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Mae West, la diosa del sexo y bestia negra de la censura que escandalizó a América
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40 años de su muerte

Mae West, la diosa del sexo y bestia negra de la censura que escandalizó a América

La artista falleció un 22 de noviembre de 1980 y sigue siendo un símbolo de atrevimiento a la hora de tratar la sexualidad. Su vida, sin embargo, fue mucho más calmada y estable de lo que cabría esperar

Foto: Mae West, en la década de los 30. (EFE)
Mae West, en la década de los 30. (EFE)

“Cuando soy buena, soy muy buena, pero cuando soy mala, soy mejor”. Esa es, probablemente, una de las perlas más conocidas de Mae West, la rubia de curvas imponentes que puso en jaque a la censura cinematográfica, a la que Salvador Dalí dedicó una de sus más célebres obras, la que pasó un tiempo en la cárcel por corromper “la moral de la juventud”. West falleció hace ahora 40 años, un 22 de noviembre de 1980. Cuando se fue de este mundo se llevó consigo el privilegio de ser pionera a la hora de tratar el sexo en el audiovisual, de hacer de la procacidad un modo de vida en una sociedad con demasiados tabúes y prejuicios.

Mae West no solo era una actriz provocativa y una gran estrella, sino la autora de unos libretos que, en los años 30, trajeron de cabeza a los censores e iban muy por delante de su tiempo. Era una mujer libre antes de que muchas mujeres pudieran serlo.

Iniciada en el mundo del espectáculo a los 14 años, comenzó su andadura en el vodevil de los años 20. Impulsiva y descarada, en las tablas llegó a ser primera actriz, guionista, directora y empresaria. Una mujer poderosa en toda regla que hablaba de sexo sin tapujos. Hija de un boxeador, criada en los ambientes más sórdidos de Brooklyn, la joven Mary Jane West desarrolló un oído especial para los diálogos chispeantes y atrevidos. Y ya entonces, antes de que Hollywood y el cine llamasen a sus puertas, supo utilizarlos como un revulsivo que llevó a muchos espectadores al teatro.

placeholder Junto a Randolph Scott en 1936. (CP)
Junto a Randolph Scott en 1936. (CP)

Tras estrenar el musical ‘Sex’, cuyo título no podía ser más explícito, tuvo que pagar 500 dólares de multa y pasar diez días en la cárcel “por corromper la moral de la juventud”. Coherente con su personaje de fémina atrevida y deslenguada, se tomó aquel escándalo con humor. Tras salir de prisión aseguró que iría a ver al alcaide y a su esposa con sus mejores braguitas de seda. Los periodistas, al escucharla, no podían parar de reír.

Fue ese escándalo el que la llevó de cabeza a Hollywood con un contrato y un secreto bajo el brazo. Cuando era muy joven, con apenas 17 años, se había casado con un chico de 21 con el que solo convivió algunas semanas. Temerosa de que aquel matrimonio olvidado no encajase con su imagen de mujer autosuficiente, procuró ocultarlo hasta que un periodista publicó el certificado de matrimonio a mediados de la década de los 30. Desde ese momento, West hizo todo lo posible por obtener el divorcio.

placeholder Cartel de una de sus películas. (CP)
Cartel de una de sus películas. (CP)

En aquellos años en los que la Gran Depresión golpeaba fuerte, Hollywood y el público norteamericano abrazaron el desparpajo y la sana chabacanería de la empresaria y actriz. Paramount le hizo un contrato que la llevó a protagonizar películas en las que daba rienda suelta a su libérrimo sentido de la sexualidad. En las películas de Mae West (‘Lady Lou’ o ‘Noche tras noche’ son algunas de ellas), las mujeres tenían derecho a disfrutar del sexo y a decir lo que les diese la gana. En muchos de esos títulos acumuló diálogos de lo más divertidos como aquel mítico “¿Llevas una pistola en el bolsillo o te alegras de verme?” o “El sexo con amor es lo mejor de la vida, pero sin amor tampoco está tan mal”.

En su apogeo, a principios de los años 30, ella ya tenía más de 40, pero nunca engañó al público interpretando a jovencitas, sino a mujeres maduras que ya sabían muy bien lo que hacían. En su currículum también figura el mérito de ser la descubridora oficial de Cary Grant. Un día lo vio paseando por los platós de Paramount y se quedó asombrada ante su figura. “¿Quién es ese?”, preguntó. “Es Cary Grant. Está rodando Madame Butterfly”, le dijeron. Su ingeniosa respuesta no se hizo esperar y replicó: “Por mí como si rueda Blancanieves. Si sabe hablar, me lo quedo”. Grant apareció con ella en ‘No soy un ángel’ (1932) y se convirtió en una estrella.

placeholder Cary Grant, muchos años después de ser descubierto por Mae West. (EFE)
Cary Grant, muchos años después de ser descubierto por Mae West. (EFE)

Pese al éxito, no toda América disfrutaba del ingenio de Mae West y sus películas. Para asociaciones como la Liga de la Decencia era poco menos que una desvergonzada que debía ser callada a toda costa. En 1934 entró en vigor el Código Hays propiciado por Joseph Breen, cabeza visible de la Motion Picture Producers and Distributors of America. Los cinco grandes estudios de Hollywood se comprometieron a seguir a rajatabla una serie de normas que condenaban el amor interracial, las referencias sexuales o cualquier beso que durase más de cierto tiempo. Algunas de las reglas eran bastante absurdas, de hecho. A partir de ese momento, las películas de Mae West sufrieron recortes brutales… y tuvieron mucha menos gracia. La estrella expresó su disconformidad ante la fotografía de un censor con la misma socarronería que la había caracterizado siempre. “Este predicador lo único que ha catado es su mano derecha”, exclamó.

Tras cuatro años de Código, Paramount rescindió su contrato en 1938. La censura había reeducado al público: el gran éxito de ese año, y del cine de todos los tiempos hasta entonces, fue la ‘Blancanieves’ de Walt Disney. Tras su paso por el cine, volvió al teatro que tantas alegrías le había dado. West ofreció espectáculos en los que encarnaba una y otra vez a la mujer desvergonzada y lenguaraz de siempre, rodeada de culturistas en la mayoría de las ocasiones. “Los señores vienen a verme a mí, pero también ofrezco algo a las señoras: hombres de pared a pared”, explicaba ella.

placeholder Rodeada de hombres en 'Sextette', uno de sus últimos trabajos en 1978, cuando tenía 87 años. (CP)
Rodeada de hombres en 'Sextette', uno de sus últimos trabajos en 1978, cuando tenía 87 años. (CP)

Conforme la censura se fue relajando, fueron muchos los directores que la tentaron para volver al cine, como Billy Wilder. Ella dijo que no una y otra vez hasta que en los años 70 hizo un par de incursiones en películas como ‘Myra Breckinridge’, divertida sátira en la que se hablaba de la transexualidad. También 'Sextette', en la que interpretaba a una novia de 28 años teniendo en realidad 87, la película en la que se casaba con el guaperas de Timothy Dalton y tenía como ex al mismísimo Tony Curtis.

Pese a su descaro en pantalla, en la intimidad fue mujer de un solo hombre: Paul Novak. Había sido Míster California y tenía 30 años menos que ella, pero eso no impidió que compartiesen su vida desde que se conocieron, en 1955, hasta que ella falleció una noche de noviembre de 1980, mientras compartía cama con él.

Como había dicho el ‘New York Times’ décadas antes, Mae West era una “institución americana, como el Pato Donald o el barrio de Chinatown". Nunca le importó ser encasillada y jamás se puso de rodillas para pedir perdón o arrepentirse de lo que era. Aunque muchos la tomaron por una rubia escandalosa y poco más, supo hacer del atrevimiento una forma de vida que la llevó a ser empresaria y dueña de su propio destino en una época en la que muchas mujeres no podían decir lo mismo. Y hasta el último de sus días aplicó una de sus frases más ingeniosas: “Tener cerebro es una ventaja, si lo escondes”.

“Cuando soy buena, soy muy buena, pero cuando soy mala, soy mejor”. Esa es, probablemente, una de las perlas más conocidas de Mae West, la rubia de curvas imponentes que puso en jaque a la censura cinematográfica, a la que Salvador Dalí dedicó una de sus más célebres obras, la que pasó un tiempo en la cárcel por corromper “la moral de la juventud”. West falleció hace ahora 40 años, un 22 de noviembre de 1980. Cuando se fue de este mundo se llevó consigo el privilegio de ser pionera a la hora de tratar el sexo en el audiovisual, de hacer de la procacidad un modo de vida en una sociedad con demasiados tabúes y prejuicios.

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