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Versalles: la granja de María Antonieta
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Versalles: la granja de María Antonieta

La reina María Antonieta se sentía sola. Después de dejar su Viena natal para casarse con el Delfín francés Luis XVI en 1769, su vida dio

Foto: Versalles: la granja de María Antonieta
Versalles: la granja de María Antonieta

La reina María Antonieta se sentía sola. Después de dejar su Viena natal para casarse con el Delfín francés Luis XVI en 1769, su vida dio un importante giro. Es cierto que venía de una monarquía y que estaba acostumbrada al lujo y al refinamiento, pero en las monarquías, al parecer, también había clases y Austria tenía poco que ver con la majestuosidad francesa de la época. Tras la boda se trasladó con su marido al Palacio de Versalles, aunque aquello era demasiado para ella: tanta ostentación la asfixiaba, todo era demasiado grande… las habitaciones, los techos, las ventanas. A esto hay que sumar esa corte que la seguía y vigilaba cada uno de sus pasos desde que abría los ojos por la mañana.

Un día el rey le regaló el Petit Trianon, un palacete neoclásico creado en el siglo XVIII a petición de Luis XV para la Madame de Pompadour. Pero, en realidad, de petit tenía poco. De hecho, en principio fue concebido para albergar un zoológico, un jardín, una escuela botánica y un invernadero. Otra grandiosidad real, pero un poco más discreta y, sobre todo, rodeado de mucha naturaleza. Allí la reina austriaca se sentía mejor. Organizaba sus fiestas, invitaba a sus amigos, paseaba por los hermosos jardines y, poco a poco, fue construyendo lo más parecido a un hogar.

Las habitaciones no eran tan grandes y la decoración, menos artificiosa. María Antonieta eligió cuidadosamente los muebles, los colores, los tapices y los cuadros, incluso decidió que aquello era poco y encargó a su arquitecto, Richard Mique, la construcción de nuevos edificios, como el Templo del Amor, un teatro –donde en algunas ocasiones actuó y cantó para sus amigos- y su mayor locura: el Hameau.

La Delfina un día vio un cuadro y se enamoró de él. Se trataba de la representación de una granja del País de Caux, una región de Normandía, pintada por Hubert Robert. Así que mandó construir una aldea exactamente igual a la del cuadro. Un pequeño pueblo con una granja, molino y hasta una lechería. El lugar parece sacado de cualquiera de los cuentos de los hermanos Grimm. Es totalmente lo opuesto a la riqueza del resto de palacios de Versalles pero tiene un encanto particular: casas de piedra en medio del campo, un gran lago que atraviesa la aldea, puentes, cisnes, tejados de pizarra, balcones de madera.

Además, una asociación que cuida este patrimonio ha abierto determinados días la granja –con vacas, terneros y conejos- a los niños, con cursos, talleres, etc.

También dentro del reciento palaciego de Versalles y cerca de este Petit Trianon se encuentra el Grand Trianon. Fue construido durante el reinado de Luis XIV y se caracteriza por el predominio del color rosa. De estilo clásico francés, el rosa está por todos lados, en el mármol, la piedra, etc. En él se alojaron Napoleón y Luis Felipe y ambos lo redecoraron.







HOJA DE RUTA
Cómo llegar: Vuele hasta París. Versalles está a 21 kilómetros desde la capital francesa. Es posible ir en RER, el tren regional de París.
Dónde comer: La Marée de Versailles - 22 rue au Pain Tel: 01 30 21 73 73
Les Trois Marches - 1 boulevard de la Reine Tel: 01 30 50 13 21
Dónde dormir: Sofitel Château de Versailles**** - 2bis avenue de Paris Tel : 01 39 07 46 46
Trianon Palace **** - 1 boulevard de la Reine Tel : 01 30 84 50 00
Más información: www.versailles-tourisme.com

La reina María Antonieta se sentía sola. Después de dejar su Viena natal para casarse con el Delfín francés Luis XVI en 1769, su vida dio un importante giro. Es cierto que venía de una monarquía y que estaba acostumbrada al lujo y al refinamiento, pero en las monarquías, al parecer, también había clases y Austria tenía poco que ver con la majestuosidad francesa de la época. Tras la boda se trasladó con su marido al Palacio de Versalles, aunque aquello era demasiado para ella: tanta ostentación la asfixiaba, todo era demasiado grande… las habitaciones, los techos, las ventanas. A esto hay que sumar esa corte que la seguía y vigilaba cada uno de sus pasos desde que abría los ojos por la mañana.