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Los amigos de Alejandro Agag
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Los amigos de Alejandro Agag

Cuando se caso con Ana, la niña del presidente del gobierno ejerciente (en aquel momento), Alejandro Agag ya iniciaba su escalada a ese olimpo donde se

Foto: Los amigos de Alejandro Agag
Los amigos de Alejandro Agag

Cuando se caso con Ana, la niña del presidente del gobierno ejerciente (en aquel momento), Alejandro Agag ya iniciaba su escalada a ese olimpo donde se instalan los nombres de la lista Forbes y aquellos que aspiran a entrar. Ese grupo que se mueve a golpe de avión privado, veranea en lugares exclusivos donde dependiendo del estado de ánimo alternan yate con mansión, mansión con casa de campo y casa de campo con isla exótica, a ser posible donde puedan llegar los paparazzi. Porque salvo casos extremos como las hermanas Koplowitz, a las que de verdad les horroriza que se publiquen imágenes suyas, a los Briatore de turno (genérico que lo mismo sirve para la versión internacional que para la doméstica) lo que les gusta es que el resto de los mortales vea y admire cómo viven.

Para ellos la vanidad no es defecto, sino virtud. Seguramente pensarán que si no existieran ellos como espejo en el que reflejarse, qué razones tendría la sufrida clase media para gastarse el dinero en juegos de azar, pongamos que en la bonoloto. El perrito listo del anuncio televisivo que huye con su premio lo hace a una zona privilegiada donde mandan los ricos.

Por eso el espejo, espejito son ellos y sus circunstancias. Alejandro Agag, ex secretario general del Partido Popular Europeo y ahora empresario de altura, aún no ha llegado a ese nivel pero está a punto de caramelo. Al menos es lo suficientemente listo como para frecuentar el círculo concéntrico de los ricos y que los amiguetes le inviten a casi todo.

Briatore por ejemplo se llevó al matrimonio Agag/Aznar ejerciendo de chaperones (persona que, obligatoriamente, debía acompañar a la pareja de novios para evitar los excesos eróticos) en su viaje de novios. Imagino que Ana y Alejandro deben de ser superenrollados (que diría Tamara Falcó) y de ahí la invitación al barco del amor. Si no no se entiende muy bien su papel. Era curioso ver a la bella señora Briatore tomando el sol en la cubierta del yate mientras Flavio tomaba el aperitivo con Agag, como si la travesía tuviera que ver con asuntos profesionales y no con el viaje nupcial del anfitrión.

Este verano la tropa Agag/Aznar se instaló en Porto Cervo, una de las zonas más elitistas de Cerdeña donde el amigo Briatore tiene su club Billonaire frecuentado por Naomi Campbell y su chico de turno o, en el plano nacional, la pareja Cortina/Cue antes de comprar la casa de Soller en Palma. Solo para entrar en el local hay que pagar 150 euros. Después viene la consumición mínima, 200 euros, o la botella de champán a 1.600 euros. Cuando los Agag no tenían niños solían frecuentarlo. Ahora menos y si lo hacen es un rato o acude solo Alejandro y Ana se queda en casa e invitan a los papás Aznar/Botella. Los de Alejandro prefieren quedarse en Marbella, donde tienen una casa desde hace muchos años.

Las nuevas amistades de la pareja incluyen también a Valeria Mazza y sus cuatro niños, más el marido, más las tatas que a su vez se relacionan con las cuidadoras de las criaturas Agag, que por cierto las contrato Ana desde España. Con ellos han paseado en el barco alquilado por la modelo por la costa de Cerdeña. Es lo bueno de tener amiguitos con yate, que no hay que pagar el combustible, ni el amarre, ni nada, solo sonreir y compartir chapuzones. Agag, al que en su día bautizaron como el conseguidor, sabe lo que quiere y además cae bien.

El periodista Jesús Rodríguez le define así: “Encantador, listo y un poco frívolo. Maestro del halago. Adicto a su buena estrella. Pagado de sí mismo. Subestimar a Alejandro Agag es un error. No es tonto. Detrás de su sonrisa se esconde un frío calculador envuelto en buenas maneras. Ambicioso. Entusiasta de un modelo de sociedad a la italiana en el que se entremezclan política, negocios y medios de comunicación. Agag no quiere ser Aznar; Agag quiere ser Murdoch o Berlusconi: tener dinero, poseer televisiones y manejar a primeros ministros. Para Agag es mucho más divertido influir que mandar”. Por cierto el matrimonio quiere cambiar de casa. Su domicilio londinense en el barrio de Chelsea se les ha quedado pequeño.

Cuando se caso con Ana, la niña del presidente del gobierno ejerciente (en aquel momento), Alejandro Agag ya iniciaba su escalada a ese olimpo donde se instalan los nombres de la lista Forbes y aquellos que aspiran a entrar. Ese grupo que se mueve a golpe de avión privado, veranea en lugares exclusivos donde dependiendo del estado de ánimo alternan yate con mansión, mansión con casa de campo y casa de campo con isla exótica, a ser posible donde puedan llegar los paparazzi. Porque salvo casos extremos como las hermanas Koplowitz, a las que de verdad les horroriza que se publiquen imágenes suyas, a los Briatore de turno (genérico que lo mismo sirve para la versión internacional que para la doméstica) lo que les gusta es que el resto de los mortales vea y admire cómo viven.