Ginger Rogers y Lela, la madre 'lapa' y malvada que manejó los hilos de su carrera
El binomio que formó junto a su progenitora, capaz de cuestionar sus matrimonios, controlar sus películas e incluso impulsar sus contratos, fue sonado en el Hollywood clásico
‘No sin mi madre’. Esa sería la frase que pronunciaría una y mil veces Ginger Rogers, la eterna compañera de baile de Fred Astaire, la actriz rubia hecha a sí misma de la que se cumplen 110 años de su nacimiento este viernes. El binomio que formó junto a su progenitora, capaz de cuestionar sus matrimonios, controlar sus películas e incluso impulsar sus contratos, fue sonado en un Hollywood que presumía de conservadurismo y valores morales pero que, sin embargo, solía cruzar la fina línea que separa lo familiar de Sodoma y Gomorra.
Más allá de la fama de su hija, Lela Leibrand fue todo un personaje por méritos propios. Mujer profundamente creyente y religiosa, plantó cara a su marido cuando se divorció en 1915 y se quedó con la custodia de Ginger. La crianza de su hija en solitario no le impidió formar parte del primer grupo de marines femeninos de la historia de Estados Unidos durante la Primera Guerra Mundial, algo totalmente insólito en aquella época. Los avatares de la vida la acabaron llevando a Hollywood para ejercer como guionista y fue entonces cuando Charles Kermer también la contrató como asistente. Durante aquellos años en los que la industria del cine era un valor en alza, tuvo que dejar a su propia hija al cuidado de los abuelos, pero la Ginger adulta nunca pareció guardarle rencor por ello.
Consciente del talento de la joven como bailarina y actriz, no dudó en promover su contratación y, desde entonces, se convirtió en su ángel custodio, una guardiana vital y profesional que Ginger aceptaba sin titubeos. En una escena de 'El aviador', de Martin Scorsese, se convierte en el ejemplo perfecto de ese binomio madre-hija cuando aparecen ambos personajes compartiendo mesa y filtreos con Howard Hughes, interpretado por un neurótico Leonardo DiCaprio. Los fans de los cotilleos de la meca del cine siguen poniendo a la actriz y a su progenitora como un ejemplo de relación tóxica que acaba afectando a las propias películas.
Anticomunista y madre superprotectora
No había momento de la vida profesional y personal de Ginger Rogers que no fuese controlado por Lela. Ella fue la que la animó a librarse del sambenito de ser la compañera sexy de los bailes de Fred Astaire y exigiese a la RKO papeles dramáticos de mayor enjundia. Todo Hollywood sabía que la pareja de baile ni siquiera se besaba en ninguna de sus películas, que la actriz deseaba muchos de los personajes que le daban a su compañera de estudio, la indomable Katharine Hepburn, con la que alguna vez se dijo que existió una relación de celos que vino muy bien al éxito de la única película que compartieron, 'Damas del Teatro'. Como resultado del consejo materno, Ginger obtuvo un Oscar por su papel en 'Espejismo de amor', rodada en 1940 y dirigida por Sam Wood. Y aunque no pudo evitar que tuviese cinco maridos, 'mamá Rogers' sí que le echó un cable durante la controvertida caza de brujas del senador McCarthy, a finales de los años 40.
Con medio Hollywood delatando el comunismo del otro medio, Lela libró de cualquier sospecha a su hija cuando declaró que su ‘retoño’ había insistido en no pronunciar la frase: “Compartid y compartid, eso es democracia”, que recitaba su personaje en la película 'Tender Comrade' (1944). No solo la sacó del apuro sino que confirmó su conservadurismo, ya que se dirigió a los comunistas con un expresivo: “Todos vosotros deberíais ir a la silla eléctrica”. El director Joseph Losey, uno de los directores que vivieron la maldición de ser incluidos en la lista negra, aseguró que Ginger Rogers era “una de las peores y más terroríficas reaccionarias de Hollywood” sin tener en cuenta que, probablemente, la influencia materna había sido la mayor responsable del proceder político de la actriz; una forma de actuar que ha ensombrecido, en parte, su legado, al igual que ha ocurrido con figuras imprescindibles como las de Walt Disney o Gary Cooper, con un comportamiento cuestionable durante la nefasta Caza de Brujas.
Muchos encuentran una explicación lógica en la relación posesiva de Lela con respecto a su hija: solo se casó dos veces y la segunda, con John Logan Rogers, del que Ginger adoptaría el apellido, solo duró hasta 1930. Haciendo números y teniendo en cuenta que murió en 1977, la mayor parte de su vida fue soltera y estuvo dedicada a los menesteres de una hija que siempre estuvo encantada con la situación.
Cuando Lela falleció, Ginger aseguró que recordaba aquellos tiempos en los que las dos viajaban por el país y no tenían “ni para comer”. Una frase que quizá contiene los matices y la gran verdad acerca de una relación que fue mucho más allá de la clásica entre madre y artista; que descolocó a un Hollywood en el que el escándalo era mucho más común que el amantísimo amor maternal.
‘No sin mi madre’. Esa sería la frase que pronunciaría una y mil veces Ginger Rogers, la eterna compañera de baile de Fred Astaire, la actriz rubia hecha a sí misma de la que se cumplen 110 años de su nacimiento este viernes. El binomio que formó junto a su progenitora, capaz de cuestionar sus matrimonios, controlar sus películas e incluso impulsar sus contratos, fue sonado en un Hollywood que presumía de conservadurismo y valores morales pero que, sin embargo, solía cruzar la fina línea que separa lo familiar de Sodoma y Gomorra.