Vuelve 'El cuento de la criada': razones para amar u odiar una de las series de la década
Se estrena la quinta temporada de una serie que divide a aquellos que la abandonaron y aquellos otros que aún son adictos a ella
¿'El cuento de la criada' o el cuento de nunca acabar? La adaptación (al menos, la primera temporada sí lo era) de la novela de Margaret Atwood ha vuelto esta semana con el estreno de su quinta temporada. Dos capítulos en HBO que alimentan a los sedientos fans que no habían vuelto a ver esta distopía, en la que las mujeres fértiles son tratadas como meros úteros, desde 2021; unas criadas sin voz ni voto en un futuro que, a jugar por muchos totalitarismos en auge, no parece ni tan distópico ni tan descabellado. Más allá de sus simbolismos o lo que tenga que decirnos sobre la sociedad actual, 'El cuento de la criada' simboliza, por sí misma, todo lo que amantes y detractores de las series se plantean continuamente. ¿Es necesario alargar una ficción de este tipo hasta la náusea? ¿Es imprescindible alargar las tramas y enredarlas hasta provocar el tedio del espectador?
Digamos, de entrada, que nos gusta 'El cuento de la criada'. Pero para hablar de las razones para amarla tendríamos que situarnos en 2017. La serie se estrena en el mes de abril de ese año con algunas de las mejores críticas que se hayan visto jamás. Y no es para menos: su factura técnica (con ese uso de la luz interior que hacía que muchos planos pareciesen auténticos cuadros de Vermeer) es impecable, la interpretación de su protagonista (una esforzada Moss, a la que muchos ya habíamos descubierto en 'Mad Men') era impresionante. Y también esos primeros planos con su mirada de toro bravío que, con el paso de las temporadas, se han acabado volviendo algo paródicos. La novela de Atwood fue un hito en los 80 y la serie, desde luego, estaba a la altura, con una narrativa que explicaba, vía flashback, cómo June, la protagonista, había acabado siendo una criada al servicio del comandante interpretado por un maligno Joseph Fiennes.
La pericia para combinar esas dos líneas narrativas, trenzadas con la trama de los personajes que han logrado huir a Canadá y han escapado de la pesadilla de Gilead, ese trasunto de los Estados Unidos en modo distopía, era hábil y estaba muy lograda. La localización, por cierto, tenía todo el sentido del mundo en 2017, habida cuenta de que Donald Trump era el que regía, por entonces, los (a menudo locos) destinos del país más poderoso del mundo. No era muy difícil pensar que bajo los designios de semejante personaje y de su 'Make America Great Again', los USAmérica podrían acabar siendo, efectivamente, muy parecidos a los de la serie. El contexto, podríamos decir, ayudaba a que 'El cuento de la criada' no solo fuese un producto, sino también uno muy oportuno. Estaba en el lugar correcto y en el momento adecuado.
Dado el éxito, Bruce Miller, creador del fenómeno, acabó ideando una segunda temporada que expandía los límites de la novela y que, en cierto modo, también tenía sentido. El final de la primera era un final abierto, que nos dejaba con la duda de si June escapaba o no de la garra de sus amos. La cosa, dicen, se torció en la tercera temporada, cuando (atención, SPOILER) la propia protagonista decide no escapar a Canadá y permanecer en Gilead para recuperar a su bebé. Fue en ese momento cuando los espectadores más cínicos (y los que odian las tropecientas temporadas de una serie) subieron la ceja: ¿hasta cuánto era posible alargar el sufrimiento de la protagonista? Los memes sobre el guion de la serie y los padeceres de la 'criada' se sucedieron. Sencillamente, muchos espectadores pensaron que les estaban tomando el pelo. Que ya estaba bien de tanto drama.
Pensemos por un momento en la cantidad de artículos que han explicado el fenómeno de las series en este siglo XXI haciendo un paralelismo con las novelas de hace dos siglos; en todos aquellos escritos que nos han recordado que el voluminoso número de páginas de los éxitos literarios del siglo XIX se debía a que se publicaban en forma de serial. Es decir, la gente pagaba religiosamente por leer su dosis de 'Oliver Twist' cada semana. Y aquella recolección de capítulos semanales se acabó convirtiendo en una de las novelas más populares y laureadas de Charles Dickens. Como 'Perdidos' y otros seriales de varias temporadas, 'El cuento de la criada' puede seguir ofreciendo dosis de placer a aquellos que quieran consumirla durante los años que sean pertinentes (y que tenga éxito). El problema, dicen algunos críticos, es que no hay bastantes giros de guion (hubo uno, a mitad de la cuarta temporada, que 'desatascó' muchas de las situaciones que viven los protagonistas) para compensar el tedio que causa a algunos la historia, bastante alejada de la novela de Atwood. El otro problema es el qué importa más: si la calidad del producto o una rentabilidad que la acaba machacando. Es decir, la misma pregunta que podríamos hacernos con interminables sagas cinematográficas o con la última recuela, o reboot, de la secuela de un viejo éxito.
Larga o no, aburrida o entretenida, está claro que 'El cuento de la criada' es ya uno de los títulos imprescindibles de la televisión de la última década. Y que su trama es tan apasionante como el debate sobre la longitud de las series de ficción. Un tema en el que, me temo, nunca nos pondremos de acuerdo.
¿'El cuento de la criada' o el cuento de nunca acabar? La adaptación (al menos, la primera temporada sí lo era) de la novela de Margaret Atwood ha vuelto esta semana con el estreno de su quinta temporada. Dos capítulos en HBO que alimentan a los sedientos fans que no habían vuelto a ver esta distopía, en la que las mujeres fértiles son tratadas como meros úteros, desde 2021; unas criadas sin voz ni voto en un futuro que, a jugar por muchos totalitarismos en auge, no parece ni tan distópico ni tan descabellado. Más allá de sus simbolismos o lo que tenga que decirnos sobre la sociedad actual, 'El cuento de la criada' simboliza, por sí misma, todo lo que amantes y detractores de las series se plantean continuamente. ¿Es necesario alargar una ficción de este tipo hasta la náusea? ¿Es imprescindible alargar las tramas y enredarlas hasta provocar el tedio del espectador?
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