La boda de verano de Beatriz: vestido de novia con bordado vintage, celebración al aire libre y flores de la jet set
Beatriz Peña y Alfonso Cano, nieto del prestigioso arquitecto Julio Cano Lasso, se casaron en la capital, en la iglesia de Santa Bárbara y después, en la finca Los Cuadros, en un enlace de verano lleno de magia
Beatriz y Alfonso son una de esas parejas rara avis, una de esas que llevan juntos toda la vida y que culminaron su historia de amor en boda. Se conocieron y se enamoraron en la adolescencia, y diez años después, celebraron sus nupcias. "Alfonso y yo nos conocimos cuando teníamos 16 años. Él es el primo de una de mis íntimas amigas del colegio", cuenta. Una década como novios y una petición de mano que transcurrió en familia, "fue en casa de mi madre, en abril de este año".
Ella es asesora financiera de transacciones en PwC y él, arquitecto, viene de una saga de renombre. El abuelo de Alfonso fue Julio Cano Lasso, una eminencia en el mundo de la arquitectura, reconocido a lo largo de su carrera con la Medalla de Oro de la Arquitectura en España y miembro de la Real Academia de Bellas Artes. Fallecido en 1996, hoy son sus tres hijos, Diego, Gonzalo y Alfonso Cano Pintos, quienes dirigen el estudio que su padre levantó en 1949. Un equipo, el de Cano Lasso Arquitectos, del que también forma parte Alfonso.
De una manera u otra, la arquitectura y su belleza, estarían presente en la boda de Beatriz y Alfonso. La pareja escogió el 21 de junio de 2024 como fecha para entonar el 'sí, quiero'. Como manda la tradición, el enlace se dividió en dos actos. Primero, la ceremonia religiosa en la iglesia de Santa Bárbara, y segundo, el banquete y la fiesta en la finca Los Cuadros.
Hablamos de dos ubicaciones clave. Empezando por la iglesia más solicitada en la capital. Localizada en pleno barrio de las Salesas y envuelta en un encanto especial gracias a su escalinata, en la de Santa Bárbara se casan cada temporada parejas de la jet set y de la aristocracia, entre otros novios anónimos. A unos 30 kilómetros de distancia del centro, la finca Los Cuadros. Regentada por el grupo La Blonda y diseñada por el prestigioso estudio de María Santos, cuenta con inmensos jardines, patios mediterráneos rodeados de generosas encinas y fuentes con encanto. En pocas palabras, el lugar perfecto para una boda romántica de verano, como fue la de Beatriz y Alfonso.
"Solamente soñábamos con estar rodeados de nuestros familiares y amigos más cercanos", recuerda la novia. Así, "todos los nervios y el estrés de la organización merecerían la pena".
La organización y la planificación corrió a cargo de los novios. "No tuvimos wedding planner, y la verdad que no sé en qué momento, porque tengo unos horarios de trabajo bastante exigentes y tuvimos que hacerlo todo nosotros. Aunque también te diré que Ángela del Grupo la Blonda nos ayudó un montón a preparar todo y el día de la boda estuvo superpendiente de todo". Meses de preparación para concluir en un día redondo, "todo salió mejor de lo que esperábamos e hizo un día precioso".
Para vestir en su boda, Alfonso llevó un chaqué clásico a medida de Bund con chaleco de doble botonadura en tono marfil, camisa blanca y corbata con estampado geométrico de color verde.
La madrina, Myriam Abarca, y sus dos hijas, las hermanas del arquitecto, lucieron looks de invitada de su firma de moda, Pistache Vintage. La madre de la novia, Beatriz Cifuentes, apostó por un vestido rojo de Míriam Gálvez y su hermana Cristina, un diseño de T.ba.
Ellas, y su amiga Casilda, una de las fundadoras de la marca Dahlia, fueron sus mejores consejeras en el proceso de creación de su vestido de novia. "Mi madre y mi hermana me acompañaron a casi todas las pruebas, y también mi suegra, mi cuñada y mi íntima amiga Casilda. Ellas están constantemente en contacto con la moda y me ayudaron mucho a decantarme hacia los pequeños detalles con sus opiniones y sugerencias".
Sin una idea clara de cómo quería que fuese su traje, Beatriz se plantó en el taller de Helena Mareque, una eminencia de la moda nupcial capaz de crear obras de arte con sus tejidos. "Reconozco que no soy la típica mujer que se imaginaba vestida de novia. Fui a ver a Helena y estuvimos hablando de lo que me gustaba y de lo que no, y lo único que tenía más o menos claro es que quería llevar algo de pedrería y bordados, y enseguida me pilló el punto", cuenta la novia.
Enclavado en el barrio de Salamanca, concretamente, en la calle Don Ramón de la Cruz, 17, por allí desfilan cada temporada esas mujeres y novias con una sensibilidad especial por la moda, como lo fue Beatriz.
"El mérito fue todo de Helena Mareque: es una maravilla la capacidad que tiene para crear. Ella quiso que mi vestido hiciera un guiño a la arquitectura, ya que no solo Alfonso es arquitecto, sino que toda su familia también". Con esa idea como punto de partida, comenzó el proceso de creación de su vestido de novia. "Lo primero que se construyó fue la falda, cuyas tablas emulaban edificios". Fabricada con una seda rústica, el resultado final de la falda sería el de una pieza estructurada y al mismo tiempo, dotada de movimiento.
"Después se creó el corsé con mi toque más personal, ya que mi único capricho era sumar algo de pedrería o bordados. Como color principal para bañar el bordado nos decantamos por el champán, porque al ser muy morena, no me gustaba nada como me sentaban los tonos claros o blancos. Quedó precioso, toda una obra de arte. Para cubrir un poco, le pusimos una capa que hacía de cola", explica la asesora financiera.
En palabras de Mareque, "al diseñar el vestido de Beatriz pensé en su personalidad luminosa y arrolladora. Elegimos una seda de trama rústica en tono beis con un matiz muy sutil en color paja. La parte superior la plisamos de manera artesanal", detalla. Como colofón, "el bordado era una pieza vintage que dialogaba magníficamente con el tejido y el diseño".
Con un escote cuadrado con tirantes, cuerpo ceñido decorado con un delicado bordado oro, una capa desmontable que ejercía de cola y una falda en línea A, el vestido de novia de Beatriz es de los más bonitos de los últimos tiempos.
A sus pies, Beatriz se calzó todo un icono entre las novias actuales: las sandalias Azia 95 de Jimmy Choo en color nude con un tacón de casi 10 centímetros, puntera cuadrada, tiras en la pala y cierre lateral con pulsera. "Luego, en la fiesta, me puse unas alpargatas de Castañer de la colección de Casilda se Casa".
Entre regalos y un préstamo especial, se movieron las joyas que lució el día de su boda. "Llevé el anillo de pedida que me regalaron mis suegros, unos pendientes de diamantes que me regalaron mis amigas, ambos de la joyería Cysier, y una pulsera vintage de zafiros y diamantes de mi abuela para cumplir con el algo azul y el algo prestado". En el pelo y decorando el semirecogido que Beatriz lució, "una tiara trasera de M de Paulet que me regaló mi jefe, su mujer es una de las fundadoras de la firma".
El ramo cierra el look. Obra de Aquilea, la floristería preferida de la jet set fundada por las hermanas Marta, Cristina y María Barreiros, encargadas asimismo de toda la decoración floral de la boda de Alfonso y Beatriz. "El mérito fue de María de Aquilea. Mi ramo fue totalmente sorpresa, confié a ciegas en ella al 100%. Me pidió algunas fotos de mi vestido y lo montó sola a raíz de eso. ¡Una crack!", apunta la novia.
Aquel 21 de junio que meses antes ambos marcaron en el calendario, había llegado. "Me maquilló Erika Sánchez. No tengo palabras para ella, una profesional como la copa de un pino, que además transmite un aura de calma y paz que no tienen precio. Te diré que no era tarea fácil. El maquillaje es una de mis grandes pasiones y encontrar a una persona que me encajara, resultó complicado, pero acerté con Erika".
Justo antes de salir y fruto del directo, surgió un imprevisto de última hora. "El coche que nos iba a llevar a la iglesia no arrancaba y tuvo que venir a buscarnos mi tío Gonzalo. Al final, a la ceremonia religiosa me acompañaron mi padre y mi tío", recuerda.
Para Beatriz, durante la ceremonia religiosa, se produjeron dos momentos que quedarán para siempre en su memoria. "Ver a mi padre emocionado acampándome al altar y por supuesto, encontrarme con Alfonso".
Cuando Alfonso y Beatriz ya estaban casados, ellos y sus invitados, un total de 370 personas entre familiares y amigos, cambiaron de ubicación para trasladarse hasta la finca Los Cuadros.
La cena transcurrió al aire libre con un montaje de mesas redondas vestidas con mantelería rústica, combinando acabados lisos con estampados florales, y la mesa presidencial, rectangular y en el centro. La vegetación del entorno y un cielo de guirnaldas acompañaron a novios e invitados. A la mesa, el catering de La Blonda sirvió un menú con dos platos principales y un postre. De primero, salmorejo de remolacha con burrata al pesto, y de segundo, roast beef de solomillo de ternera con patatas Dauphinoise y verduras baby. La nota dulce llegó con una tarta árabe de crema pastelera, fresas y crujiente de almendras. De la bodega, un vino blanco de Rueda de Marqués de Riscal y un vino tino de Valtravieso Crianza Ribera del Duero.
La entrada del ya matrimonio al banquete estuvo protagonizada por una canción, 'Dela', de Johnny Clegg. "Es de las pocas cosas que tenía clara, que cuando me casara entraría con esa canción. Forma parte de la banda sonora de la película de 'George de la jungla' y cuando sonó, mucha gente tuvo el típico momento de 'recuerdo desbloqueado' de la infancia".
"Para mí fue muy especial el momento de la entrega de los ramos. Se los di a personas muy importantes, tanto para mí, como para Alfonso. Seleccionamos las canciones de tal manera que, cuando sonara la canción, a la persona que se lo iba a dar, ya supiera que ese ramo era para ella o él".
Beatriz resume su gran día así. "La verdad es que lo disfruté mucho porque, contra todo pronóstico, no estaba nada nerviosa. Recuerdo a todo el mundo superfeliz y muy emocionado, que fue lo que más me gustó. Ver la emoción en los ojos de la gente que quieres, creo que fue una de las cosas que más me pudieron gustar".
Como recomendación para futuras novias, "a mí, una persona que no conocía, me dio un consejo muy valioso: que es que cada X tiempo te pares 5 segundos y mires a las personas que tienes a tu alrededor, mires sus caras y observes. Al final todo pasa muy rápido, y esos son los momentos de los que te acuerdas y se te quedan grabados para siempre".
Beatriz y Alfonso son una de esas parejas rara avis, una de esas que llevan juntos toda la vida y que culminaron su historia de amor en boda. Se conocieron y se enamoraron en la adolescencia, y diez años después, celebraron sus nupcias. "Alfonso y yo nos conocimos cuando teníamos 16 años. Él es el primo de una de mis íntimas amigas del colegio", cuenta. Una década como novios y una petición de mano que transcurrió en familia, "fue en casa de mi madre, en abril de este año".