sea valiente con el cambio. Si el cambio le llama a gritos es que es hora de gritarle. No se permita por nada no terminar escuchándole. Sea causa. Sea efecto. Asuma el duelo del desamor como vacío necesario, y condición previa y fundamental para poder rellenarlo. Tu corazón va a sanar. Y va a volver a quebrarse. No deje de darse opciones. Elija aunque no esté seguro. Quiérase tanto como pueda querer a todo el resto del mundo. Sea el perpetuo aprendiz. Tenga como reto retarse. Como objetivo vencerse. Como recompensa mostrarse.

Tantos consejos tan buenos recibí de Jorge Drexler a lo largo de mi vida que por ser agradecido -otro en el que siempre insiste- quisiera dar hoy las gracias al programa Gomaespuma. Y a Miguel Ríos, supongo.

placeholder Jorge Drexler en una actuación en Cartagena. (EFE)
Jorge Drexler en una actuación en Cartagena. (EFE)

Madrid, ocho de la mañana de un día que no recuerdo. “Cerca del mar”, mi primera canción de Jorge Drexler sonó en la voz de Miguel promocionando el concierto que en Galileo Galilei se iba a celebrar esa noche. Luego habló el uruguayo con timidez, casi miedo. Pero inundó de lucidez mi monótona mañana. Después cantando en directo, la misma canción por cierto, consiguió hacerme vibrar alguna fibra sensible, que me hace ver aún hoy aquel monótono atasco como un hito de mi vida. Un radiofónico encuentro. Una casualidad con rima. Un poético, clarividente, punto fuerte, y de inflexión. De reflexión, desde hoy visto. Un empujón a mi alma a través del altavoz. Un “¿hay alguien ahí?” contundente, que resonó con tal eco que tuve que contestar en alto sabiendo muy bien que, allí, nadie me escucharía. Un grito que sin querer soltaba a la soledad, a la de mi coche, a la mía, a mi rutinaria vida, al sordo del retrovisor que hacía tiempo no veía.

Fue un flechazo que ahora entiendo. Casi treinta años después. Traté de explicarle a Goyo el impulso irrefrenable de acudir a aquel concierto. Su amistad inquebrantable, su disposición absoluta, debía sufrir por entonces juveniles distracciones y contundentes mandatos de claro origen hormonal.

placeholder El cantautor uruguayo Jorge Drexler. (EFE)
El cantautor uruguayo Jorge Drexler. (EFE)

Él se fue a ver a Bea. Yo me fui solo a Galileo. Busqué un sitio discreto. Trataba de sujetar, sin éxito, mis expectativas. La sensación era parecida casi al enamoramiento, al inspirador nerviosismo de una primera cita. Poco a poco se llenaron casi todos los asientos. Fue bajándose la luz. Pusieron foco a un solitario y austerísimo taburete. Se encaramó a él Jorge Drexler no sin agilidad. Saludó como con dudas. Cruzó piernas. Reafinó. Doce segundos de silencio. Expectación. Un perfecto Si Bemol. Desde ese primer rasgueo nos presentó su talento. Descomunal y sutil. Paradojas de maestro.

Fue justo como esperaba. Un trance que, por lo que fuera, debía de pasar yo solo. Apoyado en la columna y aferrado a la cerveza pareció desvanecerse el obsoleto mobiliario. Se fueron emborronando los otros cien asistentes. Canción a canción, aquel pequeño trovador que aún no abandonó su acento, se me fue haciendo un gigante. Estábamos él y yo. Así recuerdo aquel lance. Un tímido cantautor escondido en su sonrisa. Una inspirada guitarra a modo de parapeto. Esas letras, cantadas a corazón abierto, saltando de rima en rima con la gracia que no esperas de alguien sentado en su silla. Esas sorprendentes metáforas, encajadas, a medida. Sublimemente incrustadas en acordes sucesivos. Tan brillantes, tan perfectos y, para mí, tan desconocidos. Esas alegorías brillantes irrumpían en mi mente moviendo de una sola vez todas mis viejas estanterías. Tiraron sin piedad, y de golpe al suelo, casi todo el cacharraje acumulado en las prisas de mis anteriores viajes.

placeholder Jorge Drexler en una imagen de archivo. (EFE)
Jorge Drexler en una imagen de archivo. (EFE)

Con aquel primer arpegio todo empezaba de cero. Otro enfoque del amor. Otra visión del querido. Otra forma de expresarlo. Ritmo y rima es el vehículo que debía transportarme. Y transportado a aquel mundo que tan bien mostraba Drexler la decisión fue sencilla. Inevitable diría. Yo me quería quedar a compartir su mirada. Quería dejarme llevar a descubrir los matices de todos los sentimientos a los que él se acercaba. En especial a aquellos que tanto había evitado. Quería saber qué contar a la persona que quiero. Quería aprender a escuchar a la soledad, a mis miedos. Quería desmitificar mi vida, bajarme del pedestal al que la pura superficialidad ya me tenía avocado.

En plena toma de decisiones acabó abrupto el concierto. No recuerdo si hubo bises. Algo, que ya no era yo –probablemente mi eco- me trasladó hasta la entrada. Absorto, meditabundo, completé la transacción de dos cd´s por, calculo, unas quinientas pesetas. Mi nueva misión de abrir al resto del mundo sus ojos, regalándoles los oídos con las canciones de Drexler, tenía que empezar con Goyo. Duró el disco en el coche los seis meses largos que tardó en ver la luz su siguiente álbum “Llueve”.

La congoja fue absoluta. El placer de aquellas décimas cosquilleándome el alma, el rumor de esa voz fina bordando las melodías, la claridad de los mensajes, lo sutil de las imágenes que generan sus historias, la sinceridad que te llega, la humanidad desbordante del que te hace partícipe. Sensaciones repetidas desde entonces a cada lanzamiento de disco. “Sea” me devolvió el optimismo. “Eco” me quemó por dentro. “12 segundos de oscuridad” me explicó por fin el desamor, sin ambages. “Amar la trama” me dio la vida. “Bailar en la cueva” felicidad. “Salvavidas de hielo” me ha hecho pensar, y mucho.

placeholder Jorge Drexler. (EFE)
Jorge Drexler. (EFE)

Y todos, uno detrás de otro, conforman mi banda sonora, redefinieron mi biblia. Versos que son mandamientos. Consejos que me repito. Experiencias que me aprendo a fuerza de reescucharlas. Vida propia que se me explica a través de sus canciones. Drexler, más que una guía. Asilo, Silencio, Mandato, Movimiento, Quimera o Abracadabra. Todos los títulos de su último álbum me sirven para titular o resumir mi vida. Porque a través de sus palabras busco yo el sentido de lo que, a cada segundo, me pueda parecer que está pasando. Construyo desde ahí el relato con el que explicarme a mí mismo. Quizá por eso me resulta más sencillo entenderme que explicarme.

Y rematando los consejos, tan melódicamente recibidos como torpemente trasladados, no dejen de conocerse conociendo a Jorge Drexler. Y no dejen de escucharlo para escucharse más fuerte. Viva. Regale. Disfrute. Crezca. Comparta y ame. Busque su nueva mirada. Alimente su deseo. Baile en su cueva, solo o con todos los suyos. Pida o dé una noche de asilo. Y sobre todo recuerde bien, cuando vaya a hacer cualquier cosa, que todo lo que nos pasa está íntimamente relacionado. “Luego recibes lo que das. No hay otra norma: nada se pierde todo se transforma”. Solo le pido una cosa, no se pierda a Jorge Drexler. Y Jorge, permítanme aprovechar, gracias y muy feliz cumpleaños.

Pare un momento su mundo. Fue quizá el primer consejo. Busque hacer rimar su vida. Fije lugares de encuentro. Mire a su gente a los ojos, y mire siempre alrededor con los ojos de otras gentes. No deje de descubrir, y deje que le descubran. Ame la trama. Posponga el desenlace. Prepárese a recibir en función de lo que ha dado. Permítase el don de fluir. Alimente su sonrisa. Asuma las dudas. Esquine las certezas. Mire los zapatos del otro. Úselos siempre que pueda. Tenga referencias históricas. Entienda el tiempo del mundo. Sea el más amable de todos. Sea, también, amable consigo mismo. Deje salir sus talentos por poco que le parezca que encajan en su actual vida.

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