Errol Flynn: entre el sexo, las adicciones y la 'jet set' de Mallorca
“Entro en una casa de putas con el mismo interés que en el Museo Británico o en el Metropolitan de Nueva York. Lo que me empuja es el mismo espíritu"
“Entro en una casa de putas con el mismo interés que en el Museo Británico o en el Metropolitan de Nueva York. Lo que me empuja es el mismo espíritu de curiosidad. Ahí también se encuentran las grandes obras del hombre”. Nunca habrá otro crápula como el que pronunció esas palabras. Ni siquiera en otros cincuenta y cinco años, los mismos que hace que murió él, un mes de octubre de 1959. Durante años, Errol Flynn hizo gala un carácter de golfo con encanto que enamoró a varias generaciones de espectadores en películas como El capitán Blood, Robín de los bosques o Murieron con las botas puestas, casi siempre al lado de la longeva Olivia de Havilland.
Su vida fue una auténtica aventura que lo llevó desde Nueva Guinea hasta la Guerra Civil Española, en la que fue la única estrella de Hollywood que luchó al lado de los republicanos. Su vida parecía más interesante que las propias películas que protagonizaba para la Warner, el estudio para el que hizo sus más famosas películas. Sin embargo, es menos conocida la etapa en la que, al final de sus días, se instaló cómodamente en Mallorca, escapando de la ruina financiera, el olvido y la desmemoria del público.
Corría el año 1950 y el bueno de Errol ya había pasado por juicios por acostase supuestamente con dos menores de edad, había cabreado a Jack Warner y a Michael Curtiz, director de la mayoría de sus películas, además de haberse casado dos veces y haberse separado otras tantas. Mallorca salía por entonces del ostracismo del franquismo y de la posguerra y recibía a un sinfín de turistas dispuestos a pasarlo bien en sus playas, alejados de la publicidad y el bullicio de otros lugares de moda. Flynn, sin embargo, se topó con la isla de casualidad.
En plena luna de miel con la que fue su esposa, Patricia Wymore, navegaba hacia Gibraltar en su yate, el Zaca, y a ambos les sorprendió una tormenta de proporciones gigantescas. Obligados a llegar a tierra lo antes posible, no tuvieron más remedio que atracar en el puerto de Pollensa. El lugar, una auténtica selva de embarcaciones y montañas perdidas en la lejanía, hizo que el matrimonio se quedase deslumbrado. Tras aquella primera visión típica de extranjeros que conocen de sopetón la cultura mediterránea, siguieron navegando hasta el puerto de Palma.
Por aquella época, el Zaca se había convertido en el velero salvador de Flynn, el lugar donde pretendía vivir para siempre alejado de los problemas entre los mismos mares que habían servido de escenario ficticio para sus películas, sin tener que preocuparse de exmujeres cabreadas ni de magnates de Hollywood que lo presionasen. Además, ya había dejado de ser el marco de muchas de sus orgías de juventud con jovencitas y algún que otro jovencito. En tiempos, incluso se llegó a decir que en el mástil del Zaca había ondeado una bandera con un pene, símbolo fálico de muchas de las correrías del indomable Errol. Ahora, el actor podría descansar de todo aquel desenfreno en aguas baleares.
Como un mallorquín más
Una vez finalizada la luna de miel, Flynn prometió volver a Mallorca para quedarse y, en 1955, regresó para instalarse en el hotel Maricel y, algo más tarde, en el Bonsel. Allí le habían prometido tranquilidad y un anonimato que, por aquella época, era lo que más deseaba. Tanta paz encontró que fue él mismo el que llamó a un periodista para darle ciertos detalles de su estancia en Baleares. De la fugacidad de sus alojamientos hoteleros pasó a alquilar una casa llamada Es Molí en una de las zonas nuevas de Palma, Illetas. Allí echó ciertas raíces junto a Wymore, que compartió con él su amor por la isla al mismo tiempo que desarrollaba su talento como cantante.
Un día cualquiera en la vida mallorquina de Flynn estaba lleno de actividades y por supuesto, de las suculentas juergas que no se resignaba a abandonar. Iba a comer al Celler Catalá y, por las noches, acudía al bar Joe's en la plaza Gomila. Aficionado a los daiquiris, los camareros se quedaban asombrados cuando los pedía sin azúcar o escuchaban de su boca el relato de alguna de las fiestas a bordo del Zaca, que casi siempre amanecía lleno de botellas vacías tras noches de desenfreno. El Robin Hood más famoso del cine también exhibía su indudable carácter en los locales de la isla.
En una ocasión, sentado en un restaurante al lado de dos señoras, escuchó como estas hablaban de él. “Era más guapo en las películas”, decían ellas. Flynn dio un brinco y les espetó: “¡Feas!”. Pese a su amor por el mar y por las Baleares, pese a sus largas navegaciones a bordo del Zaca, con el que conocía algunos parajes inhóspitos, el actor nunca se llegó a integrar del todo en las costumbres mallorquinas. Mucho más diestra a la hora de adaptarse a esas liturgias típicamente españolas, como las fiestas o la religión, fue Patricia Wymore. Tanto que, aseguran que fue su romance con un bailarín español el que dio al traste con el matrimonio, aunque la opción más probable para explicar la ruptura serían las borracheras y las infidelidades del hedonista Errol.
Tras la separación, Mallorca desapareció del mapa vital del actor. Plenamente consciente de ser una vieja gloria prematura, el actor se refugió en Jamaica, donde encontró una especie de Arcadia idealizada en la que podría huir del resto del mundo. El 14 de octubre de 1959, Flynn moría en Vancouver tras un infarto fulminante. Tenía 50 años, sus órganos parecían los de alguien que tuviese el doble de edad y en sus difuntas manos sólo tenía grandes momentos de placer. Sin embargo, él mismo habría sonreído ante su cadáver prematuramente envejecido ya que, como él mismo decía, su mayor talento siempre fue el de vivir.
“Entro en una casa de putas con el mismo interés que en el Museo Británico o en el Metropolitan de Nueva York. Lo que me empuja es el mismo espíritu de curiosidad. Ahí también se encuentran las grandes obras del hombre”. Nunca habrá otro crápula como el que pronunció esas palabras. Ni siquiera en otros cincuenta y cinco años, los mismos que hace que murió él, un mes de octubre de 1959. Durante años, Errol Flynn hizo gala un carácter de golfo con encanto que enamoró a varias generaciones de espectadores en películas como El capitán Blood, Robín de los bosques o Murieron con las botas puestas, casi siempre al lado de la longeva Olivia de Havilland.