El palacete fantasma que separó a los antepasados de los duques de Terranova
Construido por la saga familiar entre 1881 y 1882 con el propósito de agasajar a Alfonso XII y ofrecerle una residencia de veraneo, con los años fue abandonado a su suerte y ocupado por vagabundos
Vilagarcía de Arousa, años 90. Unos yonkis ocupan los mismos salones en los que Alfonso XIII se relajaba leyendo el periódico, una mansión que fue la gloria de la época. El habitáculo que ocupan es espectacular: tres plantas llenas de dormitorios de techos altos, una entrada presidida por una despampanante galería, cristales rotos en algunas de sus 144 ventanas, óxido forjado y un aire espectral que parece más propio de una película de fantasmas que de una propiedad que vivió días de esplendor, grandes bailes y recepciones de lujo; un lugar que esconde como trasfondo una apasionante historia.
La casona de los duques de Terranova, situada en Vilagarcía de Arosa, lleva varios años abandonada ante el asombro del pueblo. La maleza rodea a un casoplón situado en una parcela de 37.000 metros cuadrados de superficie. El edificio, de 23 por 22,60 metros, tiene tras de sí un largo historial de disputas familiares, okupas y cambio de unas manos a otras. Según ha podido saber Vanitatis, la casona hace décadas que no pertenece a los actuales duques de Terranova, Gonzalo de la Cierva y Patricia Olmedilla, a pesar de lo que indica su denominación. Fuentes cercanas a la familia confirman que hace mucho tiempo que está en manos de Cierva García Bermúdez, otra rama de la familia. De hecho, el paso del palacete de una rama familiar a la otra conllevó en su día varias “disgustos, lloros y varios líos con herencias”. Eso ha hecho que, desde los años 50 del pasado siglo, la casona haya sido abandonada casi de forma progresiva por sus propietarios actuales. Desde entonces, se ha planteado sin éxito recuperarla como un bien municipal.
Construida por la saga familiar entre 1881 y 1882 con el propósito de agasajar a Alfonso XII y ofrecerle una residencia de veraneo que les acabase beneficiando económicamente, su propósito inicial terminó fracasando. Aunque tanto ese monarca como su hijo, Alfonso XIII, se acabaron alojando allí en algún momento, nunca transmitieron a sus descendientes el amor por el lugar, lo que ha hecho que para el Rey Juan Carlos, por ejemplo, sea un sitio totalmente ajeno. La primera gran propietaria del palacete fue María Eulalia Osorio de Moscoso y Carvajal, duquesa de Medina de las Torres. Un polémico reparto familiar apartó a los duques de Terranova del lugar a principios del siglo XX, dejándolo para siempre en manos de la rama familiar de los Medina. Hubo “lloros, dolor y separación” entre las dos ramas familiares. La que ganó la disputa se preocupó de rodear la casa de especies arbóreas de otros países, de plantar hortensias de todos los colores y de hacer crecer avellanos o palmeras poco habituales en el norte de España; una belleza que surgió de la amargura de un enfado entre familias.
A principios del siglo pasado, los pazos que rodean la zona en donde se aloja pertenecían a Emilia Pardo Bazán, escritora naturalista y condesa. Sin embargo, ella no llegó a ser testigo de “las peleas familiares que acabaron perjudicando la salud arquitectónica del edificio, pero lo peor fue lo que hizo el ayuntamiento. Fue una historia larga y dolorosa”, asegura este miembro de la nobleza sin querer desvelar el misterio que provocó el enfado.
Tanto el palacio abandonado como otro castriño vecino tenían impresionantes vistas al mar. Los antepasados familiares de Blanca Suelves y Gonzalo de la Cierva cedieron parte de los terrenos al edil, que aprovechó para ampliar los muelles de carga. “Aquella ampliación fue la que alejó a la familia propietaria de sus veraneos allí. Las vistas que daban al mar se estropearon para siempre. En donde antes veían una bahía ahora solo veían docenas de naves industiales”. Lo peor vino cuando unos okupas se instalaron en el lugar hace unos años. “El ayuntamiento no podía echarlos”.
Pese a la dejadez y la falta de interés, la familia propietaria había tomado precauciones inútiles antes de que aquello ocurriese. Una mañana de verano, la mansión apareció tapiada y cuando las pintadas llenaron sus paredes, los duques de Medina de las Torres volvieron a tapiarlas. Pero nada de eso pudo impedir que varios vándalos robasen objetos de la capilla en la que rezaba la saga en sus años de esplendor; el impresionante habitáculo que adornaba un llamativo techo encastrado en madera. Este también fue robado.
Al no ser visitada desde la década de los 50, por la casona pasaron yonkis y todo tipo de vagabundos que acabaron robando muchas de sus propiedades, algunas de ellas pertenecientes a la mismísima madre de Alfonso XIII. El arquitecto José Luis Paulos ideó hace varios años un plan arquitectónico para convertirlo en un hotel de cuatro estrellas pero, a día de hoy, nada se ha vuelto a saber de aquel proyecto. Además, la familia propietaria autorizó en 2013 el rodaje del corto de terror 'Cuando la curiosidad te mata' dentro de sus paredes. El género de terror resultaba bastante apropiado para el lamentable estado en el que se encuentra el lugar.
Ante la posibilidad de comprarlo (pese a su deterioro costaría entre 3 o 4 millones de euros), miembros de la nobleza consultados por este portal aseguran que es “difícil” hacerlo y no solo por el precio, sino por la mastodóntica tarea de “restaurarlo por completo, desbrozarlo y renovar suelos, tuberías y todo el material”. Esas dificultades son otras de las razones por las que esta mansión de aire lúgubre sigue en tierra de nadie, conservando la música muda y el aire decadente de una época que el viento se llevó.
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Vilagarcía de Arousa, años 90. Unos yonkis ocupan los mismos salones en los que Alfonso XIII se relajaba leyendo el periódico, una mansión que fue la gloria de la época. El habitáculo que ocupan es espectacular: tres plantas llenas de dormitorios de techos altos, una entrada presidida por una despampanante galería, cristales rotos en algunas de sus 144 ventanas, óxido forjado y un aire espectral que parece más propio de una película de fantasmas que de una propiedad que vivió días de esplendor, grandes bailes y recepciones de lujo; un lugar que esconde como trasfondo una apasionante historia.