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Así era la vida personal de Pepe Mujica: el hombre que vivió como pensó
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Así era la vida personal de Pepe Mujica: el hombre que vivió como pensó

El expresidente de Uruguay muere a los 89 años. Guerrillero, prisionero, presidente y campesino: así fue la vida personal de “el Pepe”

Foto: Pepe Mujica, en una imagen de archivo. (Reuters)
Pepe Mujica, en una imagen de archivo. (Reuters)

José Mujica murió como vivió: en su chacra de las afueras de Montevideo, rodeado de tierra, herramientas y la compañía de Lucía Topolansky, su compañera de vida y de militancia. Tenía 89 años y un cáncer que venía apagándolo desde hacía meses. Pero aún en los días más difíciles no dejó de sembrar —frases, plantas, ideas— ni de recibir visitas que buscaban, más que consuelo, algo de esa sabiduría sin pretensiones que 'el Pepe' cultivó con la misma naturalidad con la que cosechaba tomates.

No fue su presidencia lo que lo convirtió en leyenda; fue su forma de habitar la vida. Para millones, Mujica fue una rara excepción: alguien que llegó al poder sin dejar de ser quien era. Y así lo han recogido los medios de comunicación durante años, señalando las diferencias con el resto de la clase política en todo el mundo. Desde su Vespa descascarada hasta su Volkswagen del 87, desde su mate mañanero hasta la casita de chapas donde nunca aceptó poner lujos, cada gesto suyo parecía una respuesta a esa pregunta brutal: ¿se puede vivir con dignidad sin volverse parte de lo que uno detesta?

placeholder El expresidente de Uruguay José Mujica, en una foto de archivo. (EFE)
El expresidente de Uruguay José Mujica, en una foto de archivo. (EFE)

Nació el 20 de mayo de 1935 en Montevideo. Su padre, pequeño productor, murió cuando él tenía seis años; lo crió su madre, Lucía Cordano, una chacarera de origen italiano que le enseñó el valor del trabajo duro y silencioso. Muy joven, Mujica entendió que su vocación estaba más en la tierra que en los libros. Leía mucho, sí, pero sembraba más. Dejó la universidad y se metió a buscar sentido: pasó por el anarquismo, el Partido Blanco, y llegó a Cuba a oír a Guevara. No encontró respuestas fáciles, pero no dejó de buscar.

Su primera gran elección fue entrar al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, una guerrilla urbana que pensaba que la justicia social podía lograrse con fusiles y audacia. Mujica, alias “Facundo”, fue parte de ese intento. Robó bancos, se fugó de cárceles, resistió, mató, casi muere. Pasó doce años en prisión, en condiciones inhumanas: solo, incomunicado, al borde de la locura. Salió de allí viejo, sin dientes, hablando con hormigas, pero con una convicción intacta: “No odien. Porque el odio termina idiotizándolos”.

placeholder Fotografía de archivo del 24 de noviembre de 2024 el exmandatario José Mujica. (EFE)
Fotografía de archivo del 24 de noviembre de 2024 el exmandatario José Mujica. (EFE)

Cuando volvió la democracia, Mujica no pidió venganza. Fundó un partido, sembró otra clase de revolución: la de las ideas lentas, la del ejemplo cotidiano. Fue diputado, senador, ministro. Vivía con su compañera Lucía en una chacra sin lujos ni escoltas, con su perra Manuela, de tres patas, como símbolo involuntario de resiliencia. Cuando lo eligieron presidente en 2009, se negó a mudarse al palacio presidencial. Donaba el 90% de su sueldo. Y hablaba claro, sin metáforas vacías.

“La política no es una profesión, es una pasión. Hay que vivir como se piensa, si no uno termina pensando como vive”, decía. En su gobierno impulsó leyes que incomodaron a los poderosos: el aborto legal, el matrimonio igualitario, la regulación del cannabis. Algunas salieron bien, otras no. Pero todas tenían detrás una ética sencilla: ampliar derechos, reducir daños, cuidar al que tiene menos.

placeholder Pepe Mujica, en una imagen de archivo. (Reuters)
Pepe Mujica, en una imagen de archivo. (Reuters)

Mujica no quiso reelegirse. Se fue como llegó, entre aplausos humildes y con los bolsillos vacíos. Pero siguió hablando. En foros, universidades, entrevistas: repitió hasta el final que el consumo nos esclaviza, que la libertad no está en comprar sino en necesitar poco, que el tiempo es el único bien no renovable y que malgastarlo en cosas inútiles es la verdadera tragedia de esta época.

No dejó herederos políticos ni buscó construir una figura épica. Se conformó con ser, con vivir como decía. Por eso, su muerte no es solo la de un expresidente: es el adiós a una forma de estar en el mundo que parecía olvidada. Y quizá por eso también su vida personal fue, en realidad, su mensaje político más poderoso.

José Mujica murió como vivió: en su chacra de las afueras de Montevideo, rodeado de tierra, herramientas y la compañía de Lucía Topolansky, su compañera de vida y de militancia. Tenía 89 años y un cáncer que venía apagándolo desde hacía meses. Pero aún en los días más difíciles no dejó de sembrar —frases, plantas, ideas— ni de recibir visitas que buscaban, más que consuelo, algo de esa sabiduría sin pretensiones que 'el Pepe' cultivó con la misma naturalidad con la que cosechaba tomates.

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