Vanitatis asiste a una cena de gala en Dumfries House, la mansión escocesa favorita de Carlos III
Vanitatis pudo degustar una cena inspirada en el Siglo XVIII en esta joya arquitectónica, una experiencia muy royal que se ofrece ahora a “todo el público”
Los destellos de la cubertería de plata se reflejan en la bandeja central donde el espejo que actúa de base replica la intrincada yesería rococó del techo, inspirada en las ruinas de Palmira en Siria. Las dieciocho velas del chandelier de cristal de murano de 1760 ofrecen una luz tenue, pero aún así, puede apreciarse el sutil tono rosado de las paredes. Podría acostumbrarme sin problema alguno a cenar aquí todas las noches.
Carlos III agasaja en este salón a sus invitados cuando se aloja en Dumfries House, la histórica mansión escocesa de Ayrshire construida en 1754. Así que una intenta estar lo más recta posible cuando se sienta en una de las sillas elaboradas por el ebanista escocés Alexander Peter, toda una eminencia.
Quitecita hay menos posibilidades de romper la vajilla del siglo XVIII donde comienzan a servir los entrantes con salmón escalfado, sopa de pescado y pan manchet. Se trata de un tipo de pan elaborado con trigo de alta calidad. El rey es así. Trata a sus huéspedes con los productos de la mejor calidad. Y si el menú además tiene un coste de 375 libras por persona (alrededor de 451 euros) que menos que cuidar los detalles.
El monarca no se encuentra hoy en la casona. Una pena. Pero Vanitatis ha sido invitada a degustar una cena inspirada en el Siglo XVIII en esta joya arquitectónica, una experiencia muy royal que se ofrece ahora a “todo el público”, expresión que Palacio utiliza cortésmente para no excluir a nadie, cuando en realidad tan sólo unos pocos pueden permitirse estos lujos gastronómicos.
El mantel es de un blanco lino impoluto. Los detalles de los platos de porcelana están bañados en lila, a juego con las flores sutiles que adornan el centro de mesa, con elegantes candelabros de plata. Da pena quitar la servilleta apoyada cual flor de loto. La copa de agua también es de tono rosado. Las de vino tienen un sencillo adorno en el borde. Pensar que una de ellas ha podido beber el mismísimo rey tiene su aquel.
El objetivo no es otro que recaudar fondos para The King’s Foundation, creada para formar a la próxima generación de artesanos cualificados en técnicas tradicionales esenciales para muchas industrias del Reino Unido. Por sus cursos de formación pasan más de 15.000 estudiantes cada año.
Dumfries House comenzó a construirse en 1764 por encargo de William Crichton-Dalrymple, quinto conde de Dumfries. Un año después de que comenzaran las obras, su esposa falleció. El conde lamentó profundamente su muerte, pero no abandonó el proyecto y se gastó ingestas cantidades de dinero para crear uno de los interiores más preciados de la Ilustración escocesa con la esperanza de que tanto lujo sedujera a una nueva esposa con la que tener su tan deseado heredero. La esposa llegó, pero el matrimonio no tuvo hijos.
La villa de estilo palladiano es imponente. Subiendo las escaleras de la puerta principal vestida de largo mientras cae el sol en la campiña escocesa me voy metiendo en un mundo estilo Downton Abbey. Y cuando pensaba que ya no podía con tanta belleza, un gaitero escocés se pone a tocar en uno de los balcones. El momento entrada es muy impresionante, todo hay que decirlo.
La primera copa de champán la tomamos en la sala de tapices, diseñada específicamente para albergar cuatro tapices flamencos de principios del siglo XVIII. El fuego de la chimenea de mármol crea un ambiente cálido. Un poco de música de arpa -nunca puede faltar en este tipo de ocasiones- y atravesamos el gran corredor hasta llegar al salón donde se sirve la cena. Todo el mobiliario de la casa encarna, según palabras del propio Carlos III, “la artesanía británica en su máxima expresión”. Aunque el Comedor Rosa es la estancia más especial de Dumfries House y la favorita del monarca.
Tras una reconstrucción que ha llevado diez años, la mansión ha recuperado su esplendor. Y, en concreto, el Comedor Rosa está prácticamente como William Crichton-Dalrymple lo ideó. Ningún intento de atraer a una novia estaba completo sin un retrato. El que el conde encargó a Thomas Hudson lleva colgado en la gran chimenea desde 1759. El lienzo le muestra con un documento en la mano, el contrato firmado por los hermanos Adams, famosos arquitectos de la época, cuando recibieron el encargo de construir la casa.
Asimismo, una obra maestra italiana era una posesión básica para un hombre del siglo XVIII que quería dárselas de importante. La que cuelga en la pared es `El viaje de Jacob´, de Jacopo Bassano, ya tenía 200 años cuando el conde la compró en Londres. Ahí es nada.
El ambiente es realmente seductor o incluso “sensual” como asegura Charlotte Rostek, la curator de Dumfries. Cuando la mansión se presentó en la revista AD, la experta explicó que Carlos III no quería que la mansión fuera un museo. “Quería que los guías actuaran como anfitriones y que los visitantes se sintieran como invitados. Visitar la casa es, en realidad, una experiencia muy sensual”, recalcó.
Tras los entrantes, el menú se completa con venado y ternera asados, patatas parmentier y salsa de enebro como plato principal; y syllabub de limón y pistacho, pudin de pan y mantequilla con trifle de manzana y almendra como postre. El pudin, en particular, de otro planeta. Pregunté si también era del agrado de Camilla, pero los mayordomos están perfectamente aleccionados y se limitan a decir que tanto el rey como la reina son “gente encantadora y muy cercana”.
Nos dicen que el protocolo es hablar durante los platos principales con la persona que tienes a tu derecha y tras los postres con el que está a tu izquierda. ¿O quizá era al revés? Tampoco es que vaya a replicarlo ahora en la cena de navidad con la familia.
Todo aquí parece de otro mundo. Más allá de la comida, que refleja las modas culinarias de la época, lo que enriquece la velada es el lugar y todo lo ello conlleva. Porque la manera en la que se sirven los platos también es especial. El servicio de mayordomo es el “tradicional”, el mismo que se empleaba cuando William Crichton-Dalrymple celebraba cenas para impresionar a invitados y visitantes y elevar así su estatus social unos cuantos niveles.
Se preguntaran ustedes cuál es este estilo. Una también se quedó perpleja. Pues resulta que el mayordomo te pone la bandeja -de plata, por supuesto- al lado y cada uno se sirve los manjares a su gusto. No es fácil hacerlo de manera elegante con los dos cucharones -también de plata, faltaría más-. En el Siglo XVIII, la alta sociedad comenzó a agasajar a sus invitados con más frecuencia -para sumar contactos y con ello dinero- y como no había suficientes camareros formados para servir los platos, se limitaban a sostener pacientemente las bandejas. Ahora el mayor reto para el invitado es no manchar el mantel ni la alfombra.
El destino de la mansión comenzó a tambalearse en 2005, cuando John Crichton-Stuart, séptimo marqués de Bute (un célebre piloto de Fórmula 1 cuya familia había heredado el título de Dumfries a principios del siglo XIX), sintió la presión de equilibrar su propiedad con la de Mount Stuart, el inmenso palacio gótico victoriano y los jardines donde reside actualmente. Problemas de ricos.
La puso a la venta y contrató a Christie’s para que vendiera sus posesiones. Los expertos de la casa de subastas comenzaron a documentar el contenido de la mansión; se elaboró un catálogo de dos volúmenes y se fijaron las fechas de venta para el 12 y 13 de julio de 2007. Pero cuando el por aquel entonces príncipe Carlos se enteró envió rápidamente a sus representantes a Escocia para negociar la compra de la finca.
Una de sus fundaciones prometió un préstamo de 40 millones de dólares y los 50 millones de dólares restantes fueron recaudados de “otras fuentes” con algunas llamadas telefónicas. La subasta se canceló y varios camiones cargados de tesoros que ya estaban en camino a Londres regresaron a casa. Muchos de los platos de la cena que se ponen ahora “a disposición del público” tienen el sello de Christie’s.
Dumfries House se ha convertido en la sede de la Fundación del Rey. Los impresionantes jardines están abiertos 24 horas al público de manera gratuita. La mansión está disponible para eventos. Pero sólo el rey puede aojarse aquí. Pasa unas cinco o seis veces al año y descansa en una suite decorada a su gusto y reservada para su uso exclusivo. Es una de las pocas habitaciones que no se pueden ver en las visitas guiadas. Estas sí hay que pagarlas. Todos los beneficios son para los cursos de formación.
Al monarca le gusta recibir a invitados, trabajar en el jardín, estar en la huerta. A veces coincide con los turistas. Y tuvo además la suerte de encontrarse con la primera pareja de novios que celebró aquí su boda. Dicen que les dio un consejo para la vida de casados. Carlos III dando consejos matrimoniales. Eso sí que es una crónica. Busqué a la pareja por todo Ayrshire para tener la exclusiva. No fue posible. Pero, al menos, cené como una reina.
Los destellos de la cubertería de plata se reflejan en la bandeja central donde el espejo que actúa de base replica la intrincada yesería rococó del techo, inspirada en las ruinas de Palmira en Siria. Las dieciocho velas del chandelier de cristal de murano de 1760 ofrecen una luz tenue, pero aún así, puede apreciarse el sutil tono rosado de las paredes. Podría acostumbrarme sin problema alguno a cenar aquí todas las noches.