Delphine Boël, la princesa de Bélgica que nació a los 52 años tras la guerra con su padre
Delphine nunca se rindió, ahora tiene a la Justicia de su lado, aunque su padre esté más lejos que nunca...
La prensa local la tilda de hija ilegítima del que fue rey de Bélgica, pero la Justicia la considera legítimamente de sangre azul. La artista belga Delphine Boël, de 52 años, ya puede presentarse en su círculo como una princesa de Bélgica y puede adaptar su apellido, adquiriendo el de su padre, el rey Alberto II, de la dinastía Sajonia-Coburgo. Los hijos de Delphine, nietos del emérito, también reciben el título de sus altezas reales de Bélgica, la princesa Joséphine y el príncipe Oscar. Este romance del rey de los belgas es, quizás, uno de los escándalos que más persiguen a la familia real de Bélgica, pero fue una venganza que se ha servido fría.
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Esto pone fin, al menos en los tribunales, a la batalla entre Delphine y su propio padre biológico, que le negó durante décadas el reconocimiento de la paternidad que le unía a ella, y el derecho a los cuidados y la atención que todo padre daría a una hija. A principios de este año, por toda la presión pública que había supuesto el caso legal y tras una prueba de ADN a la que tuvo que someterse por orden judicial, Alberto II reconoció lo que todo el mundo sabía: que es el padre de la artista belga. Esto fue un gran paso en la guerra que le declaró Delphine, pero no era suficiente para ella: exigió ser tratada en igualdad de condiciones que los otros hijos del rey emérito, entre ellos el actual rey Felipe, y con los correspondientes títulos reales.
El entonces príncipe, y después rey, Alberto II, tuvo una relación extramatrimonial con la madre de Delphine, Sybille de Selys Longchamps, que duró casi veinte años, desde la década de los sesenta. Él ya estaba casado entonces con la princesa Paola, antes de que ambos se convirtieran en reyes de Bélgica, pero eso no le impidió mantener el romance secreto y con la llama encendida durante décadas. Incluso cuidó de Delphine durante los primeros diecisiete años de vida, era su “papillon” (mariposa, en francés), como ella lo llamó de cría, sin saber quién era realmente. La joven no se enteró de que el rey era su padre biológico hasta que tenía 17 años, algo que se mantuvo en secreto unos años más, pero en 1999 un periodista sacó a la luz la existencia de la artista, y el monarca decidió romper todos los contactos con ella.
Nunca fue cuestión de dinero
Ella siempre llevó el apellido de su padre legal, el empresario Jacques Boël, quien estuvo casado con su madre hasta 1978 y que la cuidó como su propia hija. Y hasta que Delphine no decidió llevar a su padre biológico ante los tribunales, de alguna manera, Alberto II no negaba la paternidad, pero tampoco la quería reconocer legal y públicamente. Y eso era algo que toda Bélgica tenía claro, había fotos y documentos que prueban su relación familiar, pero también una realidad obvia: el gran parecido físico entre padre e hija.
Cuando, ya en sus cincuenta, se hartó de que él renegara de ella, lo admitió en público, pero no tardaron en acusarla de buscar la herencia que le tocaría como hija de un rey. Sin embargo, los números de la cuenta de su padre legal, que superan el patrimonio del monarca, desmintieron esta versión. Si fuera por dinero, le sale a cuenta ser hija de Jacques Boël y evitarse toda la batalla mediática.
Así, después de que el rey abdicara en su hijo, en 2013, y perdiendo su inmunidad, Delphine inició todos los procedimientos legales para obligarlo a reconocerla como hija. Según la legislación belga, esto debería haber ocurrido antes de que ella cumpliera los 22 años, pero el Tribunal Constitucional de Bélgica dejó claro que ella tenía derecho a conocer sus orígenes. En un principio, Alberto II se negó a entregar su ADN para hacer las pruebas que exigía la Justicia, pero al final, un tribunal de apelación de Bruselas acabó obligándole a hacerlo, bajo la amenaza de una multa de 5.000 euros diarios si seguía negándose.
Al final, y previendo lo que iba a ocurrir, el emérito reconoció públicamente la realidad. Aunque existían argumentos y objeciones legales para justificar que la paternidad legal no necesariamente refleja la paternidad biológica y que el procedimiento seguido podría entenderse como “cuestionable”, el rey Alberto decidió renunciar también a la batalla judicial y terminar “de buenas maneras este doloroso procedimiento”, dijo entonces el abogado del monarca.
"El rey Alberto quisiera señalar que desde el nacimiento de Delphine Boël, él no estuvo involucrado en ninguna decisión familiar, social o educativa con respecto a ella, y que siempre respetó el vínculo que existía entre ella y su padre legal, Jacques Boël”, defendió el letrado, en nombre de su cliente. Era un mensaje a la artista, que pretendía dejar claro que un reconocimiento de la paternidad no iba a suponer ningún cambio en su vida. O eso creía él.
Pero sin el amor de su padre
Aunque los documentos, la Justicia y la opinión pública tengan ahora claro que el vínculo paterno, el amor entre padre e hija está más lejos que nunca. Si cuando ella nació, en 1968, incluso llegaron a irse de vacaciones juntos como una auténtica familia, ahora se enteran de la actualidad de uno sobre el otro a través de las noticias. De hecho, cuando ella decidió exigir este año “exactamente los mismos privilegios, títulos y capacidades que sus dos hermanos y su hermana” biológica, fue todo una respuesta a la frialdad que demostró Alberto II a la hora de admitir que era su padre, lo hizo a través de un comunicado de prensa. No hubo ni siquiera una llamada de teléfono, ningún gesto de cariño, ni ningún intento de acercamiento.
Eso la llevó a seguir luchando hasta el final. No solo quería el reconocimiento, también quería ser una más entre sus hermanos, aunque sea en la práctica. Esta semana lo logró. Un tribunal de Bruselas le dio la razón: ella y sus hijos son príncipes belgas a ojos de la ley. “Está encantada con esta decisión que pondrá fin a un proceso largo y doloroso para ella y para su familia. Aunque una victoria legal nunca reemplazará el amor de un padre, pero brinda un sentido de justicia, reforzado por el hecho de que muchos niños que han pasado por las mismas situaciones, encontrarán la fuerza para luchar por ello”, dijo la nueva princesa, a través de su abogado, Marc Uyttendaele.
Para ella, siempre fue una cuestión de reconocimiento de la realidad. “No quería que mis hijos tuvieran que preguntarse de dónde vienen. Habría hecho exactamente lo mismo si mi padre fuera un empleado del zoológico, o incluso un criminal. Tampoco puedo decir que estoy feliz con el resultado, porque sigo pensando que esto ni siquiera debió haber ocurrido en primer lugar”, defendió la nueva princesa en una entrevista el pasado agosto, a la espera de la decisión judicial conocida esta semana. Nunca se le olvidará que su padre la reconoció en un comunicado de prensa. “Fue difícil para mí leer eso. Porque hasta 2001, cuando yo tenía 33 años, tuve una buena relación con él, una verdadera relación de padre e hija”, asegura.
Lamenta que el juicio contra su padre le haya causado tantos problemas, pero tiene claro que valió la pena. Le cerraron sus cuentas de ahorros y “estaba en una lista negra” cada vez que se iba de viaje, aseguró. “Mis hijos, que son mitad estadounidenses, no podían pedir dinero prestado, ni comprar un coche… al parecer, ni siquiera les dejaban abrirse una cuenta de ahorros en el banco, fue todo una sorpresa para mi”, relató, sobre las trabas que se encontró en su propio país, tras atreverse a retar al que un día fue la máxima autoridad de Bélgica. El escándalo que supuso el caso tampoco hizo ningún bien a su carrera como artista. “Era mucho más fácil cuando yo no era la ‘hija del rey’. Nunca intenté explotar mi fama para vender mi arte”, aseguró, en respuesta a todos los rumores que la acusan de aprovecharse de la situación.
El arte fue y sigue siendo la forma en la que la princesa belga representa lo que siempre le faltó, el amor paterno. De hecho, cuando en 2017, padre e hija tuvieron que sentarse cara a cara por primera vez en los tribunales, Delphine Boël aprovechó para mostrar en una exposición los orígenes de una artista de la que su padre reniega. Se llamaba 'Nunca te rindas', una declaración de intenciones y el lema vital de la nueva princesa.
Mostró en el Museo de Ixelles de Bruselas las obras de arte que había elaborado en los últimos 30 años de su vida. Había estatuas, pinturas de colores brillantes y mensajes subliminales de todo tipo: un cuadro que pide no rendirse, incluso “si el sistema es corrupto”, luces de neón que parpadean con un “Amor de niña” o una sucesión de palabras que igualan la “verdad” a la “libertad”. Delphine nunca se rindió, ahora tiene a la Justicia de su lado, aunque su padre esté más lejos que nunca.
La prensa local la tilda de hija ilegítima del que fue rey de Bélgica, pero la Justicia la considera legítimamente de sangre azul. La artista belga Delphine Boël, de 52 años, ya puede presentarse en su círculo como una princesa de Bélgica y puede adaptar su apellido, adquiriendo el de su padre, el rey Alberto II, de la dinastía Sajonia-Coburgo. Los hijos de Delphine, nietos del emérito, también reciben el título de sus altezas reales de Bélgica, la princesa Joséphine y el príncipe Oscar. Este romance del rey de los belgas es, quizás, uno de los escándalos que más persiguen a la familia real de Bélgica, pero fue una venganza que se ha servido fría.