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'Heartstopper', la serie de Netflix que el colectivo LGTBIQ+ necesitaba (más allá de si es buena)
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BRIGADA ANTI-SPOILER

'Heartstopper', la serie de Netflix que el colectivo LGTBIQ+ necesitaba (más allá de si es buena)

Se ha convertido en uno de los fenómenos de la plataforma gracias al boca oreja y a la popularidad del cómic original. ¿Qué hay detrás de esta serie que emociona a todos los públicos?

Foto: Fotograma de 'Heartstopper', el último fenómeno de Netflix.
Fotograma de 'Heartstopper', el último fenómeno de Netflix.

Estos días ha desembarcado en Netflix ‘365 días: aquel día’, la secuela de un drama erótico de alto voltaje que, inmediatamente, ha pasado a ocupar las primeras posiciones de lo más visto de la plataforma. Su fórmula: gente guapa, cuerpos de escándalo y escenas de alto voltaje. Una combinación ganadora que contrasta con la dulzura de la serie de la que habla este artículo, esa ‘Heartstopper’ que se ha ganado (merecidamente y nunca mejor dicho) el corazón del colectivo LGTBIQ+ en poco tiempo. ¿Fenómeno inflado por parte de Netflix?

Para empezar, seamos claros: formalmente, esta serie británica no inventa la pólvora. El uso de canciones de moda, por ejemplo, es fácil de hallar en cualquier otro producto adolescente. Y la pantalla partida es un recurso que han utilizado desde Don Siegel a Steven Soderbergh en muchas de sus películas con aires de revival setentero. La novedad tampoco está en que los protagonistas de la historia sean dos chicos en edad de tener las hormonas revolucionadas. De hecho, las historias gays que hemos visto tanto en el cine como en la televisión se han centrado infinitas veces (quizá a expensas de otras franjas de edad menos ‘vistosas’) en los ‘teenagers’ con acné y sueños de amor. Lo que ofrece de nuevo la historia entre Charlie, un chico tímido y algo nerd pero abiertamente gay, y Nick, jugador de rugby con miedo a exponer su orientación sexual, es que ninguno de los dos posee una belleza sexualizada, como sí ocurre con muchos de estos productos. Tampoco son esos secundarios graciosos y resultones que no eran más que una comparsa de los protagonistas heterosexuales. Lejos quedan los tiempos del Rupert Everett de 'La boda de mi mejor amigo'. Afortunadamente.

Hace apenas unos meses pasaba por la cartelera, con más pena que gloria, ‘Supernova’, una historia de amor entre dos hombres de mediana edad, encarnados por unos talluditos Colin Firth y Stanley Tucci. El drama de la historia es la enfermedad de uno de ellos. Pese al carácter de estrellas (o actores conocidos, como mínimo) de ambos protagonistas, es de agradecer que no viésemos el enésimo producto de jóvenes efebos marcado por los peligros del chemsex o un drama sexual lleno de físicos de infarto. ‘Supernova’ es, como 'Heartstopper', una flor en el desierto. Daba igual su calidad (en este caso considerable): lo importante es que ponía el foco en una etapa vital a la que no siempre se da visibilidad en el cine LGTBIQ+. Porque, reconozcámoslo, a cierta parte del público heterosexual le ha costado menos digerir las grandes historias de amor gays si los protagonistas eran jóvenes y bellos; si les daban vida Timothée Chalamet y Armie Hammer o Heath Ledger y Jake Gyllenhaal. Como sociedad plural, necesitábamos ver a una pareja LGTBIQ+ de mediana edad que se enfrentase a problemas de mediana edad. Igual que necesitábamos a dos chicos que no fuesen hormonas con patas protagonizando una historia de amor dominada por el optimismo y le ternura y no por el drama y la tragedia que nos han mostrado muchas ficciones similares desde aquellos terribles años 80 del sida.

Al igual que ‘Love, Simon’, que se estrenó con la etiqueta de ser una comedia romántica abiertamente gay (a diferencia de esta serie, con un protagonista de físico normativo) esta ficción nos muestra a dos chicos que podrías encontrarte en la esquina de tu calle. Su historia de amor es tratada sin tragedia y sin necesidad de sexualizar cada fotograma. La inclusión que muestra la serie no es forzada ni su mensaje es un sermón lleno de diálogos instrumentales. Pese a abordar temas espinosos como el ‘bullying’ o la salida del armario, el tono es luminoso y va más allá de los dramas con los que se ha reflejado la homosexualidad en cientos de películas (incluso en las independientes, incluso en aquel movimiento que se dio en llamar ‘queer cinema’ del que surgieron nombres fundamentales como los de Gus Van Sant o Gregg Araki). Sí, la serie peca de cursi, pero cursi es esa edad en la que cualquier mirada del otro significa un mundo. Como dijo Mari Trini, quién a los 15 años no dejó su cuerpo abrazar.

placeholder Keanu Reeves y River Phoenix en 'Mi Idaho privado', de Gus Van Sant. CP)
Keanu Reeves y River Phoenix en 'Mi Idaho privado', de Gus Van Sant. CP)

Los ocho capítulos de ‘Heartstopper’ se devoran de un tirón por su discurso accesible y porque el acercamiento entre los protagonistas, como en la novela gráfica original de Alice Oseman (aquí también hace las veces de coguionista), resulta natural. También hay espacio para personajes adorables como Darcy, Tara y Elle, que cumplen con la representación lésbica y trans sin cuotas ni tramas vacías de contenido. La serie, que (admitámoslo también) cae de lleno en la hiperglucemia, no debería ser vista solo por adolescentes. En uno de los capítulos, el profesor gay (y casi confesor espiritual del protagonista) le dice a este: "Cuando yo tenía tu edad y me gustaba un chico hetero, me reprimía y sufría". "Eso no es nada sano", le dice Charlie de manera completamente natural. Afortunadamente, ya nadie debe sufrir por algo así y el personaje más joven lo asume como algo totalmente naturalizado. No todo iba a ser malo en estos pandémicos años 20. La secuencia es otro ejemplo del signo de los tiempos; de por qué la serie está hecha para públicos de todas las edades pese a su tono naif.

placeholder Otra secuencia de 'Heartstopper'. (Netflix)
Otra secuencia de 'Heartstopper'. (Netflix)

"En mi época solo había dos gays en televisión, aparecían en 'Al salir de clase", leía el otro día a un usuario en Twitter. Es común y totalmente razonable la queja de un sector de público que, durante años, no ha tenido una justa representación en el mundo de la ficción. También he visto a docenas de amigos recordar, con cierta pena, que ellos no pudieron vivir un amor adolescente como sí lo hacían el resto de los amigos heterosexuales de su edad. Una carencia que acompaña e incluso puede determinar el resto de la vida. Quizá por eso la mediana edad es la franja de público que debería abrazar, con más fuerza si cabe, este título que celebra el amor de cualquier signo sin recurrir a tragedias griegas ni a la estética de anuncio de ropa interior; con la normalidad que dan unos tiempos en los que la inclusión parece haber llegado para quedarse. Una oportunidad para recuperar la adolescencia que los prejuicios o la intolerancia les robaron. Porque ya no es excepcional que los jugadores de rugby o los amantes del deporte se enamoren de otros chicos, que dos chicas fantaseen románticamente la una con la otra o que una trans tenga clara su identidad de género sin haber alcanzado la mayoría de edad. Es justo que la televisión lo refleje incluso para aquellos que se tuvieron que conformar con representaciones escasas y llenas de tópicos hasta hace poco más de una década.

Hay quien dice que 'Heartstopper' debería ser de obligado visionado en los colegios e institutos. No seré yo el que diga lo contrario.

Estos días ha desembarcado en Netflix ‘365 días: aquel día’, la secuela de un drama erótico de alto voltaje que, inmediatamente, ha pasado a ocupar las primeras posiciones de lo más visto de la plataforma. Su fórmula: gente guapa, cuerpos de escándalo y escenas de alto voltaje. Una combinación ganadora que contrasta con la dulzura de la serie de la que habla este artículo, esa ‘Heartstopper’ que se ha ganado (merecidamente y nunca mejor dicho) el corazón del colectivo LGTBIQ+ en poco tiempo. ¿Fenómeno inflado por parte de Netflix?

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