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Un vestido pagado con cupones de racionamiento: los secretos del traje de novia de Isabel II
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HISTORIA DEL REINO UNIDO

Un vestido pagado con cupones de racionamiento: los secretos del traje de novia de Isabel II

Han pasado 75 años desde que Isabel II vivió uno de los días más especiales de su vida, su boda, luciendo un deslumbrante look nupcial cargado de detalles y simbolismos. Desvelamos las curiosidades de aquel vestido icónico

Foto: Isabel y Felipe de Grecia, en el balcón el día de su boda. (Getty)
Isabel y Felipe de Grecia, en el balcón el día de su boda. (Getty)

Cuando el 20 de noviembre de 1947, y ante 2.000 invitados, la entonces princesa heredera Isabel atravesó la nave central de la abadía de Westminster para darle el 'sí, quiero' al príncipe Felipe de Grecia, lo hizo con un vestido que cumplió con su deber: pasar a la historia.

A pesar de que la boda de la futura reina de Inglaterra iba a ser uno de los momentos más relevantes y mediáticos de la época (fue la primera boda royal retransmitida a todo el planeta por televisión en la cadena BBC), hay que recordar que se celebró tan solo dos años después de finalizar la Segunda Guerra Mundial, de modo que, por mucho que fuera la boda royal del año, ni la devastada economía británica ni la Casa Real podían permitirse un gran desembolso en el vestido de la novia. Por este motivo, la princesa decidió guardar sus propios cupones de racionamiento para poder pagar los gastos de su traje, un gesto simbólico que provocó el acercamiento de los ingleses. Finalmente, el Gobierno decidió aumentarle el presupuesto.

placeholder Boceto del vestido de novia de Norman Hartnell. (Getty)
Boceto del vestido de novia de Norman Hartnell. (Getty)

Ayudado por veinticinco costureras y diez bordadoras, el diseñador de la corte británica Norman Hartnell fue el encargado de confeccionar el romántico y espectacular vestido de novia de la futura reina Isabel II, una pieza que costó cerca de 34.000 euros de la época y que el propio Hartnell definió como "el más bonito que jamás he creado".

Realizado en satén de seda color marfil procedente de China, el diseño incluyó todos los elementos característicos de la moda de los años 40: hombros marcados, mangas largas y ajustadas, escote corazón y cintura de avispa. Aunque si hubo un detalle que acaparó toda la atención fueron los bordados (seña de identidad del diseñador londinense) que, repartidos a lo largo del corpiño, la falda y el velo, se mezclaban con todo tipo de detalles cosidos sobre el tejido: emblemas florales británicos y de la Commonwealth en hilos de oro y plata, 10.000 perlas procedentes tanto de Gran Bretaña como de Estados Unidos, incrustaciones de strass y cristales de Swarovski y motivos de flores y trigo inspirados en la obra 'La primavera' de Botticelli, como símbolo del resurgimiento de Inglaterra tras la guerra. Una minuciosa elaboración que llevó dos meses de trabajo. Hartnell añadió su propia floritura secreta: un trébol irlandés de cuatro hojas tejido en la falda, para que Isabel pudiese reposar su mano en un guiño de buena suerte. Lo acompañó de un delicado velo de tul de seda procedente de Egipto y una cola en forma de abanico de casi cinco metros de largo.

placeholder El vestido de novia, expuesto. (Getty)
El vestido de novia, expuesto. (Getty)

Aventuras y desventuras de las joyas

Las joyas, otras de las grandes protagonistas del imponente look nupcial de la joven princesa, tuvieron una relevancia tan sentimental como simbólica. Cumpliendo la tradición de llevar 'algo prestado', la novia eligió la espectacular tiara Fringe de su abuela, la reina Mary, creada en 1830 con diamantes engarzados en oro y plata. La fabulosa pieza de joyería protagonizó uno de los imprevistos del día: dos horas antes de la ceremonia se rompió y el joyero de la corte tuvo que apresurarse a repararla en tiempo récord. Los collares de perlas de la reina Ana y la reina Carolina, que pertenecían al joyero real por decisión de la reina Victoria y que su padre, Jorge VI, le había regalado a Isabel para su gran día, cobraron mucho protagonismo, ya que con los nervios de la mañana de la boda los olvidó en el palacio de St. James junto con el resto de regalos que estaban expuestos para ser vistos. Ahí jugó un papel esencial su secretario personal, John Colville, que media hora antes de que partieran hacia Westminster atravesó la multitud que invadía Londres para que la pieza llegara a tiempo, cosa que logró.

En lugar de los clásicos salones, la novia eligió unas sandalias abiertas de satén duquesa adornadas con hebillas de plata y perlas diminutas, también creadas por el diseñador Hartnell. El ramo, de orquídeas blancas con una rama de mirto en homenaje a la reina Victoria, coronó aquel adorable look nupcial, digno de una reina que ya es leyenda.

Cuando el 20 de noviembre de 1947, y ante 2.000 invitados, la entonces princesa heredera Isabel atravesó la nave central de la abadía de Westminster para darle el 'sí, quiero' al príncipe Felipe de Grecia, lo hizo con un vestido que cumplió con su deber: pasar a la historia.

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