65 años de 'Psicosis' y la triste sombra de Anthony Perkins, el chico tras la cortina de la ducha
La vida del actor, que también protagonizó películas como 'La gran prueba', estuvo marcada por la enfermedad y por la ocultación de su enfermedad
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Unos violines sonando de fondo, como si fuesen cuchilladas traspasando la piel de un cuerpo cualquiera. Los gritos de una joven bajo el agua de una ducha mientras el asesino (o asesina, para aquellos que no sepan el truco final de la película) no deja de empuñar el cuchillo contra ella. Un montaje sincopado y frenético, plano tras plano en un austero blanco y negro, como nunca se había visto en la historia del cine.
Esas son algunas de las claves de la escena más icónica de 'Psicosis', la película que transformó el cine de terror, la obra maestra de un Hitchcock que quiso rodar una cinta de bajo presupuesto (costó 800.000 dólares, una cifra ridícula para los estándares de Hollywood) con un equipo casi televisivo y que, por fortuna, acabó sacando oro de aquel material de derribo.
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Tal y como contaba el film ‘Hitchcock’, protagonizado por Anthony Hopkins y Scarlett Johansson, no fueron pocos los riesgos que el mal llamado mago del suspense corrió con la historia de esa chica, Janet Leigh, que arribaba a un motel de carretera tras cometer un robo. Matar a la protagonista, con la que el público se identifica desde el principio, a mitad de película, en una secuencia que ha sido analizada en todas y cada una de las escuelas de cine del mundo, fue una de ellas. Cambiando el punto de vista de la supuesta heroína de la película hacia el verdugo; hacia el chico tímido que regenta el hotel, nos hace cómplices de lo que haga o le ocurra.
Para encarnar a ese personaje, don Alfredo contó con un actor que parecía un frágil querubín inofensivo y al que, desde entonces, muchos vieron un indudable lado siniestro. Anthony Perkins quedó marcado de por vida por aquella interpretación. La mejor prueba de ello es que aceptó protagonizar varias secuelas cuando su carrera empezó a hacer aguas en los años 80. La vida personal del actor estuvo influida por una homosexualidad que tuvo que ocultar a marchas forzadas y por la lacra del sida, la enfermedad que se lo llevó para siempre en 1992.
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La homosexualidad era un tema tabú en los años 50, cuando, Perkins comenzó a trabajar. Por esos años, mantenía encuentros sexuales a escondidas con coetáneos suyos tan conocidos y tan jóvenes entonces como Tab Hunter o Rock Hudson. Toda la industria sabía que era gay, pero su nivel de popularidad no era tan alto como para que el estudio o su propio representante lo condenasen al matrimonio con una mujer, como ocurrió con Hudson, por ejemplo.. Según declaraciones suyas, no se acostó con ninguna hasta que tuvo 40 años. Esa mujer fue otra actriz, rostro habitual de culebrones televisivos: Victoria Principal. Un año más tarde, y quizá por una censura autoimpuesta a su verdadera naturaleza, pasó por el altar con la fotógrafa Berry Berenson, hermana de Marisa, la conocida actriz de ‘Barry Lyndon’.
Tuvieron dos hijos: Osgood, hoy afamado director de películas como ‘Longlegs’ y Elvis. Con su familia, Tony Perkins pareció arrinconar el pasado en la cama de tantos y tantos hombres. Pero su segunda vida y los encuentros furtivos con otros señores de su mismo sexo no desaparecieron nunca de su vida. Cuando los médicos le dijeron que tenía sida a finales de los 80 quiso que su agente mandase un comunicado a los medios para explicarse a sí mismo, algo que no había hecho jamás. En él manifestaba cuál era la realidad de su estado, tal y como había hecho años antes su compañero Rock Hudson. Además, dijo sentirse abandonado por la comunidad del cine. La enfermedad, todavía estigmatizada, lo condenó al ostracismo. Perkins no paró de decir que solo halló consuelo en aquellos que también la padecían. El sida, entonces un mal mortal, se lo llevó en silencio un 12 de septiembre de 1992, cuando tenía 60 años.
Estudiada y referenciada hasta la saciedad, ‘Psicosis’ ha hecho las delicias de millones de espectadores a lo largo de 65 años. En los estudios Universal, reclamo turístico de Los Ángeles, todavía impone la casa de madera de estilo gótico que sirvió de decorado para una de las películas más míticas de todos los tiempos. Entre sus paredes de cartón piedra, muchos de los visitantes recuerdan a aquel chico tímido y perturbado; un jovenzuelo aparentemente inocente y desgarbado que sirvió como manual de instrucciones para todos los actores que interpretaron a asesinos en serie años después. Aunque Anthony Perkins sufriese la indignidad del olvido, la sombra de Norman Bates sigue siendo alargada.
Unos violines sonando de fondo, como si fuesen cuchilladas traspasando la piel de un cuerpo cualquiera. Los gritos de una joven bajo el agua de una ducha mientras el asesino (o asesina, para aquellos que no sepan el truco final de la película) no deja de empuñar el cuchillo contra ella. Un montaje sincopado y frenético, plano tras plano en un austero blanco y negro, como nunca se había visto en la historia del cine.