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Marichalar no tiene quien le escriba
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Marichalar no tiene quien le escriba

Adorar el santo por la peana es un dicho que refleja ciertos comportamientos aduladores hacia determinados personajes que se supone ostentan poder. Si no puedes acceder

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Marichalar no tiene quien le escriba

Adorar el santo por la peana es un dicho que refleja ciertos comportamientos aduladores hacia determinados personajes que se supone ostentan poder. Si no puedes acceder al titular, da jabón al adosado más cercano. Más o menos ésta ha sido la situación que durante años vivió Jaime de Marichalar. Como duque consorte, las lisonjas podían acompañarse de detallitos cada vez que recorría sus tiendas preferidas del barrio de Salamanca, de cesiones temporales de coches de lujo como los de la firma Mercedes, de consejos de administración en empresas del Ibex o de apartamentos prestados en Nueva York o Los Hampton.

Las invitaciones no institucionales a todo tipo de actos, almuerzos, cenas, meriendas o picnics llegaban (y algunas siguen llegando) a su casa o a la Fundación Winterthur no en sacas como las de Papá Noel, pero sí muy abundantes. El duque elegía “esta sí, esta no, esta sí…” y, dependiendo seguramente de lo divertido que considerara el acto, allí se iba. Unas veces podía ser una cena semiprivada de Vuitton y otra la inauguración de la tienda Manolo Blahnik, donde por cierto una hermana era por aquel entonces cabeza visible. Hasta aquí todo entraba más o menos dentro de la normalidad que suponía ser yerno real. Incluso fue lo suficientemente hábil como para organizar almuerzos y cenas con periodistas y columnistas de moda.

Algunos de ellos desaparecieron de la escena en cuanto se hizo público el “cese temporal de la vida conyugal”. Ya no era necesario formar parte de la cohorte de palmeros que halagaban y reían las ocurrencias del duque cuando estaba presente y después filtraban esas anécdotas en reuniones sociales convirtiéndolas en excentricidades. En muchas ocasiones fui depositaria de esas maldades que, a diferencia de esos “íntimos”, nunca reflejé.

En los últimos meses, la frase de “Marichalar ya no interesa” ha sido tan frecuente como antes lo fue “hay que conseguir que venga el duque”. Una especie de mantra que repetían hasta la saciedad algunas firmas comerciales a través de sus respectivos relaciones públicas. Estas navidades, por ejemplo, le comentó a una persona que le llamó por teléfono para desearle un buen año que su mensaje escrito había sido el primero que había recibido. Y así ha continuado la línea descendente de afectos y desafectos. Curiosamente, las amistades con menos influencia mediática han sido las que continúan a su lado. Le llaman por teléfono y almuerzan con él. Los otros, los interesados, la callada por respuesta en plan de “ciao ciao bambino”.

En estos momentos, su vida se centra en el trabajo y en sus hijos a los que procura ver siempre que puede. Ha abandonado el shopping compulsivo y los complementos exóticos, aunque aún mantiene la costumbre de lucir innumerables pulseras como los antiguos marajás de Kapurtala. Una vez por semana viaja a París en calidad de mano derecha y consejero de Bernard Arnault, dueño del imperio del lujo LVMH, pero suele volver en el día. No es cierto, como se ha dicho, que piensa cambiar Madrid por París que, por cierto, fue la ciudad que sirvió de marco incomparable para su noviazgo con la Infanta Elena. Continúa viviendo en el triplex del barrio de Salamanca donde su madre, la discreta condesa viuda de Ripalda, pasa parte de la semana. Cuando no está ella se turnan los hermanos para que el duque pase el menor tiempo posible solo.

Este lunes comienza en París la Semana de la Moda de Alta Costura donde nunca fallaba Jaime de Marichalar. A diferencia de otros años, que iba y venía, en esta ocasión, y quizá por aquello de no sentir la presión mediática, tiene previsto instalarse todo el tiempo que duren los desfiles en la ciudad de Sarkozy. Una forma de poner tierra por medio y dejarse arropar por amigas incondicionales como Naty Abascal o Marisa de Borbón.

Adorar el santo por la peana es un dicho que refleja ciertos comportamientos aduladores hacia determinados personajes que se supone ostentan poder. Si no puedes acceder al titular, da jabón al adosado más cercano. Más o menos ésta ha sido la situación que durante años vivió Jaime de Marichalar. Como duque consorte, las lisonjas podían acompañarse de detallitos cada vez que recorría sus tiendas preferidas del barrio de Salamanca, de cesiones temporales de coches de lujo como los de la firma Mercedes, de consejos de administración en empresas del Ibex o de apartamentos prestados en Nueva York o Los Hampton.