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Rafa Tarradas recuerda su etapa profesional junto a Helga de Alvear: "Cuando le preguntaban en qué artistas invertir, respondía “¡en el Greco!"
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EN PRIMERA PERSONA

Rafa Tarradas recuerda su etapa profesional junto a Helga de Alvear: "Cuando le preguntaban en qué artistas invertir, respondía “¡en el Greco!"

El escritor recuerda, a través de este escrito, la obra y la personalidad de la galerista y coleccionista de arte con la que trabajó siendo director de su galería de arte

Foto: Helga de Alvear, en una imagen de archivo. (Museo Helga de Alvear)
Helga de Alvear, en una imagen de archivo. (Museo Helga de Alvear)

Ayer falleció Helga de Alvear, una de las mayores coleccionistas y mecenas del arte que España ha tenido el privilegio de acoger; que llegó a nuestro país enamorada por su luz, se enamoró de su marido y se estableció para siempre lejos de su Alemania natal. Conocí a Helga cuando, por avatares del destino, me contrató para dirigir su galería. En el momento de hacerlo, yo era el candidato inesperado y probablemente otros lo hubieran hecho mejor, pero la experiencia me permitió convivir durante un tiempo con una persona realmente única. Helga era ante todo una amante del arte. Una absolutamente desprovista de todos los elementos que quitan un poco de la magia que ese mundo debería tener. Le gustaba el arte al margen de lo que costaba, de futuribles, y se dejaba guiar por su intuición y su buen ojo al comprar.

placeholder La galerista y coleccionista Helga de Alvear. (EFE/Jero Morales)
La galerista y coleccionista Helga de Alvear. (EFE/Jero Morales)

Se enamoraba de lo que veía y si podía lo compraba. Cuando, frecuentemente, le preguntaban en qué artistas invertir, respondía molesta “¡en el Greco!”, quitándose de encima a los advenedizos que buscaban solo el beneficio económico. En su casa convivían, con igual importancia, las acuarelas de un artista casi callejero con obras maestras de las más reputadas figuras (las tenía a TODAS) dejando claro que ella no estaba allí ni para ganar dinero ni para figurar, simplemente para coleccionar y divulgar y que su amor por el arte era genuino. Eso hizo.

Coleccionó (mucho), divulgó (mucho), lanzó a artistas desconocidos y donó todo ese patrimonio (más de tres mil obras de primerísima calidad) para que los españoles tuviéramos el espectacular Museo de Arte Contemporáneo Helga de Alvear de Cáceres, una joya más desconocida de lo que merece y su gran sueño, uno que, por la demencia política, algunas ciudades se arrepentirán siempre de no haber acogido.

En la era de la provocación absurda, de lo soez, lo fácil y poco creativo, Helga fue una auténtica provocadora; una que conseguía que nuestros sentidos se turbasen de alguna forma al pasear por su galería. Su stand en ARCO, uno de los más importantes, a menudo no era especialmente comercial (nunca le importaron demasiado las ventas) y siempre, daba que hablar por el potente mensaje de lo expuesto.

placeholder La galerista, junto a la presidenta de Extremadura, María Guardiola (i) y a los ministros de Cultura de España, Ernest Urtasun (detrás, d) y Portugal, Pedro Adao e Silva (2i) , durante el acto en el que recibió la Medalla al Mérito Cultural del Gobierno de la República Portuguesa. (EFE/Jero Morales)
La galerista, junto a la presidenta de Extremadura, María Guardiola (i) y a los ministros de Cultura de España, Ernest Urtasun (detrás, d) y Portugal, Pedro Adao e Silva (2i) , durante el acto en el que recibió la Medalla al Mérito Cultural del Gobierno de la República Portuguesa. (EFE/Jero Morales)

Mujer de carácter, el trato con ella habrá dejado a todos muchas anécdotas, momentos agradables y otros no tanto, pero, si seguimos la divisa de que al final somos lo que hacemos, no lo que decimos, parece claro que España debe estar muy agradecida a esta mujer, que, enamorada de la luz de nuestro país, lo iluminó aún más con su legado.

Hasta siempre y gracias Helga.

Ayer falleció Helga de Alvear, una de las mayores coleccionistas y mecenas del arte que España ha tenido el privilegio de acoger; que llegó a nuestro país enamorada por su luz, se enamoró de su marido y se estableció para siempre lejos de su Alemania natal. Conocí a Helga cuando, por avatares del destino, me contrató para dirigir su galería. En el momento de hacerlo, yo era el candidato inesperado y probablemente otros lo hubieran hecho mejor, pero la experiencia me permitió convivir durante un tiempo con una persona realmente única. Helga era ante todo una amante del arte. Una absolutamente desprovista de todos los elementos que quitan un poco de la magia que ese mundo debería tener. Le gustaba el arte al margen de lo que costaba, de futuribles, y se dejaba guiar por su intuición y su buen ojo al comprar.

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