El gesto imposible de evitar que nos delata cuando estamos enfadados pero no queremos que se note, según la psicología
El cuerpo se prepara para reaccionar ante el enfado, y si lo contemos esa energía se convierte en tensión corporal que se expresa de un modo diferente
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Hay gestos que dicen más que mil palabras, y uno de ellos aparece justo cuando intentamos aparentar calma en medio del enfado. Según los psicólogos, aunque creamos que sabemos disimularlo, el cuerpo siempre encuentra una forma de delatarnos.
Ese gesto imposible de controlar es la tensión en la mandíbula: un movimiento sutil, casi imperceptible, que revela que algo nos irrita aunque no lo digamos. Cuando una persona reprime la ira o la frustración, el cerebro envía señales de contención a los músculos faciales. El resultado es una ligera presión en la mandíbula, el mentón o los labios.
Los expertos en psicología explican que esta reacción tiene su origen en el sistema límbico, la parte del cerebro que gestiona las emociones. Cuando algo nos enfada, el cuerpo se prepara para reaccionar pero si decidimos contenernos, esa energía se transforma en tensión. Por eso apretar la mandíbula o fruncir ligeramente los labios se convierte en una forma inconsciente de canalizar lo que no expresamos con palabras.
Desde el punto de vista de la psicología emocional, este tipo de tensión es una señal de que estamos intentando mantener el control a toda costa. En muchos casos, responde a una educación o entorno donde expresar el enfado se percibe como algo negativo. Así, el cuerpo se convierte en el canal que asume esa carga emocional, aunque intentemos disimularla.
Reprimir las emociones de forma habitual, advierten los psicólogos, puede tener consecuencias a largo plazo. El gesto de apretar la mandíbula repetidamente está relacionado con el bruxismo o el dolor de cabeza tensional, ambos síntomas comunes en personas que viven con altos niveles de estrés o autocontrol emocional.
También es importante permitirse expresar el enfado de manera sana, sin caer en la agresividad ni en la represión. Decir lo que molesta, en el momento y con las palabras adecuadas, reduce la necesidad de que el cuerpo hable por nosotros. Porque, como recuerdan los especialistas, cuando el cuerpo se tensa, es porque la mente está intentando no gritar.
En definitiva, cuando estamos enfadados pero queremos mantener la calma intentamos disimular, pero el cuerpo no sabe mentir. La psicología lo interpreta como una forma de autoprotección. Reconocerlo no solo nos ayuda a entendernos mejor, sino también a aprender que controlar el enfado no significa esconderlo, sino saber transformarlo.
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Hay gestos que dicen más que mil palabras, y uno de ellos aparece justo cuando intentamos aparentar calma en medio del enfado. Según los psicólogos, aunque creamos que sabemos disimularlo, el cuerpo siempre encuentra una forma de delatarnos.