Crítica de 'Mariliendre', el musical producido por los Javis que hace del petardeo un arte y una reivindicación
Ya hemos podido ver el inicio de una de las series más esperadas de esta temporada, que estará disponible en Atresplayer a partir del próximo 27 de abril
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¿Qué es una mariliendre? Si están leyendo esta crítica, probablemente lo sepan ya: dícese de aquella chica que es la eterna compañera de los chicos gays y bisexuales; una especie de escudera a lo Sancho Panza que no los deja ni a sol ni a sombra, mirando más por los intereses de esos hombres que por los propios. Si no sabe qué es una mariliendre puede que ni siquiera se ponga a ver esta serie llamada justo así. Nada que le vaya a importar a Atresplayer, que en los últimos años se ha ganado a pulso al colectivo LGTBIQ+ con productos tan diversos como 'Drag Race' o 'Veneno', esta última con Los Javis como directores.
Javier Ambrossi y Javier Calvo son los productores de un musical punky, que recupera la cultura pop de los 2000 y muchas de sus canciones, debidamente tuneadas y adaptadas a la historia de la protagonista, Meri Román, una exmariliendre que recuerda, en pleno funeral de su padre, sus años de gloria entre chills, discotecas como Delirio y fiestas con más popper que personas. Un descubrimiento inesperado sobre su propio progenitor será el motor narrativo; el 'McGuffin' para que ella recupere no solo su pasado sino también su propia identidad, excavando en la historia de un padre que desconocía por completo.
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El popurrí de canciones como el 'Te quiero más' de Fórmula Abierta (qué delicia ver convertida en balada un tema que todo el mundo ha bailado al menos una vez en los últimos veinte años) o el 'Amén' de las Azúcar Moreno, en el prólogo del primer capítulo, cuando vemos a Meri moviéndose entre la deprimente época actual y esos festivos 2000 de los que (sintámonos ancianos desde ya) distan dos décadas, es toda una declaración de intenciones.
Si Tarantino hacía arte pop de una conversación sobre la hamburguesa del cuarto de libra en 'Pulp Fiction', los personajes de 'Mariliendre' pueden hablar del pollo de Andreíta, la chinchilla de María Patiño o los líos de 'Pekin Expréss' sin apenas pestañear. Si algún diálogo puede resultar forzado en el afán de situarnos en un tiempo y un espacio ("La he comprado en el 'Blanco'. 9,90 en las rebajas") la mayoría de ellos harán las delicias del público al que va dirigida. Todo el que capte el mundo referencial de 'Mariliendre' estará encantado.
Precisamente ahí está la gracia de una serie que transforma megahits de discoteca para fusionarlos con la acción; para que tengan que ver con el pasado y el presente de una joven que no es la habitual protagonista normativa de millones de producciones. Una chica que, como muchos de los secundarios (entre los que nos encontramos a un creciente Omar Ayuso, a Carlos González, la carismática Mariona Terés o a Martin Urrutia más allá de su faceta musical) está más perdida que Karmele Marchante en un mitin de Vox.
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Para entender el universo de 'Mariliendre' también hay que saber quiénes están detrás de ella: Javier Ferreiro, el 'showrunner', nació en el 89 (sabe lo que es abrirse al mundo siendo un 'millennial') y también está detrás de 'Vestidas de azul'. El guion lo escribe con Paloma Rando, referente periodístico de nuestros días del que sobran las presentaciones. De ahí que los referentes estén tan claramiente orientados a un público y una edad determinadas.
Las formas acompañan: las coreografías de los numeros musicales son más que dignas y pocas ficciones nos mostrarán, mediante primerísimos planos, la interface de apps como Scruff o letreros sobre pantalla de esas características físicas con las que cada uno de nosotros intenta conectar con otros en esos perfiles que han cambiado para siempre nuestra forma de ligar.
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Puede que haya un sector de la población que no sepa de qué le están hablando cuando se dice que "los hospitales son el nuevo '¡Que trabaje Rita!", en referencia a la cantidad de gays que trabajan en ellos. Pero se trata de un sector que probablemente jamás le daría una oportunidad a una serie así. Pese a ser un producto nicho, 'Mariliendre' se autoerige como necesaria en un momento en el que personajes como Trump pretenden convertir la inclusión en una palabra maldita.
Como otras producciones de Suma Content, la serie muestra su compromiso con los excluidos de la sociedad; con aquellos que, como Meri o alguno de sus amigos, no nacieron paraser los protagonistas del relato. Hacerlo por la vía del musical y del argot pop de nuestro país la conecta con (salvando las distancias) 'Las aventuras de Priscilla, la reina del desierto', 'Hedwig and the angry inch' y otras películas que hicieron del petardeo una forma de reivindicación.
Habrá quien se queje de la imagen estereotipada del colectivo (sustancias y sexo por doquier. Nada que no viésemos en 'Queer as folk') y quien la considere excesivamente ligera, pero 'Mariliendre' es un divertimento que proclama lo marginal, sin pudores, mediante canciones de Sonia y Selena, Chenoa o Beth. Y también a través de referencias algo más elevadas como 'La La Land' (un baile de Blanca Martínez y Carlos González es calcado al de Ryan Gosling y Emma Stone) o 'Chicago'. Una ficción llena de códigos para aquel que los sepa abrazar; la autoafirmación en unos tiempos en los que la diferencia puede estar en serio peligro de extinción.
¿Qué es una mariliendre? Si están leyendo esta crítica, probablemente lo sepan ya: dícese de aquella chica que es la eterna compañera de los chicos gays y bisexuales; una especie de escudera a lo Sancho Panza que no los deja ni a sol ni a sombra, mirando más por los intereses de esos hombres que por los propios. Si no sabe qué es una mariliendre puede que ni siquiera se ponga a ver esta serie llamada justo así. Nada que le vaya a importar a Atresplayer, que en los últimos años se ha ganado a pulso al colectivo LGTBIQ+ con productos tan diversos como 'Drag Race' o 'Veneno', esta última con Los Javis como directores.