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Isabel Preysler y las siete décadas
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LA ENCUESTA IMPRODUCTIVA

Isabel Preysler y las siete décadas

Siete décadas después del nacimiento en Manila de la señora Presley, no tenía absolutamente ninguna opinión sobre ella

Foto: Isabel Preysler. (Getty)
Isabel Preysler. (Getty)

Impactado compruebo la misteriosa proporcionalidad, el número áureo, del resultado de mi encuesta. Con estupor observo el repetido resultado de las siete preguntas lanzadas en riguroso cumplimiento de los principios básicos fundamentales para la elaboración de un buen sondeo. A saber: una impecable clarificación conceptual y terminológica en su elaboración, un minucioso diseño del cuestionario y un trabajado esquema secuencial que permitiera una afinada medición de conceptos complejos a la hora de analizar los resultados. Mi trabajo de investigación devino necesario como consecuencia de comprobar estupefacto que siete décadas después del nacimiento en Manila de la señora Preysler no tenía absolutamente ninguna opinión sobre ella. Tamaño despiste intelectual a pesar de la larga reflexión que le dediqué, nunca supe a qué achacarlo.

Foto: Tamara, Ana e Isabel. (Instagram)

Desde luego no pude culpar a los medios por su desidia o desinterés en informarnos sobre los detalles más insignificantes y vacuos de su vida. La recopilación de portadas y espacios televisivos sería inabarcable con el repaso de los años, eso es un hecho. Ni tampoco puedo reprochar lo más mínimo al elevado posicionamiento social de sus tres o cuatro maridos que, igual de famosos que de encandilados, han ido haciendo de altavoz de las virtudes maritales y reproductivas de la bella compañera compartida. Sucedida o sucesiva, por mejor decir y no ofender.

placeholder Isabel Preysler en el último desfile de Pedro del Hierro. (Getty)
Isabel Preysler en el último desfile de Pedro del Hierro. (Getty)

Tampoco encuentro doloso, en relación a mi ignorancia, la multidisciplinar dedicación de sus cuatro o cinco hijos y su variopinta suerte a la hora de intentar o evitar apariciones televisivas en función del éxito de su carreras profesionales -los uno o dos vástagos que creo que la acreditan-. La decepción conmigo mismo según avanzaba mi reflexión a punto estuvo de hacerme abandonar el cumplimiento de mi labor como borrego-ciudadano. Pero sumido en mi firme compromiso de dejarme distraer de lo importante por cualquier personaje que me propongan, decidí actualizarme por el camino más corto que mis medios económicos e intelectuales me permitieran.

Las prisas por generarme criterio suficiente y poder entrar así en el ágora mediático de esta semana centrado en darle puntuación a la vida mostrada y retransmitida durante cincuenta de los setenta años de tan ilustre señora determinaron la reducción del universo consultado, me hizo renunciar al intento de estudiar si quiera una población representativa y centró mis esfuerzos en una muestra simplemente probabilística que me fuera accesible vía grupo de Whatsapp.

Dicho y hecho. Cogí diez de mis contactos telefónicos a los que pensé podría asaltar en horas de toque de queda –joder nunca pensé que llegaría a escribir esto en España- y con la inconsciencia y falta de respeto con la que se crean los grupos en esa app que ha hecho real la telepatía opté por el sugerente título de “70 años con Preysler. Opina o revienta”, después de haber descartado entre otros “Sí, ha cumplido los setenta” o “Isabel o Chaveli, qué fue antes el huevo o la gallina” por tendenciosos.

placeholder Isabel Preysler en una imagen de archivo. (Getty)
Isabel Preysler en una imagen de archivo. (Getty)

El azar y el orden alfabético en la que aparecen los nombres en la opción de incluir víctimas de grupo, cumplió con el objetivo de sondear a diez opinadores sin llegar a la letra jota. Tres mujeres y siete hombres conformaron el equipo de asesores en los que iba a confiar mi trascendental, y urgente, valoración de la aportación de la filipina al mundo. El primer paso estaba dado. Esperé cinco minutos y nadie abandonó el grupo, lo que podríamos calificar ya como el primer gran éxito de mi iniciativa. Nuria fue la primera en poner “jaja”, hecho que recriminé de inmediato y severamente para atajar tendencias que afectaran a la esencia científica del procedimiento y comentarios que nos distrajeran vía chiste del objetivo. Para eso ya existen miles de chats en los teléfonos de todos anoté con firmeza en el casillero del texto como comprometido administrador del grupo. Tras una, me hubiera gustado, más somera explicación del fondo intelectual de mi atrevimiento lancé a las antenas y satélites de comunicación la primera de las siete preguntas previstas.

Por motivos de espacio comprensibles y de tedio más que evidentes evitaré la descripción detallada de las preguntas, obviaré los comentarios jocosos y boicoteadores de los de siempre a pesar de mis advertencias y descarto la explicación profusa de las interpretaciones de las respuestas. Solo quisiera destacar lo cabalístico del asunto. Como en éxtasis matemático mis notas reflejaban repetitivamente el mismo porcentaje de respuestas coincidentes. Siempre siete de cada diez opinaban lo mismo. Siempre. Coincidencia o consenso comprobé que el nivel de conocimiento y aceptación, de valoración positiva de la dama objeto o sujeto de la pesquisa, era mayoritario. Siete de cada diez opiniones te encaminaban a la conclusión de que la gran mayoría de la gente se conoce de principio a fin el devenir sentimental de esta mujer a lo largo de sus décadas. Siete de cada diez conocen el nombre de sus cinco hijos. Siete de cada diez identifican las marcas que su fina figura ha promocionado. Siete de cada diez aportan detalles de sus casas. Siete de cada diez valoran positivamente su dieta y sus resultados.

placeholder Isabel Preysler en una presentación de la colección de Pedro del Hierro. (EFE)
Isabel Preysler en una presentación de la colección de Pedro del Hierro. (EFE)

Los tres encuestados no coincidentes que recogen nuestros datos corresponden a las tres chicas que abandonaron el grupo al instante y en solidaridad con Nuria tras ser, según ellas, reprendada con connotaciones de género y calificar el grupo de heteropatriarcal por el objeto y por el contenido del mismo. Las mayúsculas, y algunos emoticonos, que mostraron segundos antes de su partida me parecieron excesivos debo decir.

Así que después del análisis, y del disgusto, centrándome en las conclusiones y exponiéndolas en formato de declaración formal y descriptiva de la recién llegada a mi cabeza valoración de la vida de Isabel Preysler, en mitad del dolor insoslayable que supone la difícilmente reemplazable a estas alturas, pérdida de tres amigas. A pesar de mi divergencia con el posicionamiento general masculino que conllevará un plausible distanciamiento con mis amigos declaro que:

La vida de Isabel Preysler me sigue importando una mierda. Atenuando lo concluyente y ligeramente hipócrita de mi alegato con la confesión sincera de la enorme curiosidad que me despierta, y a la que encantado dedicaría las horas necesarias para entender y poder llevarlo yo a cabo: su más que evidente y envidiable pacto con el diablo.

Impactado compruebo la misteriosa proporcionalidad, el número áureo, del resultado de mi encuesta. Con estupor observo el repetido resultado de las siete preguntas lanzadas en riguroso cumplimiento de los principios básicos fundamentales para la elaboración de un buen sondeo. A saber: una impecable clarificación conceptual y terminológica en su elaboración, un minucioso diseño del cuestionario y un trabajado esquema secuencial que permitiera una afinada medición de conceptos complejos a la hora de analizar los resultados. Mi trabajo de investigación devino necesario como consecuencia de comprobar estupefacto que siete décadas después del nacimiento en Manila de la señora Preysler no tenía absolutamente ninguna opinión sobre ella. Tamaño despiste intelectual a pesar de la larga reflexión que le dediqué, nunca supe a qué achacarlo.

Isabel Preysler
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