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Redes sociales y autoestima: descubre qué factura te pasan los selfies y el postureo
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Redes sociales y autoestima: descubre qué factura te pasan los selfies y el postureo

Nos gusta salir bellos, enmarcados en una vida aparentemente feliz, conseguir el aplauso de la mayoría y coleccionar amigos virtuales. Y luego resulta que a más selfies menos sexo

Foto: Estas son algunas de las consecuencias de los selfies. (Foto: Dolce & Gabbana)
Estas son algunas de las consecuencias de los selfies. (Foto: Dolce & Gabbana)

Cada segundo se suben 4.000 fotos a Facebook en todo el mundo. Cada día aparecen 80 millones de nuevas imágenes en Instagram. Todas idílicas, perfectas y ávidas de likes. Las aplicaciones con mágicos filtros nos ayudan a crear esa iconografía en la que todos somos más bellos, rayanos en la perfección. Las situaciones escogidas para inmortalizarnos son siempre alegres, glamourosas o adrenalíticas. Poca gente se hace un selfie haciendo la cama o fregando los platos. Nos gusta mostrarnos dichosos y excepcionales y proceder a la recolección de la aprobación social que nos demostrará si hemos logrado o no nuestro objetivo.

No vale únicamente un clic. Ni siquiera se valora el comentario sincero de alguien que nos aprecia. Se anhela la cantidad: una legión de desconocidos que aplaudan esas fotos, acaso un poco payasas, con el taimado propósito de que nosotros hagamos lo propio con las suyas. Las redes sociales han dinamitado la modestia (falsa o verdadera) como virtud. Y en ese proceso, en muchas ocasiones, la autoestima se resiente.

Más selfies, menos sexo

Hacerse un selfie es un arte. Narcisista pero que requiere de talento y, sobre todo, de esfuerzo. Un estudio demostró que los jóvenes entre 16 y 25 años dedican de media 16 minutos a hacerlo y que para culminar su gesta precisan de siete intentos. Pero el problema, tal vez, sea el poco rédito que ese esfuerzo acostumbra a tener en la vida real. La Universidad Van Wageningen (Holanda) reveló que las personas que más selfies publicaban poseían una autoestima más baja que los que no acostumbraban a bombardear la red con imágenes de “yo, mi, me, conmigo”. La inseguridad y el miedo al abandono eran el pan nuestro de los 'selfilovers'. Pero aún había más. Su vida sexual es anecdótica. El 83% de los que ponen incitantes morritos o muestran provocativas partes de su anatomía apenas tienen sexo, según el estudio de la universidad holandesa.

Foto: Elsa Pataky posa para una campaña de Gioseppo.

La brecha entre ser y parecer

El empleo de las redes sociales para compartir opiniones, experiencias e, incluso, para definirse a uno mismo no tiene nada de malo. El peligro del que advierten los psicólogos es que estas sirvan para crear una imagen alejada de la real, en la que enmascarar inseguridades o superarlas buscando las palmaditas de la manada. Todos buscamos aprobación social, ya sea en las redes o fuera de ellas, y todos intentamos mostrar a los demás nuestra mejor versión. Esto es humano y no tiene nada de patológico.

Sin embargo, cuando la diferencia entre quiénes somos y quiénes mostramos es abismal y adictiva, es cuando aparecen los problemas. Exagerar un poco lo que tenemos es un pequeño pecado que resulta difícil no cometer. Sin embargo, definirse a uno mismo en función de lo que a los demás les puede agradar es harina de otro costal. Y si bien es cierto que el colectivo más vulnerable es el de los adolescentes y jóvenes, los especialistas advierten que esto también sucede a cualquier edad.

La trampa de la envidia

Una de las paradojas de las redes sociales es el doble camino que recorre la envidia. Por una parte, queremos mostrarnos envidiables, causar ese sentimiento de admiración que cuestiona la vida de los demás. Y por mucho que sepamos que no siempre es así, que no vivimos las 24 horas en una dolce vita, estamos convencidos de que los otros sí. Por alguna curiosa razón, no sospechamos que están haciendo exactamente lo mismo que nosotros.

Según un estudio de la Universidad de Pittsburgh, Pensilvania (EE.UU.), consultar con demasiada asiduidad las redes sociales provoca envidia y la creencia distorsionada de que los demás tienen una vida más feliz e interesante que la propia. El estudio reveló que los que consultan Facebook y sus secuaces más de dos horas al día tienen más propensión a experimentar sentimientos de soledad y tristeza que los que únicamente pasaban menos de treinta minutos.

Una equilibrada vida virtual

Pese a todo lo expuesto anteriormente, las redes sociales no resultan demoniacas y no hace falta convertirse en un ermitaño virtual para conservar la cordura intacta. Como en la mayoría de situaciones de la vida, todo es bueno en su justa medida. En el caso de las redes sociales es importante que nunca se sobrepongan a la vida real: no es malo tener relaciones virtuales siempre y cuando no se olviden las de carne y hueso, pues es entonces cuando se crea el aislamiento y la autoestima depende de un pilar demasiado frágil.

Foto: Todos los trucos para mejorar tus selfies. (Imagen: Dolce & Gabbana)

Estar un día entero, por ejemplo, sin subir ni una sola foto ni un comentario y no echarlo en falta es un buen parámetro para saber si la relación con las redes es sana. Disfrutar de los momentos especiales y poder compartirlos en la red más tarde, sin la premura de la inmediatez que puede distorsionar la experiencia, es otra de las formas de conseguir ese equilibrio.

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Cada segundo se suben 4.000 fotos a Facebook en todo el mundo. Cada día aparecen 80 millones de nuevas imágenes en Instagram. Todas idílicas, perfectas y ávidas de likes. Las aplicaciones con mágicos filtros nos ayudan a crear esa iconografía en la que todos somos más bellos, rayanos en la perfección. Las situaciones escogidas para inmortalizarnos son siempre alegres, glamourosas o adrenalíticas. Poca gente se hace un selfie haciendo la cama o fregando los platos. Nos gusta mostrarnos dichosos y excepcionales y proceder a la recolección de la aprobación social que nos demostrará si hemos logrado o no nuestro objetivo.

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