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Un trasplante capilar (sencillo y rápido) ha cambiado mi vida
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A PRUEBA

Un trasplante capilar (sencillo y rápido) ha cambiado mi vida

Una experiencia real contada en primera persona, descubre cómo, cuándo y porqué

Foto: Foto: Unsplash.
Foto: Unsplash.

Me llamo Jose Luis, desde los 30 años comencé a notar que mi pelo iba perdiendo fuerza, el momento de la ducha empezaba a convertirse en uno de los más temidos del día, ya que suponía ver cómo las manos se llenaban de cabellos que hasta hacía un segundo poblaban mi cabeza. Poco a poco me iba haciendo a la idea de que tener un 'pelazo' no iba a formar parte de mi vida, y que me tenía que ir olvidando de esos tupés imposibles o melenas que estaban en revistas o programas de televisión.

Al cabo de 1 o 2 años, llegó el temido momento. Un amigo hizo la dichosa broma: “¡Se te ve la mortadela!”. Aunque hasta entonces no había pensado demasiado en el tema, es cierto que esas palabras se me quedaron clavadas en la mente. En ese momento tomé una decisión importante: no iba a ser de esos que esconden la calva con pelos largos de otras zonas de la cabeza, creando una sensación de código de barras que, si bien entiendo que a la gente le funcionase, para mí no era la respuesta. Fue entonces cuando decidí raparme la cabeza para, siempre según mi parecer, “llevar la calvicie con dignidad”.

Foto: Lo próximo para tu pelo. (Imaxtree)


Así pasaron más de 10 años, con una cabeza rapada con la que aprendí a vivir y a sentirme cómodo, hasta tal punto que nunca tuve mucho interés en realizarme un trasplante capilar. No tenía complejo, y aunque seguía perdiendo pelo, al estar rapado, no lo veía y, por lo tanto, dejó de preocuparme.

Sin embargo, este 2020 algo cambió. No sé si fue producto de estar más tiempo en RRSS y ver continuamente anuncios de trasplantes capilares, pero poco a poco, y como si fuese un continuo goteo sobre una piedra, la idea fue poco a poco calando en mí. Al tener tiempo y trabajar desde casa, pensé que sería más cómodo, por el tema postoperatorio, y me decidí. Eso sí, teniendo en cuenta unos puntos clave que, sin duda, fueron determinantes.

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Foto: Unsplash.

Elegir dónde y con quién

Mucho antes de saber que quería hacerme un trasplante, tenía clara una cosa: si me lo hacía, sería en España. Me dan demasiado 'respeto' (por no decir miedo) las intervenciones médicas, como para someterme a una cirugía (por muy ambulatoria que sea) fuera de mi zona de confort.

Una vez que me decidí, analicé todas esas publicidades que inundaban mis redes sociales. Fue momento de leer mucha información, recomendaciones, artículos de prensa, y por supuesto las webs de muchas clínicas. Contacté con varias, unas me ofrecían unidades foliculares ilimitadas; otras, precios muy bajos, y algunas me presentaban las caras de famosos que están día sí y día también en televisión.

Entre estas clínicas que evaluaba, estaba Insparya, que anunciaba 4000 unidades foliculares en 6 horas.

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Foto: Cortesía.

Tras ir a consultas, lo primero que me llamó la atención de mi elección fueron las instalaciones. Un edificio que perfectamente podría ser un hospital, por su tamaño, pero también podría ser un spa, por la decoración y el ambiente que se respiraba. Cuando pasé a consulta, el doctor me habló de la clínica, su trayectoria en Portugal, y de una tecnología que permitía trasplantar más unidades foliculares en menos tiempo. Después de analizar mi cabello, y ver que tenía una zona donante buena para hacer el trasplante, me contó cómo sería el proceso. Le pregunté por los argumentos de las otras clínicas que estaba valorando, sobre todo el por qué no me garantizaban unidades foliculares ilimitadas (imposible según él por cuestiones de tiempo o cantidad de zona donante). Sentí desde el minuto uno que me hablaban con honestidad, no me prometían nada que no pudiesen cumplir y, me transmitieron confianza y seguridad, sobre todo por un servicio post operatorio de 18 meses en el que irían viendo la evolución del trasplante.

La preintervención: dudas y miedos

Tras valorar todas las propuestas, me decidí por Insparya. Llegó el momento de poner en marcha la maquinaria. En la consulta con el doctor estuvimos viendo cómo sería el trasplante, la línea de implantación, cuántas unidades foliculares necesitaría etc.

Una vez que acordamos todos los detalles, era momento de poner la cita: 16 de junio.

Fue en ese momento en el que me asaltaron muchas dudas: ¿había hecho bien en invertir esa cantidad de dinero en algo que hasta hacía 6 meses no me planteaba? Tengo pavor a las agujas, ¿cómo iba a ser el proceso?, ¿dolería? A pesar de tener toda la información, siempre hay miedos y dudas una vez que la fecha se acerca. Empecé a ver blogs de gente que se había sometido a la intervención, y tras comprobar que no ayudaba a calmar mi incertidumbre, decidí dejar de mirar. Ya estaba pagado y no había marcha atrás, así que lo mejor era relajarse y comenzar a pensar en el resultado.

Días antes de la intervención recibí por mail las recetas del antibiótico y analgésico para tomar la mañana del trasplante, así como indicaciones para esa mañana: no tomar cafés ni ningún tipo de excitante, desayunar fuerte (justo lo contrario a lo que yo pensaba…) y ponerme camisa para el día del trasplante, y así evitar que el cuello de una camiseta pudiese rozar la zona implantada o de extracción.

El día de la intervención. Esto es real

Y tras una noche de insomnio, llegó el 16 de junio. Me habían citado a las 8 de la mañana en la clínica, así que a las 7:30 me puse de camino con mi mejor amiga, que se dedicó a calmar mis nervios como buenamente pudo. Al llegar a la clínica, tocaba hacer el check-in. Tras una serie de preguntas rutinarias, llegaba el momento de elegir el menú de la comida: salmorejo y ragout para mí. Tras esperar un rato más, bajó una enfermera a por mí y me condujo al quirófano. Las piernas me temblaban, pero al entrar, las 5 o 6 personas que había allí me saludaron como si me conociesen de toda la vida, y he de decir que eso me tranquilizó un poco.

Me invitaron a cambiarme en una salita habilitada dentro del quirófano, y tras ponerme la bata, llegó el momento de volver a dibujar la zona de implantación, siguiendo lo acordado en la visita anterior. Volvimos a valorarlo, y una vez decidido, tocaba tumbarse en la camilla para administrar la anestesia. Un momento al que, siendo optimistas, diré que tenía pánico, ya que había leído que era doloroso, que mucha gente apenas lo soportaba… Pues no sé si fue por los mismos nervios, o porque tampoco era para tanto, yo no me enteré. Notaba los pinchazos, pero en ningún momento dolían. Y menos mal, porque el doctor estuvo unos 10 minutos pinchando la zona posterior y laterales de la cabeza, asegurando que toda la zona de extracción estuviese completamente dormida.

Llegó el momento de la extracción. 2 enfermeras se pusieron manos a la obra, con ayuda de esa máquina que me habían comentado que facilitaba la extracción en menos tiempo. Yo estaba boca abajo, y notaba mi cabeza como si estuviese protegida con un corcho. Los primeros minutos mi cuerpo estaba en tensión, pero tras ver que aquello no dolía, mis músculos se relajaron. Era momento de tener paciencia porque, aunque como intervención entiendo que es breve, no dejan de ser 6 horas en una camilla. De esas, las 3 primeras fueron boca abajo, mientras extraían las unidades foliculares.

Antes de comer, y como el proceso fue rápido, las enfermeras hicieron las incisiones en la zona de implantación, mientras el resto del equipo que estaba en el quirófano contaba las unidades foliculares y el número de folículos de cada una de ellas, que apuntaban en una pizarra.

placeholder Foto: Cortesía.
Foto: Cortesía.

A la hora de la comida, llegó mi salmorejo y mi ragout, junto al postre. Momento de escribir a familia y amigos, contándoles cómo iba todo: que si “todo va genial”, o “no me ha dolido nada”, “las enfermeras son muy simpáticas”…, así hasta que el equipo llegó de nuevo para comenzar la implantación.

En este momento, ya estaba boca arriba. Llegó el momento de disfrutar de la tele que hay en quirófano: 'Los Simpson' y 'Friends' amenizaron la tarde mientras las enfermeras trabajaban. Eso sí, como ya implantaban, y no necesitaban contar unidades foliculares, tocaba charlar con ellas, recomendándonos series unos a otros, o comentando los capítulos de las series que estaba viendo en quirófano. Gracias a la postura, también pude seguir hablando por WhatsApp con amigos y familia sobre el proceso, incluso mandando fotos en directo a los más curiosos y menos aprensivos.

A las 16:30 las enfermeras me avisaron de que en una hora terminaríamos, así que era el momento de avisar a mi madre y mi hermano, que vendrían a recogerme.

A las 17:30, todo había terminado. Me comentaron que habían conseguido trasplantarme 4.300 unidades foliculares, de ellas una gran mayoría eran múltiples, por lo que estaban en la zona media y posterior de la cabeza para crear más sensación de volumen, mientras que las simples me las habían puesto en la parte frontal para dar sensación natural. Asimismo, me explicaron los cuidados para los días posteriores, y me dieron un kit con todo lo que iba a necesitar en esos días.

El postrasplante

Al salir del quirófano, llegó el momento de ir a casa a descansar. Siguiendo las instrucciones, tenía 3 días por delante en los que mi postura natural debería ser tumbado, con la cabeza a 45 grados y mirando al techo. De esta forma, la anestesia drenaría por la parte posterior de la cabeza sin deformar demasiado la cara (he de decir que no lo cumplí demasiado bien, por lo que la cabeza se me hinchó bastante, aunque sin suponer ningún dolor). 2 curas diarias de la zona donante e hidratación continua de la zona trasplantada con suero fisiológico.

Según indican los médicos, puedes dormir en la cama usando un cojín de viaje, pero a mí me daba miedo moverme y rozar la zona, así que decidí 'dormir' en el sofá. Entre el miedo a tocar la zona y los nervios acumulados durante el día, la primera noche la pasé prácticamente despierto, viendo series y películas. Daba una cabezada, y al rato despierto de nuevo, pero me mentalicé de que, si no dormía, tampoco pasaba nada, ya dormiría durante el día, aunque fuese a siestas.

A la mañana siguiente, mi médico me llamó para preguntarme qué tal habían transcurrido las primeras horas (estas llamadas, junto a mails y SMS por parte del equipo de Insparya se repitieron durante el primer mes, por lo que me sentí muy arropado en todo momento).

Las curas de la zona donante son lo más doloroso de todo el proceso, y hay que tener en cuenta que el dolor es relativamente flojo, ya que es producido por apretar con fuerza una zona con heriditas, por lo que no es nada insoportable, o que no sintamos con heridas en las manos cuando tocamos algo.

A los 4 días tocaba ir a la clínica a que me hiciesen el primer lavado, que habría que repetir 2 veces al día durante los 10 días siguientes. Completamente indoloro, aplicando un suave masaje para ir eliminando las costras poco a poco.

El día 7 recibí un SMS diciendo que ya podía bañarme en el mar, a los 15 otro indicando que ya podía bañarme en piscinas… y así van recordándome hábitos que puedo ir recuperando, lo cual es maravilloso cuando se es una persona despistada, como yo.

A los 15 días llegó el momento del 'shock-loss', la pérdida del pelo trasplantado y algo del nuestro. Al principio preocupa, pero es algo previsto, de lo que los médicos han avisado, y necesario para que el pelo crezca de nuevo.

Al mes, es la primera revisión en clínica tras el trasplante. Ahí analizan el estado del cabello trasplantado, si se ha hecho bien el proceso para que el cabello caiga, y ven la evolución, recomendando tratamientos complementarios si fuese necesario y champús adecuados para el lavado.

Desde el shock-loss y la primera visita, toca tener paciencia. El pelo poco a poco va creciendo, y a partir del primer mes ya puedes hacer vida normal, puedes ir al peluquero, teñir el pelo si se quiere, hacer deporte, etc.

6 meses después

Toca volver a Insparya para una nueva revisión. Aunque los resultados definitivos tardan entre 12 y 18 meses en aparecer, es cierto que, en mi caso, tengo mucho más pelo de lo que tenía. He vuelto a ir al peluquero tras más de 15 años sin pisar uno, noto mucho más volumen, tanto en la parte delantera como en la coronilla. Me he deshecho de la 'mortadela', y tengo la sensación de haber rejuvenecido 10 años mínimo.

Si me dicen hace 6 meses que iba a conseguir estos resultados sin dolor, en tan solo un día de intervención, jamás lo hubiese creído.

Estoy deseando descubrir cuál será mi aspecto dentro de otros 6 meses. Me parece increíble que un proceso tan rápido y sencillo (para mí, no para el equipo médico que trabajaron con una precisión envidiable) haya cambiado mi vida, aumentando mi nivel de autoestima y haciendo que, sin saber que lo necesitaba, recupere confianza en mí mismo.

Me llamo Jose Luis, desde los 30 años comencé a notar que mi pelo iba perdiendo fuerza, el momento de la ducha empezaba a convertirse en uno de los más temidos del día, ya que suponía ver cómo las manos se llenaban de cabellos que hasta hacía un segundo poblaban mi cabeza. Poco a poco me iba haciendo a la idea de que tener un 'pelazo' no iba a formar parte de mi vida, y que me tenía que ir olvidando de esos tupés imposibles o melenas que estaban en revistas o programas de televisión.

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