Secuestro amigdalino: lo que ocurre en el cerebro de tus hijos cuando están enfadados

Los arrebatos emocionales, conocidos popularmente como ‘rabietas’, son de lo más común entre los niños de diferentes edades; pero también en los adultos. Frustración, momentos de ira, golpes en la mesa o palabras que se preferirían no hacer dicho nunca, esos momentos en los que se pierde el control son mucho más complejos de lo que imagina. ¿Qué sucede en el cerebro durante esos instantes de furia descontrolada?

Un momento de tensión sobre el que ha hablado el psicólogo Alberto Soler, popular en redes sociales por su divulgación sobre crianza. El experto ha analizado como es posible que en esos momentos de intensidad emocional, uno sea consciente de estar cometiendo un error, pero la potencia de nuestro enfado es tan poderosa que resulta difícil detenerse y actuar con autoconciencia.

“Quizás cuando estás teniendo esa reacción, te estás dando cuenta de que estás metiendo la pata, pero la inercia es tan fuerte que no puedes parar”, señala el experto. Según explica, esto sucede porque las zonas emocionales del cerebro, especialmente la amígdala, encargada de desarrollar un papel fundamental en el procesamiento de nuestras emociones, se activan tantísimo que inhiben el funcionamiento de las regiones racionales, en concreto la corteza frontal del cerebro.

“Estamos secuestrados por nuestras emociones”, advierte. De ahí viene el concepto de ‘secuestro amigdalino’. Es algo que los adultos, por experiencia, pueden experimentar ocasionalmente, pero a los más pequeños de la casa les puede llegar a pasar con más frecuencia.

Entonces, ¿cómo deberían reaccionar los padres ante una rabieta? Se trata de unos episodios comunes de intensa frustración, en los que las emociones de los niños están desbordadas. Estas explosiones pueden ser desafiantes para los padres, pero son parte del desarrollo infantil. “Lo primero y más importante es no echar leña al fuego”, aconseja Alberto Soler. Es fundamental echar mano de la paciencia y la comprensión, mantener la calma y no alterarse en exceso. “Este no es el momento ni de insultos, ni de gritos, ni de forcejeos, ni de amenazas”, dice el psicólogo.

Además, el experto remarca que explicar las cosas verbalmente puede no ser efectivo durante una rabieta, ya que las regiones del cerebro responsables de procesar mensajes verbales están anuladas. “Explicar las cosas una y mil veces no suele funcionar”, asegura. En cambio, enfatiza la importancia del lenguaje no verbal, que puede convertirse en nuestro mejor aliado: la mirada, los gestos, el contacto físico… “Nos puede servir para bajar la intensidad emocional”, concluye el psicólogo.