'Waldo', el genio de la música "empujado al suicidio por la homofobia, el desengaño amoroso y un complejo de Edipo"
Llega a los cines un documental que repasa, de forma no cronológica y con la narración de su biógrafo, Miguel Fernández, la vida de una figura fundamental de nuestra música
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"¿Que quién soy? Simplemente, alguien que cree haber nacido músico y que goza y se divierte mucho cuando el público canta, silba, tararea, discute o protesta ante una orquestación mía". Waldo de los Ríos, protagonista del documental de Charlie Arnaiz y Alberto Ortega que se estrena este viernes, no quería ser olvidado. Y seguro que estaría feliz de ver cómo un libro, 'Desafiando al olvido', y esta película, basada en dicha obra, lo devuelven a la vida que él mismo se quitó en 1977. El autor de la biografía, Miguel Fernández, también es el narrador (e incluso coprotagonista, como demuestra el emocionante final), la voz en off y el ayudante de guion de un documental disruptivo y valiente, confeccionado a base de películas caseras y la propia música del compositor, que también fue arreglista de Soy Rebelde o el Himno a la alegría.
Fernández cuenta a Vanitatis cómo la semilla de su libro, que como el documental tuvo lugar en un viaje suyo por una carretera canadiense, lo cambió todo. "No encontraba un hilo del que tirar. Lo encontré mientras viajaba por una autopista de Canadá. En la radio sonó el Himno a la alegría. El presentador dijo que se habían vendido más de seis millones de copias en medio centenar de países. Las cifras todavía dan vértigo. ¿Cómo algo tan grande podría haber caído en el olvido?, me pregunté. Ahí empezó todo".
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Evitando el wikipedismo, huyendo de la narración cronológica y haciendo un buen uso de las cintas caseras, 'Waldo' no obvia las múltiples caras de un hombre exitoso pero también atrapado. De sus ataduras a Martha, una madre cantante y castrante, a su peripecia por España; de su éxito internacional con el 'Himno a la alegría' que cantó Miguel Ríos, al matrimonio con la eternamente cuestionada Isabel Pisano o a las posibles razones de ese tiro de escopeta con el que se fue para siempre. A los 9 años ya era el pianista de su madre y a partir de ahí se movió por una vida "que ya parecía escrita". Oswaldo Nicolás Ferraro Gutiérrez, tal y como se llamaba en su partida de nacimiento, luchó por un éxito que le llevó a ser el arreglista de los títulos mayores de la canción ligera y el pop españoles. Aunque muchos no lo sepan, la banda sonora de los últimos años del franquismo no sería la misma sin su nombre.
El tiempo hizo que el morbo en torno al suicidio robase protagonismo a su propio talento. "Lo primero que hice al volver es reunirme con Isabel Pisano, la viuda de Waldo. Vivía en un pequeño apartamento de la calle Miguel Ángel. ¿Por qué se suicidó Waldo?, me pregunta. Seguimos hablando durante meses, pero la investigación no avanzaba. En la hemeroteca, la vida del músico acababa con las noticias sobre su suicidio, contadas con evidente sensacionalismo y homofobia", nos cuenta Fernández.
Waldo siempre fue las dos caras de una misma moneda: al mismo tiempo que ponía música a la publicidad de Rumasa o versionaba la internacional del Partido Socialista para las primeras elecciones, también elaboraba conciertos para la guitarra criolla. A principios de los 70, en pleno éxito, se atrevió a decirle 'no' al mismísimo Kubrick cuando el director, enamorado de su Himno a la alegría, le propuso elaborar algo parecido para la banda sonora de La naranja mecánica. El músico temió entonces que la misma intelectualidad de mente estrecha que había rechazado la canción de Miguel Ríos volviese a cargar contra él.
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Casado ya con Isabel Pisano, los últimos años de su vida oscilaron entre la homofobia interiorizada y el amor no correspondido por un joven. Mientras ella avanzaba en Italia con su carrera como actriz, él permanecía en Madrid y trataba de sobrellevar su condición sexual, escondida entre la dominación de su madre y una sociedad franquista que hostigaba a los gays con una ley de vagos y maleantes. "Waldo murió pocas semanas de los secuestros de Oriol y Villaescusa, del asesinato de los abogados de Atocha, del accidente de Los Rodeos. En la opinión pública había una sensación de inseguridad y miedo a la que podía contribuir la noticia de la muerte de un personaje popular. La policía actuó con rapidez, practicó numerosas pruebas y recabó decenas de testimonios. Aunque se explicara en términos homófobos, las conclusiones eran muy claras: Waldo había sido empujado al suicidio por la homofobia, el desengaño amoroso y la dificultad de superar un complejo de Edipo que había marcado su vida", asegura Fernández.
En aquellos días, De los Ríos estaba peleado con el mundo y no era capaz de conciliar realidad y deseo. Unos días antes, su joven amante le había dicho que era 'viejo' a sus 42 años. Además de aquello, Waldo temía los tiempos que estaban por venir, los cambios de una industria musical que ya no sería la misma. El documental recrea las agónicas últimas horas, en las que se le pudo ver solo en el Café Gijón, y las reacciones posteriores a su muerte. Pero no es el único foco: "Charlie y Alberto, los directores, tenían claro el tipo de película que querían hacer: un documental que se viera como una ficción, o viceversa, o lo uno y lo otro. No habría gente sentada contando sus testimonios y el peso del relato recaería en una investigación que debía ampliar la mía".
El fruto de esa documentación, 'Waldo', es la reivindicación necesaria de una parte fundamental de nuestra historia musical. El homenaje a alguien que tuvo la mala suerte de no aprender a aceptarse a sí mismo. "Lo que empieza siendo el recuerdo amable de un tiempo que se fue da paso a una reflexión sobre la Transición, sobre la homofobia de aquél tiempo, sobre la tiranía del éxito, sobre la gente que, sin ser famosa, también fue Waldo y tuvieron que renunciar a la vida que les hubiera gustado vivir. En momentos en los que se abre paso la intolerancia y la homofobia, en la cinta hay también un aviso a navegantes: los derechos, la libertad, no cayeron del cielo; fue fruto del esfuerzo de mucha gente que arriesgó y a la que todavía no hemos sabido darle las gracias".
"¿Que quién soy? Simplemente, alguien que cree haber nacido músico y que goza y se divierte mucho cuando el público canta, silba, tararea, discute o protesta ante una orquestación mía". Waldo de los Ríos, protagonista del documental de Charlie Arnaiz y Alberto Ortega que se estrena este viernes, no quería ser olvidado. Y seguro que estaría feliz de ver cómo un libro, 'Desafiando al olvido', y esta película, basada en dicha obra, lo devuelven a la vida que él mismo se quitó en 1977. El autor de la biografía, Miguel Fernández, también es el narrador (e incluso coprotagonista, como demuestra el emocionante final), la voz en off y el ayudante de guion de un documental disruptivo y valiente, confeccionado a base de películas caseras y la propia música del compositor, que también fue arreglista de Soy Rebelde o el Himno a la alegría.