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Tomás Páramo: "Estamos constantemente luchando contra los prejuicios que la sociedad tiene de nosotros"
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ABRE LAS PUERTAS DE SU CASA

Tomás Páramo: "Estamos constantemente luchando contra los prejuicios que la sociedad tiene de nosotros"

Nos recibe para hablar de su libro: ´Si supieras quién soy´, de su infancia, de detalles vitales desconocidos y de la conciliación entre la crianza de tres hijos, la gestión de su propia empresa, su faceta de influencer y su labor como escritor.

Al cruzar el umbral del hogar de Tomás Páramo, lo primero que envuelve no es una palabra, sino un aroma: un incienso con reminiscencias litúrgicas que flota en el aire como si custodiaran el espacio viejas oraciones invisibles. El anfitrión, atento, ofrece un café con la calma de quien habita su propio tiempo —un tiempo pausado, casi artesanal, que convive con la complejidad de los días modernos—.

Un tiempo que él entreteje con la conciliación de su paternidad compartida — junto a su mujer, María García de Jaime, con quien reparte a partes iguales la crianza de sus tres hijos , la gestión de su propia empresa - Himba Collection-, donde trabajan nueve personas, su imagen en redes y, por supuesto, la escritura. Porque aunque apenas ha visto la luz su segundo libro, ya se encuentra inmerso en el tercero.

Acto seguido, se acerca a un tocadiscos y hace girar un vinilo de Silvio Rodríguez, cuyo crepitar cálido inaugura la conversación. Nos muestra su cámara de fotos —objeto que parece sagrado entre sus manos— y entabla un diálogo espontáneo con el fotógrafo de esta editorial sobre la belleza de capturar instantes que, gracias al obturador, se tornan eternos.

Mi primera aparición en medios fue por ganar un certamen literario universitario

Resulta paradójico, casi desconcertante, que alguien que habita y domina un medio tan contemporáneo como las redes sociales conserve en sus gestos y gustos una sensibilidad de otra época. Acaba de publicar su segundo libro, ´Si supieras quién soy´, y pese a haberme adentrado en sus páginas —donde confluyen su historia personal con resonancias colectivas—, advierto que aún no sabía quién era realmente Tomás Páramo, y sobre todo, de dónde venía.

placeholder Páramo recibe a Vanitatis con música de Silvio Rodríguez. (D. G.)
Páramo recibe a Vanitatis con música de Silvio Rodríguez. (D. G.)

Hoy no solo abre a Vanitatis las puertas de su casa, sino también las compuertas de su universo: su infancia, su linaje emocional y su lucha contra la depresión. Aunque su rostro es familiar para miles de seguidores, pocos conocen la razón original por la que comenzó a ocupar un lugar en el foco mediático. Antes que influencer, antes que figura pública, fue escritor: ganó un premio literario universitario, y fue entonces cuando los medios comenzaron a buscarle. No para hablar de su imagen, sino de sus palabras.

“Me presenté a un certamen universitario donde cada estudiante podía escribir sobre lo que quisiera. Yo elegí la defensa de la vida”, recuerda Tomás Páramo sobre aquel relato, escrito en los meses en que su mujer, María García de Jaime, esperaba a su primer hijo, no era solo una disertación: era un acto de entrega íntima. “Lo escribí durante el embarazo de María, y cuando me dieron el premio, mi hijo mayor - Tomi - ya había nacido”. Aquel instante marcó un umbral silencioso: aún eran dos jóvenes anónimos, apenas mayores de edad, enfrentando con determinación la vastedad de una responsabilidad mayúscula —formar una familia a los diecinueve años—.

Cuando estudié la carrera aún no había una materia dirigida a los influencers

El galardón no solo le otorgó un reconocimiento académico; encendió una chispa en los medios. “A nivel nacional salió en periódicos y radios. Empezaron a hablar de nosotros, no solo del relato que me llevó a ganar, sino de nuestra historia”, recuerda. Era la primera vez que su biografía — compartida entre clases universitarias, pañales y madrugadas en vela— se convertía en narrativa pública.

Tomás estudiaba Publicidad y Marketing, una disciplina que aún no incluía, al menos de forma reglada, el fenómeno emergente de los influencers. Sin embargo, él ya lo observaba con intuición analítica: “Empezaba a fijarme en personas que eran pioneras en redes en España. Me llamaba la atención como lo hacían, el potencial que tenía aquello”. Una tarde de verano, cuando su hijo Tomás apenas levantaba metro y medio del suelo, María y él hicieron sus perfiles públicos en Instagram. Subieron una foto de los tres: madre, padre, hijo. La imagen alcanzó más de 250.000 impresiones. No era solo una cifra; era una posibilidad.

Hasta entonces, ambos compaginaban sus estudios universitarios con trabajos esporádicos: azafatos en eventos, servicios de catering, y María, además, confeccionaba y vendía collares y pulseras para ayudar a sostener los gastos que conlleva criar a un hijo siendo apenas adolescentes.

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Foto: D. G.

Lo que Páramo relata me transporta a una escena recogida en su primer libro, ´Botas de colores para días de lluvia´, escrito a cuatro manos junto a María. Un momento casi cinematográfico: María, ingresada en el hospital, pocas horas antes de dar a luz, conversaba con una enfermera. Al escucharla hablar, la mujer le preguntó con cierta intuición: “¿Eres famosa?”. María negó con una sonrisa. La enfermera le respondió, con espontaneidad y convicción: “¡Pues deberías!”. Al evocar aquel instante, Tomás ríe con ternura. Retoma el hilo y continúa desgranando aquellos primeros pasos en las redes.

Aunque éramos muy jóvenes, tuvimos como prioridad ser independientes por nuestro hijo

“Tras ver el alcance de aquella publicación hablé con Maríaella todavía estudiaba Derecho y ni siquiera subía fotos—. Le dije: si empezamos a tomarnos esto con compromiso, si en lugar de un pasatiempo lo convertimos en una dedicación real, puede llegar a ser un trabajo. Y lo necesitábamos, porque lo primero era construir una vida para nuestro hijo”. Aquella conversación sencilla, doméstica, fue la semilla de algo más grande. Un año después, María y Tomás celebraban su boda. Y lo hacían acompañados, cada uno, por una comunidad virtual de más de cien mil personas.

Me da pena que ahora las redes solo se rigen por lo viral

“Con la evolución que han tenido las redes, echo mucho de menos que a la gente le llegue un mensaje profundo”, confiesa Tomás, con la visión de quien ha sido testigo de un cambio vertiginoso. “Ahora todo se rige por lo viral, los seguidores crecen como la espuma de un día para otro, sin saber muy bien por qué”. Habla desde la perspectiva de alguien que vivió otro tiempo —aunque apenas hayan pasado unos años— en el que cada publicación requería una intención clara, casi una poética del contenido. “Entonces, había que definir muy bien la línea de tu mensaje y construir con paciencia una comunidad que lo compartiera. Te seguían por lo que contabas, por quién eras… por lo que transmitías”. En sus palabras resuena cierta nostalgia por aquella red que, antes de ser un escaparate, fue una forma de encuentro.

De niño me fascinaba cómo mi padre narraba el amor en su poesía

Si algo despierta en Tomás una nostalgia honda es el recuerdo de su infancia, cuándo aún no tenía del todo uso de razón y ya veía a su padre con un libro entre las manos. “Siempre leyendo”, dice y añade que no solo leía: también escribía. “Si yo escribo —explica— es porque vi a mi padre hacerlo desde niño”.

Su padre ha publicado tres novelas y un libro de poesía titulado ´Paladar de miradas´. “Recuerdo leerle mucho y ver cómo, a través de las palabras, transmitía con una sensibilidad profunda las realidades de nuestra vida. O como plasmaba, también con delicadeza, el amor que sentía por nosotros —continúa Tomás—, ese amor que, quizá, de tú a tú no se verbalizaba, pero que en sus textos resultaba absolutamente nítido”.

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Foto: D. G.

Tomás se emociona al evocar una escena reciente y sencilla: su padre llega a casa, lo encuentra dándose un baño con sus hijos, se sienta en el sofá junto a su nuera y le confiesa: “Me ha emocionado ver esto, porque es algo que yo nunca compartí con mis hijos”.

“Es precioso”, reflexiona Tomás, “mis padres nos regalaron infinidad de recuerdos con mis abuelos y ahora nosotros hacemos lo mismo. Ellos son testigos de estos momentos íntimos, pero también han creado los suyos con sus nietos.”

Mucha gente juzga una fachada y no se ha parado a pensar de donde vengo

Habla entonces de Alalpardo, una pequeña localidad de Madrid donde vivían sus abuelos paternos, dueños del bar del pueblo:“Trabajaban desde las seis de la mañana hasta la medianoche, todos los días, sin cerrar siquiera en festivos. Cuando mis padres viajaban, nos quedábamos con ellos. Mi abuelo se marchaba temprano al bar y a eso de las doce bajábamos con mi abuela, nos metíamos en la cocina y preparábamos la tortilla de patatas, los boquerones en vinagre… Luego me sentaba con él a hacer el recuento del tabaco, la caja…”.

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Foto: D. G.

Quizás, dice Tomás, esta es la parte menos conocida de su historia y, a la vez, la que más explica quién es. “He vivido muchas realidades. Durante mi adolescencia, mis padres atravesaron dificultades económicas, estuvimos a punto de perder nuestra casa. Por eso, ahora, cuando contemplo lo que hemos construido, siento una emoción difícil de describir. ¿Sabes lo que se siente al haber creado tu propio hogar? ¿Y al transformarlo, con esfuerzo y ternura, en un sitio de paz?”.

María y yo, con esfuerzo, construimos un hogar seguro y en paz. Me llena de orgullo

Confiesa que muchas noches, tras acostar a sus hijos, se queda dormido en el sofá viendo alguna serie. Luego, al despertarse de madrugada y caminar por la casa en silencio, saborea cada rincón como quien camina por una victoria: “Pienso que hemos sido capaces de crear un lugar seguro. Y, la verdad… me siento muy orgulloso de ello.

Pero no todo en el trayecto de Tomás han sido luces. También hubo sombras. Sombras que, quizá, él iba sorteando con la agilidad de quien no tiene más opción que continuar. Hasta que un día, simplemente, explotaron.Lo describe como un viaje en tren que jamás se detenía. Pasaban las estaciones —las pérdidas, los duelos, las preguntas sin responder— y él no se bajaba. Seguía, con inercia, como si detenerse fuera más peligroso que avanzar. Hasta que, en el transcurso de 2023, comenzó a escribir un relato. Y luego, en una fecha que recuerda con claridad, lo destruyó.

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Foto: D. G.

“Estuve meses escribiendo. En agosto de 2023 lo terminé. Fue como recibir un regalo duro, un espejo áspero en el que, por fin, me encontré con mi propia realidad. No era algo que hubiera escondido del mundo, sino algo que me había ocultado a mí mismo. Me había subido a un tren y nunca había parado. De pronto, ese libro se volvió un grito hacia dentro. Me di cuenta de que, aunque todo a mi alrededor parecía estar bien, quien no estaba bien era yo”.

Tomás habla con lucidez: de cómo había puesto tiritas sobre heridas que nunca sanaron, de cómo al despegarlas encontró sangre aún fresca. “Comprendí que ese texto no podía ver la luz, que era algo que necesitaba guardarme. Estaba escrito desde el dolor y la herida. Y lo que necesitaba no era publicarlo, sino sanarme”.

Gracias a mi psicóloga, conecté con el niño que fui

Fue entonces —en enero de 2024— cuando, ya inmerso en un proceso terapéutico y espiritual, volvió a esa historia. Pero no desde el desgarro, sino desde el amor. No desde la llaga, sino desde el perdón. “Había pasado meses sintiendo que algo no iba bien, pero fue al leer mis propios escritos cuando vi con claridad que estaba ante un problema serio de salud mental”.

No lo cuenta desde la épica. Lo cuenta desde la honestidad. Y esa es, quizás, la forma más valiente de narrarse. Tomás habla entonces de Isabel, su psicóloga. Con ternura y una admiración sin aspavientos, la nombra como una figura clave en su reconstrucción. En su libro, hay una frase suya: “Nunca había visto una persona tan rota con un escaparate tan grande”.

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Foto: D. G.

Fue con ella con quien emprendió el viaje más difícil: el de regresar a su infancia. A ese niño moreno de rizos, de mirada vivaz y corazón abierto, que aún habitaba en alguna esquina de sí mismo. Isa le ayudó a tender ese puente invisible hacia su yo pequeño, a volver a mirar su historia desde la inocencia que el tiempo suele sepultar. “Conecté con ese niño y, al hacerlo, pude volver a mirar cada herida. No desde la culpa, sino desde la compasión”.

Mi fe en Dios nació del sentimiento, no del convencimiento

También encontró consuelo —y sentido— en el abrazo de Dios. Si bien su educación religiosa no fue especialmente estricta ni dogmática, fue a los diecisiete años, durante un viaje de voluntariado a Camerún (África), cuando algo cambió. Allí no fue una idea lo que lo alcanzó, sino una experiencia. “Lo sentí no desde el convencimiento, sino desde el sentimiento”, explica. Tomás habla de la fe no como una doctrina, sino como una intuición amorosa. “Nos han educado en creer en Dios, pero no es una forma de educación. Me molesta cuando se asocia a algo ideológico o se convierte en un debate. Entiendo que pueda generar controversia, pero para mí, Dios es el amor universal, el lugar donde cabemos todos”.

Rememora entonces aquellas misas africanas a las que asistió. Eran celebraciones que no parecían seguir ningún canon, y sin embargo, eran más genuinas que muchas de las que había conocido. “Tambores, cantos que hablaban de amor, de agradecimiento, de comunidad… Allí, sin tener nada, lo tenían todo. La compañía de Dios les bastaba”, recuerda.

A un ateo le diría que la fe empieza al aceptar que no todo se alcanza solo

“A un ateo le diría que el amor de Dios comienza cuando uno le permite al corazón sentir, y a la razón, dejar de creer que todo puede lograrse por voluntad propia. Hay que soltar —todo eso con lo que uno no puede— y ponerlo en sus manos. Y, al menos a mí, me funciona”, confiesa Tomás que habla de un encuentro con Dios que no fue doctrinal, ni impuesto, sino íntimo, silencioso, profundamente espiritual.

A Dios se le encuentra en el silencio. Muchos no se acercan porque cargan con prejuicios heredados sobre la Iglesia. Yo conocí a Dios desde un lugar íntimo y, a través de ese vínculo personal, llegué después a su Iglesia. Pero no siento que deba rendirle cuentas, ni cumplir con obligaciones que otros consideran norma. Le dedico mi tiempo, mi espacio, sin exigencias. Y eso me sostiene”.

María es mi raíz y me hace mejor persona

Terminamos, como no podía ser de otra manera, hablando de María. Hace apenas unos minutos ha cruzado el umbral del hogar que Tomás ha ido deshilvanando a lo largo de esta conversación —ese refugio de afectos, silencios y memorias—, con el pequeño Fede entre sus brazos. Solo ha interrumpido con una frase breve, doméstica, que es en sí un poema de la rutina compartida: le ha recordado que a las dos tenemos que terminar porque deben salir a buscar a Tomás y Cata - sus hijos mayores- al colegio.

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Foto: D. G.

“Para mí María es mi raíz. También lo son mis hijos, por supuesto, pero en María hay algo que me transforma cada día. Su sencillez, su humildad, su timidez… me enseñan a ser mejor persona. A veces le digo: no tienes que ser siempre tan buena, no tienes que estar atenta a que todos estén bien menos tú. Y ella, con esa calma suya, me contesta que lo hace porque lo disfruta. María me ha enseñado la belleza de entregarse a los demás de manera altruista. Me enseña a mirar la vida desde el amor más desinteresado”.

Es difícil querer a alguien en duelo y comprenderlo cuando ni él se entiende

Es muy difícil querer a alguien que sufre. Más aún cuando ese sufrimiento tiene el rostro invisible de la depresión. Si ni uno mismo sabe lo que le ocurre, ¿cómo va a saber el otro cómo reaccionar? Pero María… María ha sabido estar. Ha sido compañera en el sentido más pleno de la palabra: ha esperado, ha sostenido, ha respetado todos mis tiempos sin imponer los suyos. Ha habitado conmigo el silencio sin necesidad de romperlo” relata.

Por eso, en la dedicatoria de ´Si supieras quién soy´, su segundo libro, Tomás condensa en una sola frase todo lo que narra en esta conversación : “A María, por amarme cuando menos lo he merecido, que ha sido cuando más lo he necesitado”.

Aunque la conversación con Tomás Páramo desmonta etiquetas y desplaza con precisión ciertos clichés, no rehúye la complejidad de su figura ni la del entorno en el que se mueve. “A veces, bajo el paraguas de la libertad de expresión, se justifica todo. Pero hay palabras que se convierten en cicatrices, gestos que terminan dejando marcas”. Durante una entrevista en la radio reciente un periodista le preguntó: "¿Qué crees que pensaría un trabajador de andamio sobre ti?" . Su respuesta fue inmediata: “Creo que esa pregunta no debería hacérmela a mí, sino a ti. ¿Qué piensas tú de mí para plantearla así?”.

Parece que al ser influencer no puedes tener una carrera, nivel académico y cultural…

Páramo no esquiva el juicio social sobre su generación, ni el escepticismo que muchas veces rodea a quienes han construido una comunidad digital. “Es cierto que tener visibilidad permite publicar. Pero escribir exige otra cosa. Yo no he escrito como influencer, sino como alguien que ha crecido entre libros, con la exigencia de alguien que ha descubierto lo que la literatura puede revelar y con la intención de a través de mi vulnerabilidad, tocar la sensibilidad de otras”.

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Foto: D. G.

Consciente de las estructuras que ha levantado —una empresa, una familia, un oficio que se redefine sin cesar— afirma que lo esencial no reside en lo proyectado, sino en lo cultivado: “El futuro no existe. El futuro se construye desde el presente. No sirve de nada obsesionarse con lo que vendrá. Hay que trabajarlo ahora”. Y así lo hace. Escribe su próximo libro, gestiona su empresa, educa a sus hijos, conversa con la herida cuando es necesario y con la palabra cuando encuentra lugar. Reconoce en la sensibilidad una forma de fortaleza: “En la vulnerabilidad también habita la masculinidad”.

A lo largo de este encuentro, Tomás Páramo ha ido revelando capas. No ha ofrecido una versión definitiva de sí mismo, sino un itinerario abierto, con zonas de luz y otras no del todo transitadas. Lo demás —lo que permanece, lo que conmueve, lo que interpela— queda ahora en manos del lector.

Al cruzar el umbral del hogar de Tomás Páramo, lo primero que envuelve no es una palabra, sino un aroma: un incienso con reminiscencias litúrgicas que flota en el aire como si custodiaran el espacio viejas oraciones invisibles. El anfitrión, atento, ofrece un café con la calma de quien habita su propio tiempo —un tiempo pausado, casi artesanal, que convive con la complejidad de los días modernos—.

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