De Urdangarin y Cristina a Federico y Mary de Dinamarca: las historias de amor nacidas de los Juegos Olímpicos
El amor está en el aire en los Juegos Olímpicos, sobre todo si eres miembro de la realeza. Y es que son tres las parejas que
El amor está en el aire en los Juegos Olímpicos, sobre todo si eres miembro de la realeza. Y es que son tres las parejas que se han formado en las Olimpiadas, así que estén atentos los jóvenes royals que este año van a asistir a las competiciones de París, porque pueden encontrar a su media naranja muy cerca de allí. Así le sucedió a la infanta Cristina, quien vivió a un auténtico flechazo cuando viajó hasta Atlanta, Estados Unidos, para los Juegos Olímpicos de 1996.
La hija de los Reyes eméritos fue una de las encargadas de saludar al equipo español de balonmano que había ganado la medalla de bronce, entre quienes se encontraba Iñaki Urdangarin. La infanta ya le echó el ojo a ese deportista alto y guapo con el que coincidiría después, ya en España, en una cena que organizó el propio Iñaki y sus socios en un restaurante que tenían en Barcelona, El Pou, par homenajear a los deportistas que habían vuelto de Atlanta con medalla.
Cristina no quiso faltar a esa cena, quizás conocedora de que allí estaría Iñaki. "¿Quién es ese rubio?", aseguran testigos que preguntó cuando lo vio de nuevo, antes de pasar la noche de tonteo, charlando y riendo. Ella pidió su teléfono y a los pocos días, Urdangarin recibió la llamada de Cristina. El resto ya es historia. Muy enamorados, se casaron en la catedral de Barcelona en 1997 y son padres de cuatro hijos: Juan, Pablo, Miguel e Irene.
Aunque el suyo ha sido un matrimonio complicado, sobre todo en su etapa final, con divorcio incluido, Cristina e Iñaki estuvieron enamorados durante los primeros años, y de eso fueron testigo los Juegos Olímpicos de Sídney 2000, en los que participó Urangarin, contando con el apoyo de su esposa, su primogénito y su familia política, la familia real, desde las gradas.
En esos Juegos de Sídney otra pareja nació y aún sigue viento en popa, a pesar de los nubarrones recientes. Hablamos de Federico y Mary de Dinamarca. Corría el año 2000 cuando el joven príncipe heredero danés, quien se encontraba en Australia por las Olimpiadas, decidió salir a tomar a un pub algo por la ciudad con su hermano, Nicolás de Grecia, y Marta Luisa de Noruega. Por su parte, Mary Donaldson, una anónima ejecutiva de publicidad de 28 años, había salido de fiesta con unas amigas a ese mismo local.
No se sabe cómo Federico y Mary acabaron bailando toda la noche, pero él quedó prendado de ella, por lo que intercambiaron sus teléfonos. Mary confesaría unos años después, en una entrevista, que al principio no sabía quiénes eran: "Yo no sabía quiénes eran ellos. Una media hora después uno de mis compañeros viene a mí y me pregunta: '¿Sabes que esas personas son príncipes?'". Aquellos días siguieron viéndose y poco después Federico abandonó Australia para regresar a Dinamarca, aunque le prometió a Mary que seguirían en contacto. Y así lo hicieron a través de correspondencia, emails y mensajes de texto.
Con la continuación del noviazgo, Mary se mudó a Dinamarca y por fin en 2003 anunciaron su compromiso, pasando por el altar el 14 de mayo de 2014. Son padres de cuatro hijos, Christian, Isabella, Vicent y Josephine y el pasado 14 de enero se convirtieron en reyes de Dinamarca tras la abdicación de Margarita II. Sucedió tras unos meses convulsos para su matrimonio debido a las imágenes publicadas en noviembre de Federico con Genoveva Casanova por las calles de Madrid. Ahora, 24 años después de aquel primer encuentro, Federico y Mary volverán a los Juegos Olímpicos, por primera vez como reyes.
En el 2000, y también en Sídney, Alberto de Mónaco y Charlène Wittstock dieron un paso más a su relación. Él acudió a los Juegos como soberano de Mónaco y miembro del Comité Olímpico Internacional, y ella era una de las competidoras en la modalidad de natación. Se conocían de unos meses antes, del Mare Nostrum del principado, y esos encuentros en eventos deportivos hicieron que, poco a poco, fuera surgiendo la chispa entre ellos. Ambos exolímpicos, quisieron oficializar su relación en 2006 en Turín en los Juegos Olímpicos de Invierno, por lo que su historia también está muy ligada con las Olimpiadas.
Tenemos que viajar bastante más atrás, hasta los Juegos Olímpicos de Múnich 1972 para hablar de la historia de amor de Carlos XVI Gustavo y Silvia. Por aquel entonces él era el heredero al trono, debido a la muerte prematura de su padre, mientras ella era una joven azafata con un especial don por los idiomas. Además del alemán paterno y el portugués materno, Silvia hablaba español, inglés y francés.
Esa fluidez para los idiomas hizo que trabajara durante unos años para el consulado de Buenos Aires en Alemania y, más importante, que formara parte del comité organizador de los Juegos Olímpicos de Múnich 1972, una cita gracias a la que conocería a su marido Silvia fue contrata en 1970 por el Comité Olímpico Nacional como asistente personal de su presidente. Desde ese puesto, fue designada una de las azafatas principales, con la responsabilidad de la planificación y preparación del personal en el periodo previo a los Juegos Olímpicos de 1972, además de la planificación operativa durante la propia cita.
No tardaron en comenzar su relación, aunque de una forma más que discreta. De hecho, no anunciaron su compromiso hasta 1976. Y el motivo de que pasara tanto tiempo fue, precisamente, su trabajo. Silvia Sommerlath se había comprometido a planificar los Juegos de Invierno de Innsbruck de ese mismo año y, consciente de que una vez anunciado el compromiso tendría que dejar su profesión, como tantas otras parejas de príncipes y reyes, quiso terminar lo que había empezado.
¿Será París 2024 el escenario de un nuevo romance para un miembro de la realeza? Estaremos atentos.
El amor está en el aire en los Juegos Olímpicos, sobre todo si eres miembro de la realeza. Y es que son tres las parejas que se han formado en las Olimpiadas, así que estén atentos los jóvenes royals que este año van a asistir a las competiciones de París, porque pueden encontrar a su media naranja muy cerca de allí. Así le sucedió a la infanta Cristina, quien vivió a un auténtico flechazo cuando viajó hasta Atlanta, Estados Unidos, para los Juegos Olímpicos de 1996.