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Sin Connery
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OPINIÓN

Sin Connery

Juzgar hoy a un escocés, hijo de limpiadora y repartidor de leche en sus inicios, que logró convertirse en el hombre más atractivo del mundo me parece ventajista

Foto: Sean Connery. (EFE)
Sean Connery. (EFE)

No puedo con los revisionistas. Tomar la ventaja del paso del tiempo para juzgar me parece de las peores maldades que sufre nuestro tiempo. La distorsión de los actos cuando sufren el traslado cronológico despreciando el contexto en el que se dieron puede acabar con cualquiera. Desde luego con Sean Connery, pero también con Ghandi, Teresa de Calcuta o Franco (ahí va un poco de carnaza).

Juzgar hoy a un escocés, hijo de limpiadora y repartidor de leche en sus inicios, que logró convertirse en el hombre más atractivo del mundo a base de ejercicio y de ejercer de macho en el contexto de su tiempo me parece ventajista. Desmitificar los mitos de tiempos pasados es un ejercicio de desagradecidos, iba a decir de progres (pero me rajo, no me atrevo a echar más carnaza por si los buitres). Dentro y fuera de la pantalla James Bond era machista, como lo era mi abuelo, mi padre y mi yo joven. Pero no lo son menos los adolescentes, adolescentos y adolescentas, de hoy que gritan barbaridades humillantes y misóginas que parecen sonar aceptables a ritmo de reguetón. Me encantaría llegar a la revisión que hagan los buenistas de dentro de treinta años, los hijos de los que hoy se restriegan, se perrean o se retan a conquistarse sin conocerse o a ver quién se embriaga más rápido en un parking o parque convirtiendo en deporte el botellón. Me gustaría llegar porque me garantizaría vida y criterio más allá de los ochenta años, pero sobre por confirmar mi teoría de que el ventajismo en la revisión de los comportamientos sociales no es sino un hecho recurrente del que se tira siempre que se va a afrontar el repetitivo conflicto del cambio generacional cada tres o cuatro décadas.

placeholder Sean Connery, en una imagen de archivo. (Getty)
Sean Connery, en una imagen de archivo. (Getty)

Leo artículos queriendo tirar por tierra la figura de Sean Connery y siento pena. Algunas firmas, hasta las más documentadas o especialistas, llegan a reprocharle asuntos tan inconexos como las declaraciones de hace más de treinta y cinco años respecto a sus problemas para entender a las mujeres o su afición a jugar al golf. Como si fuera igual de grave reconocer la fuerza bruta como parte válida de un argumentario en caso de conflicto doméstico y dedicar tiempo y recursos a mostrar la habilidad, tan adictiva como superficial, de meter una bola en 18 agujeros consecutivos aunque también sea a base de golpes. No es que se categorice lo bueno y lo malo según exclusivamente tu propio criterio, capaz de mezclar agua y aceite para salir moralmente superior en cualquier análisis, es que con la doble vara de medir de los que se creen libres de pecado no es fácil competir. Es imposible de hecho. Vean lo que le está pasando por ejemplo a Fernando Simón por hacer un juego de palabras con picardía en una conversación en la que lo único que intentaba era ponerse a la altura intelectual de sus entrevistadores.

Reinterpretar el pasado

No se puede. Yo mismo, mucho menos talentoso y cultivado que todas esas firmas revisionistas, me atrevería a crear sobre la marcha un modelo de comportamiento actual al que no podrían aspirar a cumplir con su historia ninguno de los hombres ilustres de la generación precedente a la mía. Como yo mismo sé que no pasaré el filtro de las revisiones futuras. Seré un asesino del planeta por seguir quemando petróleo, un asesino de animales por no ser vegano, seré un explotador de niños por reciclar mi vestuario casi en cada temporada. Seré un opresor de la identidad sexual de los demás simplemente por manifestarme como miembro convencido de un género clásico y poco ambiguo. Seré un generador de la pobreza colectiva simplemente por ser propietario de un piso o haber conseguido algunos ahorros tras muchos años de esfuerzo y sacrificios personales. O un egoísta insolidario por entregar al Estado solo el cincuenta por ciento de mi sueldo y el veintiuno de casi todas las compras que hago. Vete a saber qué seré yo dentro de treinta años a los ojos de los cínicos y los presentistas analistas de esa época. Qué seremos todos los que ellos seleccionen como los malos. Porque, eso sí, otros pasados distintos pueden ser perfectamente interpretados a favor del revisado. Y puedes haber sido realmente un asesino y resultar agraciado con el beneficio de la duda de tus motivaciones. O puedes haber sido un vago de libro reciclado a víctima de un sistema que no te ha dejado desplegar tus verdaderas cualidades, por lo que debes ser generosamente recompensado de por vida.

placeholder Sean Connery y su mujer, Micheline Roquebrune. (EFE)
Sean Connery y su mujer, Micheline Roquebrune. (EFE)

Creo que el mundo ha sido un poco mejor con Sean Connery que sin él. A pesar de sus defectos, siempre más evidentes a la lupa de la fama y a la inevitable exposición de un talento cuando consigue reconocimiento universal. Estoy seguro de que aportó referencias, supuso inspiración y demostró dónde se puede llegar si aprovechas tus talentos a mucha gente que necesita de modelos claros y reconocibles para canalizar sus esfuerzos. Estoy seguro de que también fue mala influencia a ratos pero es más responsabilidad de cada uno distinguir esos momentos, aislarlos y descartarlos. Y perdonarlos con la humildad del que también comete fallos. Y desde luego no justifica de ningún modo dejar en el recuerdo de nadie un mundo sin Connery por no estar a la altura de tu actual y recién revisada moralidad. O con uno, que habiendo sido siempre el bueno en la pantalla, ahora que sale el 'The End' vaya a resultar que sea el malo de la película. A algunos guionistas parece que les gustaría más ese final. Yo como mero espectador no puedo estar de acuerdo.

No puedo con los revisionistas. Tomar la ventaja del paso del tiempo para juzgar me parece de las peores maldades que sufre nuestro tiempo. La distorsión de los actos cuando sufren el traslado cronológico despreciando el contexto en el que se dieron puede acabar con cualquiera. Desde luego con Sean Connery, pero también con Ghandi, Teresa de Calcuta o Franco (ahí va un poco de carnaza).

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