Quejarse demasiado puede ser negativo para tu salud: estos son los efectos psicológicos
Cuando este hábito se convierte en la norma, los efectos en la salud psicológica y física pueden ser perjudiciales
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Quejarse es una actividad cotidiana y a veces necesaria, que permite expresar frustración y liberar tensiones. Sin embargo, cuando esta tendencia se vuelve un hábito, los efectos sobre la salud mental y física pueden llegar a ser sorprendentemente negativos. Estudios recientes demuestran que quejarse de manera continua y sin un enfoque en soluciones puede incrementar niveles de estrés, afectar nuestras relaciones y hasta debilitar nuestro sistema inmune. Analicemos por qué ocurre esto y qué podemos hacer para evitar que la queja afecte nuestra salud.
La queja excesiva tiende a generar un ciclo de negatividad que, con el tiempo, se refuerza a sí mismo. Cuando alguien se queja constantemente, el cerebro establece un patrón de pensamiento que se vuelve automático, lo que implica que cada vez que surge un problema, aunque sea menor, se activa una predisposición a centrarse en lo negativo y a expresar insatisfacción.
Esta repetición lleva a la creación de rutas neuronales que facilitan esos pensamientos, por lo que cuanto más nos quejamos, más sencillo es volver a quejarnos en el futuro. Este hábito, conocido como rumiación, puede llevar a una percepción distorsionada de la realidad, donde incluso los eventos neutros o positivos pasan desapercibidos o se interpretan de manera pesimista. Así, el cerebro se entrena para ver el mundo a través de un filtro negativo.
Las consecuencias psicológicas de este hábito pueden ser graves. En primer lugar, quejarse repetidamente activa la respuesta al estrés en el cuerpo. Pensar en problemas sin intentar resolverlos eleva los niveles de cortisol, la hormona del estrés, y a largo plazo puede llevar a problemas de salud como insomnio, afecciones cardíacas y un sistema inmunológico debilitado. Además, las personas que se quejan habitualmente son más propensas a experimentar ansiedad y depresión, ya que el cerebro interpreta el entorno como hostil y desarrolla una visión pesimista del futuro. Esta visión, constante y negativa, suele asociarse con síntomas de depresión y ansiedad, pues la persona siente que no puede cambiar su realidad.
Además, la queja constante puede afectar nuestras relaciones. Al rodearnos de una actitud negativa, causamos que quienes nos rodean se sientan incómodos o agotados emocionalmente, lo que puede llevarnos al aislamiento social. La falta de apoyo social, a su vez, incrementa los sentimientos de soledad y agrava los síntomas de estrés y ansiedad, creando un círculo vicioso difícil de romper. Algunos estudios también sugieren que el estrés crónico y la negatividad pueden afectar áreas del cerebro como el hipocampo, fundamental para la memoria y el aprendizaje, lo que aumenta el riesgo de deterioro cognitivo y dificulta la concentración y la toma de decisiones.
Afortunadamente, existen formas de romper este ciclo de quejas y entrenar al cerebro para pensar de una manera más positiva. Practicar la gratitud es una técnica efectiva: numerosos estudios han demostrado que dedicar unos minutos al día a escribir o reflexionar sobre aspectos positivos ayuda a disminuir el estrés y mejora el estado de ánimo. También es importante tomar responsabilidad por nuestros actos. Muchas veces, quejarse surge de una sensación de impotencia, pero al centrarnos en lo que sí podemos controlar o cambiar, evitamos caer en la rumiación y el estrés. Finalmente, enfocarse en soluciones es otra estrategia clave. La queja productiva se diferencia de la queja crónica en que busca un cambio o una mejora, lo que a largo plazo disminuye el impacto negativo en el bienestar.
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