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Winston Churchill y Clementine: el amor que sobrevivió a dos guerras y a una amante
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80 años de su famoso discurso

Winston Churchill y Clementine: el amor que sobrevivió a dos guerras y a una amante

La historia del primer ministro y su esposa fue apacible, pero también tuvo algún que otro escollo debido a una infidelidad y a los vaivenes políticos

Foto: Churchill y Clementine, en una fotografía oficial. (Cordon Press)
Churchill y Clementine, en una fotografía oficial. (Cordon Press)

"Sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor". Cuando, en plena batalla de Francia y a ocho meses de haberse iniciado la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill pronunció esa mítica frase en la Cámara de los Comunes, su esposa Clementine estaba, como toda Inglaterra, muy pendiente de él. El matrimonio acababa de desembarcar, meses antes, en el número 10 de Downing Street. El recién nombrado primer ministro se jugaba una guerra y el destino de una nación que sufría la implacable amenaza alemana. Y su mujer, como siempre, apoyaba y revisaba cada paso que daba.

Winston conoció a Clementine Hozier en 1904, pero no fue hasta cuatro años más tarde cuando iniciaron una relación formal. En 1908, que él tuviese diez años más que ella era un asunto peliagudo. Quizá por eso, al joven político (con un prestigio a sus espaldas ya por aquel entonces) se le aconsejó pedir la mano de su amada a la madre de esta. Winston ya estaba casi comprometido con otra mujer, Violet Asquith, y cambiar de interés amoroso no entraba en los planes de su familia. Tampoco en la de Clementine. Pese a que Winston no era el marido que Lady Blanche, la madre de esta, tenía en su cabeza para el futuro de su hija, acabó consintiendo un matrimonio que se celebró el 12 de septiembre de 1908. El lugar elegido fue la iglesia de Santa Margarita (Westminster).

placeholder Una de las escasas imágenes de la boda de Winston Churchill. (Cordon Press)
Una de las escasas imágenes de la boda de Winston Churchill. (Cordon Press)

Clementine no solo fue la madre de los cuatro hijos de Churchill sino bastante más que eso. Siendo muy jóvenes, ella se convirtió en una especie de Pepito Grillo que suavizaba su mal carácter y la única capaz de pararle los pies cuando se equivocaba. "Nunca discuto con Winston, porque me apabulla. Cuando tengo algo importante que decirle, le mando una nota", escribió Clementine en una postal que en su día rescató Samper Pizano. En esa frase resumió cómo pudo sobrevivir a un matrimonio que duró la friolera de 57 años.

La joven (y más tarde primera dama) tuvo la suficiente entidad como para ocupar cargos por sí misma. Ejerció, por ejemplo, la presidencia del Fondo de Ayuda de la Cruz Roja para Rusia, organizó los comedores para los trabajadores de las municiones en Londres durante la Primera Guerra Mundial, presidió la Asociación Cristiana de Mujeres Jóvenes y años más tarde, siendo ya su marido primer ministro, se la nombró dama Gran Cruz de la Orden del Imperio británico y doctora honoris causa de las universidades de Glasgow y Bristol. Ni más ni menos.

placeholder Churchill y Clementine, en una imagen de archivo. (Cordon Press)
Churchill y Clementine, en una imagen de archivo. (Cordon Press)

Paradójicamente, las grandes diferencias entre ambos fueron una de las grandes bazas de su unión. Según cuentan diversas biografías, mientras que a él le gustaba pintar, ella prefería el mundo de los deportes. Winston también gustaba de salir a cazar jabalíes, mientras que su esposa se quedaba en casa devorando un libro tras otro. "Sus diferencias irreconciliables resultaron esenciales para sus triunfos", aseguraba Richard Hough, autor de 'Winston y Clementine: los triunfos y tragedias de los Churchill'.

Sin embargo, el tiempo ha revelado que sí hubo un gran escollo que estuvo a punto de arruinar su matrimonio. Y ese escollo tuvo nombre de mujer: Doris Delevingne. La tía abuela de la hoy popularísima Cara Delevingne y vizcondesa de Castlerosse enviudó a finales de los años 30. Años antes de que muriese el duque, ya mantenía relaciones con el entonces futuro primer ministro. Se conocieron en 1934, en un 'château' del sur de Francia, y Churchill se quedó tan prendado de ella que la pintó en uno de sus célebres óleos. Se vieron durante varios veranos hasta que la aventura finalizó abruptamente en 1937. Se volvieron a ver en Washington, iniciada ya la Segunda Guerra Mundial y poco antes de la misteriosa muerte de ella. La gran dama de la sociedad británica de la época apareció muerta en diciembre de 1942 a causa de una sobredosis de pastillas; un suicidio ante el temor de que la policía descubriese un lío de venta de joyas que no era del todo legal.

placeholder Clementine Hozier, junto a Felipe de Edimburgo en 1964. (Cordon Press)
Clementine Hozier, junto a Felipe de Edimburgo en 1964. (Cordon Press)

La mancha de la infidelidad no empañó la carrera política de Winston Churchill. Tampoco su marimonio, que finalizó con su fallecimiento, en enero de 1965. Aquel día, Clementine recibió las condolencias de los mandatarios de medio mundo. También de todos aquellos británicos que consideraron a su marido el héroe de uno de los momentos más convulsos del siglo XX. Aunque le costó mantener su alto nivel de vida y vio mermados sus ingresos, Clementine siempre protegió la figura de Churchill y evitó vender secretos a biógrafos y periodistas de la prensa amarilla. Lo más discutible que hizo en sus últimos años fue subastar algunas de las pinturas que demostraban la faceta artística de Winston. De entre todas ellas, hubo una que prefirió destruir: aquella en la que ella era la retratada. Quizá fuese una especie de 'vendetta' silenciosa por la breve pero intensa infidelidad de un marido al que, pese a todo, siempre admiró.

"Sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor". Cuando, en plena batalla de Francia y a ocho meses de haberse iniciado la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill pronunció esa mítica frase en la Cámara de los Comunes, su esposa Clementine estaba, como toda Inglaterra, muy pendiente de él. El matrimonio acababa de desembarcar, meses antes, en el número 10 de Downing Street. El recién nombrado primer ministro se jugaba una guerra y el destino de una nación que sufría la implacable amenaza alemana. Y su mujer, como siempre, apoyaba y revisaba cada paso que daba.

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