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El Risitas de Jesús Quintero fallece viviendo en un asilo de Sevilla: "No tenía maldad"
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Tenía 64 años

El Risitas de Jesús Quintero fallece viviendo en un asilo de Sevilla: "No tenía maldad"

Estaba tramitando su jubilación y el pasado verano le amputaron una pierna por el azúcar

Foto: El Cordobés y el Risitas, en la Feria del Toro de Sevilla. (CP)
El Cordobés y el Risitas, en la Feria del Toro de Sevilla. (CP)

Juan Joya Borja, el Risitas, era un cliente habitual de la taberna Quitapesares, en el centro de Sevilla, que regentaba Pepe Peregil primero y tras su fallecimiento, hace nueve años, su hijo Álvaro. Sevillano del Polígono San Pablo, uno de los más pobres de la capital, tenía 64 años, nunca se había casado y pertenecía a una familia numerosa de nueve hermanos. Pepe Peregil, tabernero y cantante muy conocido por cantar saetas, acudió un día a una entrevista con Jesús Quintero y le dijo a su amigo Risitas que lo acompañara.

Cuando Quintero lo vio, enseguida le dijo que quería que apareciera en la entrevista junto a Peregil, y ese fue el comienzo de su carrera televisiva y su nueva vida. Risitas decía que nunca había trabajado: “Mi vida laboral es de seis días y cuatro estuve de baja”, comentaba en su tono bromista, pero no se le conoció ningún oficio.

placeholder Jesús Quintero. (EFE)
Jesús Quintero. (EFE)

Tuvo un accidente de coche que le dejó graves secuelas y comenzó a recibir una paga vitalicia. Manuel de Elena Ordóñez era su “manaché”, o sea, la persona que le llevaba sus apariciones televisivas, sus contratos y todos los trabajos que hacía: “Éramos amigos y él me pidió que lo llevara porque tuvo un mánager anterior muy poco tiempo. Económicamente, tenía su vida solucionada. Apenas gastaba dinero, tenía su paguita y también ganaba mucho trabajando. Yo estuve con él en cinco países. Gestionaba sus derechos de imagen, sus entrevistas, la publicidad. En Francia era una estrella. Los franceses le habían regalado el carrito motorizado en el que se movía y una pantalla de televisión gigantesca”.

Natillas y arroz con leche

Álvaro Peregil recuerda también que aunque vivía en el asilo del Hospital de la Caridad en Sevilla, hacía una visita semanal a su bar, todos los miércoles: “Lo conocía desde niño porque era habitual verlo a diario con mi padre en el bar. Cuando mi padre falleció, empezó a ir dos o tres veces por semana, y últimamente estaba delicado de salud y solo iba un día. No es cierto que viviera en la indigencia, pero es que no le gustaba nada gastar. Todo el mundo lo invitaba, incluso cuando venían los proveedores al bar, le regalaban las natillas o el arroz con leche que le encantaba. Su forma de vida estaba en la escuela de la picaresca sevillana de acostarse cada día pensando que no había gastado nada”.

Su popularidad creció tanto por sus apariciones televisivas y publicitarias que hasta el bar llegaban para conocerle personas de todas partes. Comenta Álvaro: “No te imaginas la cantidad de franceses... Hasta en Finlandia, donde hizo publicidad de una marca de pizzas, se hizo conocido. A veces aparecía gente en el bar que venían de Asturias, de Mallorca… Preguntaban cuándo venía y se quedaban a esperarlo para conocerlo”.

En el verano de 2020, comenzó a tener problemas de salud a causa del azúcar. Se encontraba en Punta Umbría (Huelva) cuando avisó a su mánager de que no se encontraba bien y tenía un dolor en el dedo del pie. Ingresó de urgencia en el Hospital Juan Ramón Jiménez de Huelva y, las cosas del destino, en esos momentos se encontraba también ingresado su descubridor, Jesús Quintero, aquejado de una arritmia.

Los últimos días

Risitas tuvo que someterse a la amputación de una pierna y desde entonces su salud fue mermando. Mantuvo siempre su relación de amistad con Quintero. En julio iba a cumplir los 65 y ya había empezado a gestionar los papeles para la jubilación. Aunque nunca se había casado, tuvo alguna vez pareja y jamás pasó necesidad. Su mánager recuerda que sus intervenciones televisivas estaban bien remuneradas: “Él siempre le decía a Quintero: ‘El cheque, Jesús, el cheque’, y cobraba religiosamente una buena cantidad. Además actuaba en distintos sitios. Con él viajé a cinco países. Estuvimos en Finlandia para hacer un anuncio, también en Hungría, en Austria, en Eslovaquia y en Portugal. Con él siempre te pasaban anécdotas, porque era tal y como se veía, natural y espontáneo. No tenía ninguna maldad y le encantaba comer. Recuerdo que en Hungría paralizó una grabación porque quería comer papas con chocos. Decía que la comida de allí picaba mucho y que necesitaba comer un guiso. Últimamente estaba más triste y apagado, se había quedado muy delgado. Me temía que podía darnos un susto en cualquier momento, así que el martes los hermanos de la Caridad lo vieron mal y lo llevaron a urgencias. En unas horas se apagó definitivamente”.

La muerte de Risitas ha desatado también una oleada de pésames en las redes sociales. Su forma de ser y su personalidad lo hicieron convertirse en un personaje muy querido. El viernes a las diez de la mañana tendrá lugar una misa en la iglesia de la Santa Caridad por su alma y, posteriormente, su incineración.

Juan Joya Borja, el Risitas, era un cliente habitual de la taberna Quitapesares, en el centro de Sevilla, que regentaba Pepe Peregil primero y tras su fallecimiento, hace nueve años, su hijo Álvaro. Sevillano del Polígono San Pablo, uno de los más pobres de la capital, tenía 64 años, nunca se había casado y pertenecía a una familia numerosa de nueve hermanos. Pepe Peregil, tabernero y cantante muy conocido por cantar saetas, acudió un día a una entrevista con Jesús Quintero y le dijo a su amigo Risitas que lo acompañara.

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