El día que visitamos el palacete madrileño de Pitita Ridruejo
Pocas personas se atreverían a publicar un libro que se llama 'La Virgen María y sus apariciones' o confesar que fueron a pedirle un autógrafo a Franco
Una gran dama y un icono pop en toda regla. Las dos cosas casi nunca van de la mano, pero en el caso de Esperanza Ridruejo, alias Pitita, formaron un dúo indisociable. Cuando Vanitatis tuvo la oportunidad de visitar su palacete, en octubre de 2013, el protocolo del encuentro dio paso a la ternura. La misma persona que hablaba de apariciones marianas con una seriedad apabullante nos invitaba a tomar el té con ella o nos enseñaba su capilla en el interior del inmueble; una casa tan barroca como su propio peinado y ese porte regio que siempre la caracterizó.
Entre fotografía y fotografía, Pitita se mostró humilde, sencilla y, tras su aspecto suntuoso y ese cuello de cisne, también dejó ver los signos de la edad. En alguna ocasión hubo cuidado para que, caminando entre alfombras con décadas de antiguedad, no acabase tropezándose y cayendo de bruces al suelo. Ese era el mayor peligro en ese lugar en el que, entre tictac de relojes, el tiempo parecía haberse detenido. El resultado fue un reportaje que reproducimos a continuación, en el que esta persona entrañable, irónica y segura de sus vivencias (bien fuesen ver a la mismísima Virgen o entrevistar al Andy Warhol más gamberro) nos enseñó parte de su grandeza.
*El reportaje que reproducimos a continuación se publicó, originalmente, el 19 de octubre de 2013:
Hay gente por encima del bien y del mal; gente que puede decir lo que se le pasa por la cabeza sin, acto seguido, tener que pedir disculpas. Pocas personas se atreverían a publicar un libro que se llama 'La Virgen María y sus apariciones' o confesar que fue a pedirle un autógrafo a Franco. “Y él estaba en la mejor mesa, claro”, añade Esperanza Ridruejo, alias Pitita, uno de los iconos de la vida social de nuestro país y la autora de ese libro, última publicación de esta dama original, alta, imponente y elegante, que nos recibe en su palacete del siglo XVII en pleno centro de Madrid; un lugar que adquirió en plena Transición, en 1976, y que, como la propia España, también sufrió sus cambios. Pitita es una señora de 83 años con un porte que aún impresiona y ella lo sabe. Su modestia le hace confesarnos que quiere que la saquemos guapa, pero su forma de andar, su llamativo peinado y su estatura, además del entorno en el que se encuentra, facilitan esa misión. Comenzamos a grabar sus palabras y aparece el primer tema, el que nos ha conducido hasta aquí: la Virgen. ¿Cómo preguntarle por algo tan difícil de entender para cierto público? Quizá empezando por el principio cuando, con tres décadas menos, empezó a entusiasmarse por el tema. “El sol daba vueltas y bajaba hacia la tierra. La gente gritaba porque parecía que se nos iba a venir encima. Incluso cambiaba de color”, confiesa acerca de su primera visión.
Sucedió un día de 1984 en El Escorial. Tras leer no pocos libros sobre la Virgen y sus apariciones, Pitita se dirigió allí bajo la promesa de que algo extraordinario iba a ocurrir. “Llegó la vidente a donde estábamos reunidos, en un pequeño campo dentro de El Escorial. Empezó a rezar el rosario y al llegar al cuarto misterio se cayó al suelo. La gente dijo que había entrado en trance. Al principio no lo creía, pero lo vimos todos y nos quedamos alucinados. Miramos al sol y con un asombro enorme vimos que se estaba moviendo”. A partir de ese momento, llegaron los nueve libros sobre las apariciones, que resume en el último. También las conferencias. “¡Me encanta hablar!”, asegura. La tentación de pensar que lo hizo para convertirse en personaje es grande. Pero ni lo necesitaba ni lo quería, y abre sus enormes ojos para aclararlo. “Cuando volví a casa se lo conté a mi marido y me dijo que no dijese nada, porque iban a pensar que me lo estaba inventando”.
Su marido, Mike Stilianopoulos, no solo está encantado con su fe sino que ha aprendido que su mujer no necesita protegerse de las burlas o las ironías sobre la misma. Se basta ella sola para hacerlo. Con él se casó y viajó hasta Manila para después instalarse en Madrid. Con él compartió experiencias inolvidables porque, aunque ella no se considere transgresora (“Yo no soy transgresora, yo le doy la razón a todo el mundo”, exclama), cuesta ver a la misma dama que nos recibe esta tarde en un palacete entrevistando al mismísimo Andy Warhol o participando en una película de Fellini. Ella lo hizo. Aunque no tengan nada que ver, muchos de esos encuentros la hicieron más consciente del poder de su fe y de la situación actual. “El que crea que vivimos en un paraíso está muy equivocado. Sin embargo, la Virgen nos dice que todo acabará muy bien”.
Fue Anson el que le confió varias entrevistas y la convirtió en una peculiar y única autora de reportajes, trastocando el futuro de señora ‘florero’ al que parecía destinarla su elevada posición social. La tarde que la mandaron al hotel Villamagna a entrevistar al genio del pop art, Warhol, este la recibió con todos los muebles por el suelo. A ella, que acudió con su hija al encuentro, no se le movió ni un solo pelo de su espesa cabellera ante el desastre. “Me miraba un poco asustado y me dijo: “Yo no sé si podremos hacer la entrevista”. Y yo pensé: “Pues la va a hacer”. Me dijo que no me la daba porque no tenía sitio donde sentarme y yo le repliqué: “Tengo todo el suelo para sentarme”. Y así fue como nos sentamos todos en el suelo. Pregunté si estaba feliz por estar exponiendo en España. Me contestó: 'No estoy muy contento porque a mí lo que me gusta es modelar; es lo que más me gusta hacer porque la gente me mira. Siempre decía las cosas más extrañas', confiesa divertida”.
¿Y qué hay de su amistad con el mismísimo Fellini? Ella aparece en 'Roma', una de las joyas del maestro del cine italiano. A Pitita le brillan los ojos cuando recuerda que la comparó con la Callas y, como buena contadora de anécdotas, se recrea en los detalles pormenorizados de aquel día en el que fue partícipe de su genialidad en los estudios Cinecittá de Roma. “Me gritó: 'Signorina, quello che el suo coche'. Yo tenía que interpretar a una mujer con muy mal carácter que tenía que exhibir su ira y demostrarlo dentro del coche. Estaba aterrada y eso apareció en la película, desgraciadamente. Me decía que hiciese algo para que se viese la ira que tenía, que tenía que arañar el cristal del automóvil. '¡Piú Forza!!' me gritaba”.
La entrevista va finalizando. Pitita tiene una cita importante a media tarde y hay que dejarla marchar, pero queda la sensación de que con ella se podrían hablar días y días y, aún así, quedarían anécdotas en el tintero. La de su afición a la pintura, por ejemplo, nacida casi por casualidad en Roma. “Allí fue donde empecé a pintar porque vivíamos en una casa romana que era un poco triste, muy oscura. Los niños me dijeron: '¿Por qué no me pintas una silla, por ejemplo?'. Lo hice y resulta que le encantó a un amigo pintor. Le regalé el cuadro de la silla, la puso en su estudio y le gustó mucho a un señor inglés del mundo de la moda. A partir de ahí vino más gente a la que le encantaba mi pintura”, dice, mientras nos despide. Eso sí, antes hacemos una parada obligada en la capilla que tiene integrada dentro de su palacete. “Habrá sido cosa de la Virgen que esta foto salga a la primera”, nos asegura cuando disparamos el objetivo. Y al salir de esa burbuja atemporal que es su casa es inevitable una reflexión, se crea o no en la Virgen, se piense que las apariciones son una falacia o algo real: definitivamente, Pitita sí es transgresora por mucho que ella lo niegue. ¿Existe hoy en día tanta gente que sea capaz de decir lo que piensa, de mostrar con desnudez sus convicciones, como lo hace ella? La respuesta es obvia y asusta un poco…
Una gran dama y un icono pop en toda regla. Las dos cosas casi nunca van de la mano, pero en el caso de Esperanza Ridruejo, alias Pitita, formaron un dúo indisociable. Cuando Vanitatis tuvo la oportunidad de visitar su palacete, en octubre de 2013, el protocolo del encuentro dio paso a la ternura. La misma persona que hablaba de apariciones marianas con una seriedad apabullante nos invitaba a tomar el té con ella o nos enseñaba su capilla en el interior del inmueble; una casa tan barroca como su propio peinado y ese porte regio que siempre la caracterizó.