Rincones secretos en la Ciudad Eterna
Enamorarse de Roma es inevitable. En mi caso fue un flechazo. Primer día, primera hora en sus calles, hace ya unos años. A la vuelta de
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Enamorarse de Roma es inevitable. En mi caso fue un flechazo. Primer día, primera hora en sus calles, hace ya unos años. A la vuelta de una esquina cualquiera, la Fontana de Trevi. En mitad de la nada, como si de un error escultórico se tratase. Al lado del hotel, imponente y rugiente, discreta y escondida. Boca abierta. A la fascinación de este primer lance amoroso siguió el abrazo tierno de sus calles y la caricia sensual de sus manos clásicas, renacentistas, monumentales. Amor adolescente que aún dura. Ciudad Eterna a la que volver siempre.
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Enamorarse de Roma es inevitable. En mi caso fue un flechazo. Primer día, primera hora en sus calles, hace ya unos años. A la vuelta de una esquina cualquiera, la Fontana de Trevi. En mitad de la nada, como si de un error escultórico se tratase. Al lado del hotel, imponente y rugiente, discreta y escondida. Boca abierta. A la fascinación de este primer lance amoroso siguió el abrazo tierno de sus calles y la caricia sensual de sus manos clásicas, renacentistas, monumentales. Amor adolescente que aún dura. Ciudad Eterna a la que volver siempre.