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El vía crucis de Mette-Marit de Noruega mantiene en vilo la sucesión
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El vía crucis de Mette-Marit de Noruega mantiene en vilo la sucesión

La dolencia pulmonar de la princesa heredera se suma a una larga retahíla de enfermedades que hacen dudar sobre su capacidad para asumir el rol de reina consorte. Harald tiene 81 años

Foto: Mette Marit de Noruega. (Getty)
Mette Marit de Noruega. (Getty)

El día de la boda del príncipe Haakon con Mette-Marit Tjessem, en agosto de 2001, los recién casados salieron al balcón real a saludar. La flamante princesa, vestida de blanco impoluto y con un largo velo prendido a su pelo, cargaba en sus brazos a su rubísimo hijo Marius. En esa imagen se condensaba todo lo que había significado la irrupción de la joven noruega en la Casa Real. Estamos hablando de una monarquía con más de mil años de historia y que, en su inmediato pasado, había tenido un carácter muy militar, marcado por las guerras mundiales.

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Pero ahí estaba ella. Una madre soltera sin apenas estudios que había conocido al heredero a la Corona noruega en un festival de rock. El padre de su hijo era un traficante de drogas (hoy reconvertido en celebrity en Noruega). Las crónicas más amables cuentan que el rey Harald se sentó una tarde con ella y le pidió que le contara toda la verdad sobre su pasado. Cuando ella se lo confesó, le dijo: "Bien, ¿no hay nada más? Entonces nos apañaremos". Las más críticas admiten que para la dinastía de los Glücksburg fue un auténtico trago aceptar el matrimonio, por más que Harald hubiera sido el primer príncipe en casarse con una plebeya en Europa. La joven tuvo que pedir perdón público por su pasado y firmar un acuerdo prematrimonial en el que si el matrimonio con Haakon fracasaba, se marchaba de palacio con una mano delante y otra detrás.

placeholder El príncipe Haakon y Mette Marit, el día de su boda, con Marius en brazos. (Getty)
El príncipe Haakon y Mette Marit, el día de su boda, con Marius en brazos. (Getty)

Durante los primeros años, Mette-Marit se esforzó mucho por lograr el amor de su pueblo y lo consiguió. Lo cierto es que los noruegos adoran a su monarquía. En una encuesta reciente realizada por una cadena de televisión con motivo del cumpleaños del monarca, más de un 80% de los ciudadanos mostró su apoyo a la Casa Real. Y durante un tiempo fue también a causa de Mette-Marit.

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Sin embargo, las cosas empezaron a cambiar. Mientras las otras royals europeas como Máxima, Letizia o Mary se afanaban en cumplir con una agenda repleta de actos oficiales, Mette-Marit fue escondiéndose cada vez más. La princesa apenas viajaba con su marido fuera de las fronteras noruegas (a no ser que fuera de vacaciones) y apenas representaba a la Casa Real en cuatro o cinco actos al mes. Su popularidad estaba al nivel de la de la princesa Marta Luisa, fundadora de la estrambótica Academia de Ángeles.

placeholder La princesa Mette Marit, un año después de casarse, con muletas. (Getty)
La princesa Mette Marit, un año después de casarse, con muletas. (Getty)

En esta última década ha encadenado un problema de salud tras otro. En 2008 sufrió una aparatosa caída en Ucrania que le causó lesiones cervicales que forzaron su paso por quirófano. Al año siguiente tuvo que retrasar la vuelta de un viaje de Estado a México por encontrarse indispuesta, pero los problemas no hicieron sino crecer tiempo después. En 2013 los dolores tampoco le dieron tregua y en noviembre fue operada de una hernia discal. En 2014 no es que su actividad fuera lo que se dice frenética y en el verano del año siguiente tuvo un accidente de tráfico que le causó lesiones en la espalda y las cervicales, o lo que es lo mismo, intensísimos dolores.

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Parece que los síntomas de su actual enfermedad empezaron a dar la cara a finales de 2015. En noviembre de ese año, Mette-Marit tuvo que anular una visita de Estado a Brasil apenas dos meses antes de que se produjera "por infecciones respiratorias recurrentes". En diciembre de 2016 anuló un viaje a Nueva York a última hora. La cita, en la ONU, era tan importante que tuvo que sustituirla el propio príncipe Haakon. Ya el año pasado, la Casa Real noruega se vio obligada a salir al paso de las especulaciones y emitió un comunicado anunciando que la princesa padecía el llamado 'síndrome de los cristales' (vértigos provocados por unas calcificaciones en el oído interno). Pasó por el quirófano y se descolgó, una vez más, de la agenda oficial.

placeholder Mette Marit, en un viaje oficial a Malawi. (Getty)
Mette Marit, en un viaje oficial a Malawi. (Getty)

Tantas ausencias abonaron la teoría de que el matrimonio entre los príncipes herederos no marchaba bien. Tan solo un año después de casarse, la princesa heredera protagonizó un primer escándalo en este sentido, al propinar un sonoro manotazo a su marido en público. Fue tras aterrizar en Haugesund (Noruega), cuando Haakon intentaba mediar en una discusión entre Mette-Marit y su secretaria. A partir de ahí, el carácter de la princesa fue puesto en tela de juicio varias veces y de nuevo palacio tuvo que salir al paso: Mette Marit tenía miedo a volar.

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Hoy, vive el enésimo capítulo de su particular vía crucis. Porque la enfermedad de Mette-Marit plantea, además, otro problema para los Glücksburg. Harald de Noruega tiene 81 años y es de la vieja escuela. "Yo juré sobre la Constitución noruega. Para mí, ese juramento abarca mi vida entera", advirtió en una entrevista el año pasado. El monarca descartó la abdicación "a menos que reciba un claro mensaje de mis hijos de que es el momento". Pero ese 'mensaje' es difícil de emitir cuando el relevo no está en plenas condiciones y nadie sabe muy bien si lo estará alguna vez.

El día de la boda del príncipe Haakon con Mette-Marit Tjessem, en agosto de 2001, los recién casados salieron al balcón real a saludar. La flamante princesa, vestida de blanco impoluto y con un largo velo prendido a su pelo, cargaba en sus brazos a su rubísimo hijo Marius. En esa imagen se condensaba todo lo que había significado la irrupción de la joven noruega en la Casa Real. Estamos hablando de una monarquía con más de mil años de historia y que, en su inmediato pasado, había tenido un carácter muy militar, marcado por las guerras mundiales.

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